¿Cómo empezar? ¿Quién tiene la culpa?
Para abordar la problemática que intentamos expresar en este informe nos vemos en la necesidad de contextualizarlo.
Año 2009, lugar Escuela de Arte Campana, espacio curricular Arte Cultura y Estética del Mundo Contemporáneo, 4to. Año Tecnicatura en Diseño Gráfico, cantidad de alumnos en lista: 10, días de cursada jueves de 17 a 20 hs.
Con las expectativas del inicio de un nuevo ciclo lectivo preparé una actividad de socialización para introducir la materia e ir conociendo a los alumnos. Fue una sorpresa muy grande encontrarme con el aula vacía. Esperé prudentemente unos diez o quince minutos y decidí preguntar en secretaría que estaba sucediendo que los alumnos no llegaban. Allí pude constatar, junto con la ayuda de las preceptoras un grave error en las carteleras: mi materia estaba anunciada un viernes a las 18 horas por lo tanto ningún alumno vendría. Una de las preceptoras conocía a uno de mis alumnos y tenía su número telefónico. Lo llamó y confirmó el error de cartelera. Firmé la asistencia y me retiré.
Resuelto el malentendido de la cartelera, el jueves siguiente, la que debía ser mi segunda clase, se transformaría en la primera.
Pero no conocería a mis alumnos hasta la tercera clase ya que se trataba del feriado de semana Santa, jueves Santo.
¿Cómo empezar? ¿Quién tiene la culpa?
Finalmente se produjo el ansiado encuentro. Pero surgió entonces un nuevo problema la mitad del alumnado se encontraba conmigo en la sede principal de la escuela y el resto en el anexo, ¿habría alguna forma de reunirlos? Gracias a la buena predisposición de los alumnos se comunicaron entre ellos y finalmente a las 18:40 hs. se produjo el milagro del encuentro.
Lo que en un principio había pensado como una actividad de integración terminó siendo una breve exposición y pedido de disculpas por tantos malos entendidos. Finalmente presenté la materia y nos fuimos conociendo con los alumnos. Fue prácticamente una clase perdida, con lo que ya sumaban en total tres.
Volví a mi casa y tuve que replantearme el calendario previsto y modificar fechas de trabajos prácticos y parciales.
Una vez logrado el acuerdo de lugar, día y hora las pautas estaban claras. Pero surgió un nuevo inconveniente: si bien las clases deberían empezar a las 17 horas la mayoría no llegaba sino hasta las 18 horas en algunos casos y otros más tarde también.
¿Cómo conjugar en el mismo grupo a los que pueden llegar puntualmente y a los que por diversas razones entre las cuales están las laborales, familiares y de distancia al establecimiento no pueden hacerlo?
El siguiente encuentro también fue caótico ya que solo asistió un solo alumno con lo cual no pude arrancar con el desarrollo de la materia, evento que se transformaría en una costumbre.
¿Cómo empezar? ¿Quién tiene la culpa?
Yo estaba sorprendido ante tantos inconvenientes ya que nunca me había ocurrido algo similar. Comencé a charlarlo con algunos colegas y escuché varias voces, estaban las que decían que era normal y a las que les sorprendía porque tampoco les había sucedido.
Sumado a esto fui descubriendo ciertas irregularidades académicas que se trasladaban al entorno del aula: falta de información, apatía, falta de interés en su trabajo, irresponsabilidad, todo esto se traduce en un cierto acostumbramiento a convivir con el desorden sin tener la intención de mejorarlo. ¿Qué hacer frente a este panorama? ¿Cómo exigirles a los alumnos cuando la realidad académica es un desorden? ¿Cómo cambiar el mal hábito por conductas correctas? ¿Qué estrategias pedagógicas podría utilizar para generar interés por la materia en los alumnos?
Mi preocupación crecía a medida que se sucedían las clases, pese a mis intentos de entablar una comunicación por correo electrónico con los alumnos que faltaban regularmente para que asistan y de esa manera no quedaran libres por inasistencia no lograba persuadirlos. Esto también impedía el normal desarrollo de los contenidos de la materia.
Decidí presentar la problemática en la dirección y la secretaria se comprometió a hablar con los alumnos. Esto resultó un alivio ya que los alumnos comenzaron a asistir nuevamente a las clases.
Con esta asistencia pude desarrollar algunos contenidos y concluir la unidad número uno.
Mi alegría no duró tanto porque a las dos o tres clases volvieron al viejo hábito de no asistir a clase. Hábito que uno solo de los alumnos nunca adquirió, es decir, asistió a todas y cada una de mis clases.
Con esfuerzo logré fijar una fecha de examen para poder evaluar los contenidos hasta ahora dados de la unidad uno, sin saber que esa resultaría ser la última clase del cuatrimestre…
Llegado el momento del abordaje de los contenidos de la unidad dos surge desde México la célebre y famosa Gripe H1N1 o más conocida como Gripe A o Gripe porcina. Nadie tenía la culpa de esto pero influyó y de qué manera, se suspendieron repentinamente las actividades en todas las escuelas y lugares públicos para evitar masivos contagios de esta nueva enfermedad.
A ésta interrupción se le sumaron el receso invernal y las fechas de exámenes de julio/agosto, con lo cual la sumatoria de tiempo perdido fue la siguiente: 15 días por Gripe A, 15 días por vacaciones y 15 días por fecha de exámenes finales.
¿Cómo empezar? ¿Quién tiene la culpa?
Al regreso de este largo período de inactividad y pese a estar entrando en el noveno mes del año me encontraba irremediablemente abordando los contenidos de la unidad dos de las cinco que figuraban en el programa.
