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Este blog es un lugar de escritura. Podes encontrarte con poesías, con crónicas, con apuntes de filosofía, con ideas en gestación, con escritos de alumnas y alumnos... podes encontrarte. La fotografía del cóndor volando en libertad, la saqué en el Cerro Tronador, muy cerca de Bariloche. Me llamo Francisco Mina. Cocino bien, jugaba al futbol, sigo andando en bicicleta, y soy profesor de Filosofía en educación terciaria en Escobar y Campana (Argentina al sur)

jueves, 9 de diciembre de 2010

Palabras que quedan en el papel. Luisa Aguilar.

(O que sentí en aquel primer taller literario)

La cárcel es un pueblo chico. Un pueblito, donde todo circula muy rápido, menos el tiempo.
La circulación es rápida y la tergiversación, más rápida. Hay mucha fabulación y por eso es un mundo lleno de relatos. La misma cosa, y no porque sean todos escritores, un mismo hecho puede provocar cien relatos, de los más vulgares a los más intrincados, de lo más retorcido a lo más elemental. Y yo, casi antena parabólica, estoy ahí y no pasa un solo día sin que no haya ocurrido algo que me pegue, que me duela, que me alegre.
Yo salgo, ellos no .Para esos hombres la opción es mental y como tal, casi siempre, es una alucinación. Hay tantas construcciones como sujetos se encuentran allí. ¿Dejarlo pasar? Me parecía un error, aún cuando casi ninguna institución invierte en espacios creativos. Por eso, contrariando tanta versión de que esos hombres eran dueños de un caos interno, estéril y conflictivo, encaré hace ya años, la febril idea de un taller literario que ofreciera maneras de desordenarse y divertirse; maneras que de pronto han hecho emocionar al que va seguro y sólido por los pasillos, o que han hecho “huir” a aquel que se ha dado cuenta de cómo iba el texto y lo cambia, lo cambia tanto, que al final… ¡Piedra libre, te encontré!...
La palabra taller mantiene vivo lo artesanal, la idea de que es posible trabajar el lenguaje como si fuera una arcilla. A la vez, como se trata de escribir con palabras de las que cada uno se ha apropiado de distinta manera, palabras de las que el cuerpo puede hacerse eco, la experiencia de escribir es la celebración de la variedad de la vida y de lo inagotable de su significado.
¡Tenía tantos propósitos aquella idea que bullía y que me perseguía hasta el hartazgo en cada momento de cada clase! Finalmente, atrevida, aclaré algunos, de propósitos hablo.
En principio soñaba con un espacio destinado a la escritura creativa, un lugar donde mirar sin prejuicios, donde tenga cabida lo personal y lo diferente, que no se parezca el de la escuela, donde circule literatura de diversos tipos y en el que se transmita una ligazón pasional con los textos.
Pretendía que ese taller fuera un espacio de instropección privilegiado y de consecuente drenaje de emociones, fabulaciones y deseos en un claro enfrentamiento con la homogeneización de los discursos, facilitando, aunque sea por unos instantes, la sensación y la certeza de ser una persona que piensa y dice de una manera única.
Ambiciosa, me proponía ser una facilitadora  de la exploración del imaginario, la estimulación de la percepción sensorial y de la memoria afectiva a través del juego con la palabra.
En marcha, la realidad hablaría y diría si aquellos propósitos se efectivizarían…Y me deja llevar por el vértigo de la idea y los alumnos también.
Primero pasó como en todos lados, volcaron lo autobiográfico, lo confesional. Luego, se apropiaron de los recursos, las estrategias  y entonces el taller, fue taller. Apareció lo infantil, la inmadurez que acepta cualquier propuesta de juego mucho más fácilmente. Y así enjuiciaron a Caperucita por haber engañado a un incauto lobo; dedicaron piropos y poesías sin “a” a todas las mujeres, denunciaron en el diario al soldadito discriminado que gira y gira en la Plaza de Mayo….
