Alumno Lucas Giménez.
La escena que voy a contar es en realidad casi una fotografía ya que duró apenas unos segundos, una tarde de no hace mucho tiempo me encontraba en la oficina de la dirección, entre obligaciones de tareas administrativas y entre papeles y papeles, en la vorágine de todos los días resolviendo cuestiones con los docentes y los alumnos… de pronto se produce una pausa, empiezo a escribir vaya a saber que, cuando levanto la mirada y desde un verde y florido jardín que contrasta con el encierro que nos envuelve veo a un chico que sale del túnel de acceso al interior de la unidad y empieza a hacer señas mirando hacia las aulas de la escuela.
Esto llamó mi atención y continúo mirando. De pronto se vuelve al túnel como si fuera a buscar algo, pero había en su actitud euforia y nerviosismo lo que continuó sosteniendo mi atención y sale con un niño de no más de tres años en brazos. La cara tanto del niño como las de quien “lo mostraba” estaban iluminadas, obviamente fueron cinco segundos y estoy exagerando… pero fueron tan intensos y emotivos que me impactaron enormemente. El descuido de un guardia o el consentimiento quizás, estaba abriendo puertas al encierro. El niño por un segundo vio sin ver el infierno del adentro de la cárcel(1) pero al instante se abstrajo de todo lo que estaba observando ya que empezaba a ver a su padre. Un padre que había elegido la escuela por sobre la visita, algo poco común. Me preguntaba sobre las miradas del niño, que habrá visto en esos segundos pasando de la expresión de miedo y tensión a la de alegría luminosa al ver a su padre? Mi propia mirada subjetiva que mira y piensa desde “el infierno de la cárcel” pero al mismo tiempo soy-somos, habitantes del encierro también, todos nosotros.
En ningún momento me pregunté como puede ser que entren a un niño al interior de la cárcel?, cuando en realidad traspasan varios muros cuando ve a su padre en la visita. Cuantos dolores vividos… No solo cuando entran a la unidad sino el dolor permanente de tener a su viejo en encierro. Me pregunto cuanta vivencia imborrable pero también hay belleza en las cosas más trágicas(2) o las que no lo son tanto.
Una primer mirada de esta escena puede llevar a quien no tiene el ejercicio de la remediación(3) que aporta la tarea docente en nuestro contexto al error del rechazo y en realidad lo que estaba contemplando en ese momento fue a un ángel de zapatillas y musculosa que llevaba en sus brazos al encuentro a dos personas con una profunda necesidad de encontrarse y como marco muros y rejas, puertas y ventanas enrejadas que siempre separan y hoy rompieron la lógica disciplinante(4), de dos instituciones de encierro una dentro de otra, la cárcel y la escuela que se dieron sin querer un permiso de cinco segundos.
Lo particular de mi relato es que en realidad mi escena se produce afuera de la escuela pero es protagonista tácita de lo que allí acontece. Yo estoy dentro, el anónimo papá también. Pero la fortaleza de lo que se vive es el contexto, ese contexto de encierro que abre rejas que se burla de la disciplina, el control, la vigilancia, la distribución de los cuerpos, aunque más no sea por un instante como si venciera todas esas fuerzas.
Pienso en la desprotección(5), en la desestructuración de las configuraciones familiares que sumado al extrañamiento de la escuela de las vivencias de los alumnos y esto ligado a la fragilidad de las redes de sociabilidad popular, como puede ser el barrio donde vive la familia de este alumno producen un futuro incierto y desolador. Como el adentro de la cárcel se vuelve afuera de todo, del sistema, como expresión total y acabada del modelo capitalista, consecuencia ineludible del consumismo actual. Pero la innegable capacidad antidestino que puede producir la escuela es esperanzadora para quienes encaramos la tarea de educar en contextos de encierro y es ahí donde debemos poner la mirada.
