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Este blog es un lugar de escritura. Podes encontrarte con poesías, con crónicas, con apuntes de filosofía, con ideas en gestación, con escritos de alumnas y alumnos... podes encontrarte. La fotografía del cóndor volando en libertad, la saqué en el Cerro Tronador, muy cerca de Bariloche. Me llamo Francisco Mina. Cocino bien, jugaba al futbol, sigo andando en bicicleta, y soy profesor de Filosofía en educación terciaria en Escobar y Campana (Argentina al sur)

martes, 21 de diciembre de 2010

Donde se puede hablar. Viviana Balbuena.



































Unos meses después Ricardo recobró la libertad. ¿El afuera o el adentro lo esperaba? “…con muchas esperanzas y mucha fe que mi vida va a cambiar para bien…”
Un día, cuando conté que me gustaba el fútbol, conocí un pedacito de su vida, de cuando aún tenía su nido y la calle se usaba para jugar; el papá moribundo expresó su deseo: que su hijo fuera jugador de fútbol. Y el niño, con zapatillas a medias, finalmente fue jugador en un club importante, pero no había monedas para pagar los viajes ni una mirada que comprendiera sus necesidades. “Viejo, no puedo más, perdoname.” Y quedó afuera… ¿O empezó a entrar?
Mamá cartonera que transitaba las calles por donde los niños jugaban al fútbol. Ricardo, no. Ël las empezaba a recorrer de noche, a escondidas, lejos de la escuela, acercándose al silencio.
 El tema del día era la carta familiar o amistosa y les propuse como actividad redactar una. Así fue que me convertí en destinataria de una voz que pudo reírse “en un lugar donde prácticamente hay tristeza todo el tiempo”. Casi un poeta.
 Tenía 21 años. Cumplió su condena y salió en “libertad”. Salió a la calle donde lo esperaban dos niños, dos hijos: “Hay cosas porqué vivir y porque seguir adelante”. Entró a la calle donde lo esperaba una sociedad deseosa de tenerlo lo más lejos posible.
 “ A Ricardo lo mataron, señorita”, me dijo la madre. Él me había escrito el número de teléfono “para que si quiere llamarme pueda contarle qué estoy haciendo, cómo me va”.
 Prefiero pensar que al fin recobró la libertad y que andará por ahí con una pelota haciendo “fulbito”, mientras su papá lo mira orgulloso. Pero hay dos niños en la calle. Hay dos niños en la calle.

“Lo que vi por esa ventana no me gustó nada, en absoluto. Sin embargo, cuanto más deprimente era la visión más convencido me sentía de que si nos negábamos a asomarnos todos estaríamos en peligro”. (Z: Bauman, 1997)

Parafraseando a Antoine de Saint Exupery, éste fue para mí el más bello y más triste recuerdo de mi experiencia como docente en contextos de encierro.
 Bello, porque Ricardo me confirmó que la escuela es el lugar, dentro de la cárcel, donde se puede hablar, donde se puede reir, donde se puede pensar que otro mundo es posible.
 Triste, porque la escuela suele llegar demasiado tarde.
 Mantengo la esperanza de que algún día cercano un grupo de hombres y mujeres cambien la mirada para ver a los Ricardos que con zapatillas a medias quieren cumplir el deseo de papá. Hombres y mujeres que abran escuelas en lugar de cárceles, porque hay niños en la calle.

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