En todas las ocasiones, una vez dado el impulso inicial, los grupos (¡grupos! ¡En el mundo de la soledad!) Terminaron armándose más allá de los maestros, y defendieron su ámbito de trabajo contra toda intromisión. Hubo alguna atomización, ocasionada por la necesidad de juntarse con el conocido y el temor a lo desconocido, pero fue resuelta. Siempre apareció el diálogo.
Sobró el buen humor, las reuniones fueron esencialmente distendidas, más bien percibidas como juegos, como desafíos, como ocasiones para usar y admirar el ingenio. Y reír, nos reímos mucho.
Todo esto después de hecha la advertencia de que a los asistentes al taller no se les enseña a escribir ni mejora escritores, por eso  los talleristas se relajaron rápidamente y comenzaron a disfrutar de cada texto propio; en un ámbito que no era lugar para la muestra, sino para la acción. Y algo mejor: quienes nunca escribieron no resultaron inhibidos frente a los presuntos “experimentados”.
Siempre se intentó que no hubiera textos ininteresantes, recorridos por la filosofía de que el escrito importa por su trabajo textual, por el juego que lo hace posible.
Todos los textos fueron significativos y aunque se nos hubiera impuesto hacerlo, no hubiéramos podido determinar un “mejor” o un “peor”. No se escucharon comentarios valorativos, todo podía ser y era.
Nació en abril y se fue en noviembre. Festejamos ese último encuentro con torta y juguito” del  que había”. Creo que casi tuvo el tiempo de espera de una panza de mujer ansiosa por su primer niño. Ese taller fue nuestro niño, el que pudimos concebir llenos de las incertidumbres propias de lo desconocido, de lo que parece que no se sabe, de lo que parece que no va a salir…Fue el primer taller que encaré en la cárcel, hubo más, muchos, pero  ninguno tuvo la intensidad de éste. Debe ser por eso que me atrevo a hablar de él en este espacio que se me regala.                                                                 No creo haber sido muy original en mi proyecto por cuanto no  es inusual que en las cárceles, los internos busquen en la escritura una herramienta para “abrir ventanas” y salir simbólicamente de su encierro material.  Sin embargo, muchas veces, esta “búsqueda” es más bien intuitiva, incluso instintiva. Ante esta situación de dispersión y exploración más bien caótica, el taller de creación literaria espera haber entregado a los participantes  la oportunidad de hacer y compartir. Hemos recorrido caminos literarios trazados maravillosamente por los mayores poetas de todos los tiempos y también perspectivas y senderos apenas visibles que innúmeros poetas anónimos trazan en la noche. Se ha intentado entregar herramientas literarias, se ha intentado dar valor a las palabras cotidianas y comunes que engarzadas por la intuición, la emoción, el intelecto a través de las cuales los talleristas lograron expresar su interioridad más sensible y creadora. Pues el hecho de estar privados de libertad, por las razones que sean; razones  que la sociedad, a través de sus instancias pertinentes ha sancionado, no implica que  deban renunciar a la búsqueda de sí mismo, a la búsqueda de nuevas opciones, nuevas posibilidades, nuevas respuestas.                     Bienvenidos los buscadores de la palabra que nos hace libres. Bienvenidos a este inicio, al primer peldaño en la larga y maravillosa montaña mágica de la literatura. Bienvenidos los primeros versos escritos con abundante emoción, las primerizas páginas que nos hablan de sueños, temores, fantasías, ansias de libertad.                              La literatura es, indudablemente, una opción. Una alternativa que permite crear y difundir valores, mejorar el lenguaje, la autoestima. La lectura y creación literaria puede contribuir grandemente para que los hombres vean que son capaces de más.  Vean que dentro de ellos existen potencialidades por desarrollar, capacidades acaso que ellos mismos ignoran que poseen. Estamos ciertos que la acción literaria no es una panacea, un remedio maravilloso y milagrero que obrará de modo celestial para encauzar toda vida, pero es una opción totalmente válida, necesaria.

 Luisa Aguilar.








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