Me sigo preguntando en que lado de la reja estoy, por supuesto que asumo que solo paso veinte horas a la semana en la unidad pero el lado de la reja tiene que ver con un posicionamiento ideológico, la perspectiva desde donde me veo y veo el encierro del otro que al mismo tiempo es parte de la sociedad que integro e integramos todos.
Muchas veces no solo el encierro definen la cárcel también la desconfianza, la servidumbre, los silencios, la falta de expresión de los sentimientos, el cuerpo como separado de las emociones.
Una segunda escena para compartir es la de Sergio que vive en el pabellón evangelista en el sector de mediana seguridad, abanderado el año pasado, muy entusiasta para el estudio, la escuela es su forma de sentirse parte de la sociedad pero hace unos días que no viene a clase, los profesores preguntan por el, a lo que empiezo a indagar a que se debe su ausencia, el encargado de escuela del servicio penitenciario me informa que todo su pabellón fue castigado y no puede venir a escuela, con el correr de los días se presenta en la dirección el alumno en cuestión.
Me plantea que por error de otras personas ha perdido su derecho a estudiar, más aún me relata que el engome (imposibilidad de salir del pabellón) lo dispuso otro preso que lidera el pabellón. En la charla Sergio muestra (algo inusual) su angustia por lo vivido dentro del pabellón, abusos, humillaciones, hambre, etc. y rompe en llanto. Lo escucho, me acerco y dialogamos y le explico que para nosotros es un alumno, muy bien considerado, valorado por todos y lo aliento a no desanimarse y seguir.
Me comprometo a hablar con el personal directivo del servicio y plantear el tema y charlarlo también con el Director para encontrar alternativas de solución a estas cuestiones que entorpecen el desarrollo de las actividades en la escuela. Pero las respuestas desde el servicio penitenciario fueron desalentadoras: no se puede hacer nada, cuando se castiga se castiga a todos y no pueden hacerse excepciones, que este chico no puede trasladarse a otro sitio del penal porque no es tumbero (adaptado a los códigos y jerga de la vida carcelaria) y corre riesgo en otro lado que no sea con los evangelistas, que si lo sacan a escuela puede tener problemas al volver al pabellón por el privilegio o distinción que se genera al poder salir el y los demás no.
Yo planteo ir al pabellón personalmente a buscarlo, a hablar con el Director de la unidad pero me explican que el recluso que lidera el pabellón controla a 200 internos y mantiene el orden y que no conviene modificar los acuerdos tácitos que existen.
El problema básicamente es la distancia que existe entre la cárcel y la escuela, que si bien está dentro del servicio, en el corazón mismo geográficamente hablando, denota lejanía, distancia vivida entre los docentes y los alumnos que solos algunos pocos docentes logran acortar pero no como institución ¿Cómo producir un verdadero acercamiento a la cultura carcelaria, a sus problemas reales, códigos… etc.? En un contexto de invisibilidad política de la escuela como institución que produce socialización, remediación frente a la mirada del Servicio penitenciario. ¿Cómo evitar que la escuela siga siendo una burbuja en su contexto?
No lo se pero esta segunda escena tiene varios puntos concordantes con la que plantea a continuación mi compañero de trabajo Prof. José Lucero en sus primeras vivencias como docente en contextos de encierro: Desaliento, tensión entre la institución cárcel y la institución Escuela, entre los vulnerables hilos que generan pertenencia con lo escolar, la autoridad docente, lo que la docencia como institución socialmente significa y los constantes ejercicios de discriminación, desvalorización, autoritarismo, etc. que viven a diario muchos de nuestros alumnos y digo muchos para ser generoso, no solo de parte del servicio penitenciario sino que a veces también al interior lamentablemente de la misma institución escolar.
Alumno: José Lucero.
Una de muchas situaciones, experiencias o anécdotas vividas en nuestra escuela, la E.E .M.Nº7, es la que voy a describir a continuación. Todavía no se muy bien porque elegí esta situación y no otra, quizás inconcientemente sea la que me resulto más significativa que otra en algún aspecto.