Para mi sorpresa asistieron todos los alumnos al inicio del segundo cuatrimestre lo cual me permitió desarrollar con normalidad las clases y asignar a cada alumno una fecha y un tema a desarrollar de modo individual y oral que me servirían para evaluarlos.
Pero como lo bueno dura poco el viejo hábito de la inasistencia se volvió a hacer presente.
Cada alumno solo asistía el día que debía exponer su tema empobreciendo el intercambio de conocimiento con sus compañeros.
Nuevamente preocupado volví a plantear este problema ante los directivos y para mi asombro recibí como respuesta por un lado “no te preocupes fue un año anormal” y por el otro “no seas tan riguroso con el tema de la inasistencia ya que la matrícula es baja y corremos el riesgo de perder el trabajo ante el cierre de la carrera”.
¿Qué hacer frente a estas respuestas? ¿Debería hacer la vista gorda frente a las inasistencias? ¿Quién avalaría lo que decidiera? ¿Sería justo que todos aprobaran la materia sin reunir las mismas condiciones de asistencia? ¿Valdría la pena un nuevo intento por decirles que no falten más para evitar quedar libres? ¿Es ese mi rol o lo debería hacer la institución? ¿Es responsabilidad absoluta de los alumnos la inasistencia desmesurada? ¿Se veía reflejada de alguna manera la inasistencia de los docentes otras materias y de otros años en este grupo? ¿Es “contagioso” faltar? ¿Se toman medidas desde la dirección o se deja a libre criterio del docente? ¿Con qué cara me justifico frente al alumno que asistió a todas las clases? ¿Cómo balancear esta disparidad?
Finalmente todo el cuatrimestre se desarrolló bajo estas condiciones. De todos modos sin hacer caso a las evasivas pronunciadas desde la dirección decidí plantearle a los alumnos que si no faltaban ninguna clase más conservarían la regularidad de la cursada dejando sobre ellos la decisión final.
Por suerte tuve una buena respuesta de casi todos excepto de una que se mantuvo en su postura sin aprovechar esta última oportunidad que le había ofrecido.
¿Cómo empezar? ¿Quién tiene la culpa?
Sin duda fue un año completamente atípico a lo que se le sumaron todos estos tipos de inconvenientes.
Durante todo el año me plantee cuales responsabilidades eran mías, cuales de los alumnos y cuales de la dirección porque si bien mi tarea es, dentro de otras, generar interés por los contenidos de la materia sentí que no hice el mayor esfuerzo por lograrlo o si. Tal vez fue porque no sentí respaldo desde la dirección, ya que el nivel de exigencia tampoco se ejerce desde la dirección. Como en todos los trabajos hay pares que te apoyan y hacen causa común con tus problemas hay otros que por diferentes causas no demuestran demasiado interés en resolver estas cuestiones.
Frente a este panorama lo único que surge son más dudas e incertidumbres que inevitablemente me hacen pensar y repensar mi rol como docente. Hasta que punto mi formación me previno de situaciones así, me ofreció herramientas para afrontarlas, etc.
Muchas veces la teoría pedagógico-didáctica no se condice con la realidad. Sentí y siento una carencia en la formación de docentes para resolver este tipo de problemáticas. ¿Tal vez la experiencia es la única formadora en estos aspectos? ¿Será mi poca experiencia en el sistema que impidió que pudiera resolverlo favorablemente? ¿Se trataría de un caso excepcional que no tuviera precedentes para ser comparado? ¿Existe un desgano generalizado dentro del cuerpo docente que impide una consecución? ¿Hasta que punto existe la autonomía en el aula? ¿Se podrían repartir culpas? ¿Tienen razón algunos alumnos que me plantearon que a esa tecnicatura en particular le sobraría un año de cursada o que no deberían repetirse los contenidos?
¿Cómo empezar? ¿Quién tiene la culpa?
¿Adonde está el origen del desinterés individual y/o colectivo por la formación académica?
El panorama socioeconómico actual da muestras fehacientes de que el esfuerzo, la constancia y la formación académica no es directamente proporcional con la realización profesional y los logros económicos.
Entendemos que una de las causas posibles más directas del sistema capitalista es el creciente egoísmo por subsistir y pertenecer a un determinado estrato social de la manera más fácil con el menor esfuerzo posible.
Cuando analizamos la variable “esfuerzo-ganancias” entre un profesional de grado y un personaje mediático, como puede ser una vedette, en donde el primero hace un recorrido académico que va de los 4 a los 6 años en tanto el segundo no se interesa por ninguna formación la ganancia es inversamente proporcional (a menor esfuerzo mayor ganancia).
Como consecuencia directa de este análisis parte de la sociedad confunde que el hecho de la formación no te lleva a ninguna parte sin tener en cuenta que pocos llegan a lograr ese éxito eficaz aunque efímero y parte de la responsabilidad que genera este modo de pensar la tienen los medios que prometen un ascenso económico rápido y sin esfuerzo.
Podemos imaginar que el desinterés por la formación académica del citado curso se debe en parte a la falsa creencia de esta premisa que pregonan los medios y el mismo sistema.
Dentro de los responsables también incluimos a la institución ya que no propone ninguna iniciativa concreta por la valoración del esfuerzo y la formación ya que también advierte que el éxito mediático tiene mayor e inmediato rédito económico.
Aunque por otro lado, casi diametralmente opuesto, la institución no se preocupa por la inasistencia de los alumnos por temor a la deserción masiva o baja matrícula que pondría en riesgo fuentes de trabajo por el cierre de las carreras.
Esta experiencia fue vivida por nosotros. Desde la perspectiva docente Alexis y del lado del estudiante José. Más allá de lo contado no fue frustrante solo desde el lado docente sino también desde el lado del alumno.
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