En el año 2007 comencé a trabajar como docente de Biología en la E.E .M.Nº7, en la Unidad N º 41. Un día, en el curso 2º 3º, ingreso al aula y saludo a todos diciendo ¡Hola buenas tardes muchachos como andan! Lo más “común” en una escuela de afuera, o en casi todos los lugares o sitios que conozco es que te respondan ¡bien! o ¡muy bien y usted!, etc. Pero en este caso, si bien todos me respondieron lo que yo esperaba que me respondan, había un alumno que me respondió algo que yo no esperaba, Me respondió que estaba mal y comenzó a despotricar en contra mió y de los docentes de nuestra escuela diciendo entre otras cosas que los discriminamos al igual que lo hace la sociedad, que vamos por obligación y por el sueldo, por la plata, etc, etc…. Todo esto en un tono que cada vez subía más. Yo como docente trate de mantener la calma y le hable en un tono más bajo y parejo, preguntándole que le pasaba y si lo podía ayudar, pero no había caso y su violencia verbal iba en aumento, hasta que en un momento un compañero que se sentaba un poco más adelante se dio vuelta y le dijo mirándolo a los ojos: “porque no te fijas primero que le hiciste vos a la sociedad, porque gratis no estas acá, vos sabes muy bien lo que hiciste”. A partir de ese momento el alumno que proyectaba en mí toda su ira o rabia hacia el personal docente, dejo de hablar y se calmo, sin duda que las palabras de su compañero tuvieron un significado mucho más importante que las mías, hicieron un “clic” en él, generaron “una vuelta de rosca”.
Creó que en mi esquema de conocimiento yo tenía internalizado que el alumno me debía responder “ bien profe y usted” que era más o menos lo que yo estaba acostumbrado a escuchar en una escuela de afuera, pero en esta escuela de adentro, que intenta ser el afuera, entendí o comprendí (aprendí) que aquí las palabras quizás significaban lo que realmente expresan, y el alumno no hizo otra cosa que contestar lo que le pregunte y argumentar el porque de su respuesta, más allá de yo comparta o no su mirada sobre cierto aspecto de la realidad. En realidad el estaba siendo sincero sobre lo que pensaba. Al finalizar la clase sucedió algo que yo no esperaba, el alumno, ya mucho más calmado y tranquilo se acerco y me pidió disculpas, conversamos, yo lo entendí a el y el me entendió a mi. De ahí el valor de la palabra “mejor hablar que matar”, pero no solo de nuestra palabra, sino también la palabra de su compañero que sin insultos ni violencia logro que se tranquilice, a pesar de estar muy alterado.
El que esta en la Cárcel esta afuera de todo. La cárcel es como un agujero negro, se vende con una frase que es adentro pero están afuera con respecto a la sociedad, y eso es tal cual lo expresaba este alumno, a su forma, con su bronca y su rabia hecha palabra. La cárcel es un total afuera. Cuando analizaba esto recordaba las palabras de una compañera, Luisa Aguilar, que una vez comentaba sobre la gran cantidad de alumnos que ingresan a la primaria sin saber leer ni escribir, o incluso sin saber contar, y la emoción que les provoca el aprender a leer y a escribir, algo que para uno es tan básico y para ellos en ese momento es todo. Que importante la Escuela en este contexto, donde la palabra suplante la violencia. El leer, el escribir, el hablar, pasan a ser una nueva herramienta para el inicio de la sociabilización, de la culturización y quizás de la inclusión.
Si relacionamos lo expuesto con la producción del Profesor Strazzeri entendemos que siempre que generemos lazos que signifiquen una constante forma de fortalecer la resiliencia en los alumnos estamos caminando en el sentido contrario de las fuerzas disciplinadoras que nos envuelven y atentan con la libertad que debemos garantizar para el aprendizaje, con la paradoja que esto lo buscamos y tenemos que construirlo en un contexto que es de encierro.
A modo de conclusión compartimos la poesía de Miguel Hernández escrita durante su estancia en la cárcel. No es su propia encierro el que lamenta, sino la de todo el pueblo: perseguido, enjaulado y, demasiado a menudo, ejecutado. Comienza presentándonos a la cárcel como un ser tenebroso, maligno, como una rata, que se arrastrara por las cloacas del mundo.
Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,
van por la tenebrosa vía de los juzgados:
buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,
lo absorben, se lo tragan.
No se ve, que se escucha la pena de metal,
el sollozo del hierro que atropellan y escupen:
el llanto de la espada puesta sobre los jueces
de cemento fangoso.
Allí, bajo, la cárcel, la fábrica del llanto,
el telar de la lágrima que no ha de ser estéril,
el casco de los odios y de las esperanzas,
fabrican, tejen, hunden.
Cuando están las perdices más roncas y acopladas,
y el azul amoroso de fuerzas expansivas,
un hombre hace memoria de la luz, de la tierra,
húmedamente negro.
Se da contra las piedras la libertad, el día,
el paso galopante de un hombre, la cabeza,
la boca con espuma, con decisión de espuma,
la libertad, un hombre.
Un hombre que cosecha y arroja todo el viento
desde su corazón donde crece un plumaje:
un hombre que es el mismo dentro de cada frío,
de cada calabozo.
Un hombre que ha soñado con las aguas del mar,
y destroza sus alas como un rayo amarrado,
y estremece las rejas, y se clava los dientes
en los dientes de trueno.
Aquí no se pelea por un buey desmayado,
sino por un caballo que ve pudrir sus crines,
y siente sus galopes debajo de los cascos
pudrirse airadamente.
Limpiad el salivazo que lleva en la mejilla,
y desencadenad el corazón del mundo,
y detened las fauces de las voraces cárceles
donde el sol retrocede.
La libertad se pudre desplumada en la lengua
de quienes son sus siervos más que sus poseedores.
Romped esas cadenas, y las otras que escucho
detrás de esos esclavos.
Esos que sólo buscan abandonar su cárcel,
su rincón, su cadena, no la de los demás.
Y en cuanto lo consiguen, descienden pluma a pluma,
enmohecen, se arrastran.
Son los encadenados por siempre desde siempre.
Ser libre es una cosa que sólo un hombre sabe:
sólo el hombre que advierto dentro de esa mazmorra
como si yo estuviera.
Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.
Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma.
Son muchas llaves, muchos cerrojos, injusticias:
no le atarás el alma.
Cadenas, sí: cadenas de sangre necesita.
Hierros venosos, cálidos, sanguíneos eslabones,
nudos que no rechacen a los nudos siguientes
humanamente atados.
Un hombre aguarda dentro de un pozo sin remedio,
tenso, conmocionado, con la oreja aplicada.
Porque un pueblo ha gritado ¡libertad!, vuela el cielo.
Y las cárceles vuelan.
El hombre acecha (1939) Miguel Hernández
En esta nave de los locos con rumbo incierto en la que navegamos está nuestra suerte… la de encontrar la orilla.
(1) Según quien mira el infierno es tal y viene a cumplir el mandato social, aquel lugar donde se pudren los cuerpos.
(2) Aquí me recuerda la poesía que compartiste en la primera clase.
(3) Capacidad de mediar entre el pasado, el presente y el futuro de dolor que vivencian nuestros alumnos para posibilitar recomponer y encausar recorridos de vida.
(4) Foucault, Michel (1976) Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión. México. El autor habla de la disciplina como maquinaria.
(5) Castels Robert 1991. La dinámica de los procesos de marginalización: de la vulnerabilidad a la exclusión” en El Espacio Institucional, Buenos Aires; Lugar Editorial.
La escena que compartes José me recuerda a una propia...
ResponderEliminarEn el ocaso de 2009.Encarpetar cuadernos de clase......
Tu artículo Lucas, me convoca desde la actitud asumida ante la problemática de Sergio y me hace mucho "ruido" desde la frase "también hay belleza en las cosas trágicas"... lo voy a seguir pensando...Saludos a ambos
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