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Este blog es un lugar de escritura. Podes encontrarte con poesías, con crónicas, con apuntes de filosofía, con ideas en gestación, con escritos de alumnas y alumnos... podes encontrarte. La fotografía del cóndor volando en libertad, la saqué en el Cerro Tronador, muy cerca de Bariloche. Me llamo Francisco Mina. Cocino bien, jugaba al futbol, sigo andando en bicicleta, y soy profesor de Filosofía en educación terciaria en Escobar y Campana (Argentina al sur)

sábado, 2 de julio de 2011

El hecho de sabernos errantes nos libera. afe2011

Alonso, Silvia
Karabiu, Alicia
Oelrich, Jacqueline
Pizzatti, Judith

¿Cuál es la vinculación entre filosofía y educación? Esta fue la primera pregunta que nos hicimos al encarar el presente trabajo. Tal vez la relación entre ambas se base en que toda práctica educativa remite a una determinada concepción del hombre que la impulsa y regula, y la función de la filosofía consistiría en explicitar el sentido de dicha práctica.

Sin embargo, sentimos que algo en relación a esto fue tomando otro sentido al leer los distintos textos, en especial el titulado “Pensar desde esta orilla”[1]. Pareciera ser que la educación se vincula con aquel pensar filosófico implícito del que habla el texto, aquel que está impregnado de lo cotidiano, de lo próximo. Es aquí donde no podemos ignorar nuestra historia y nuestra realidad. En este sentido se imponen cuestiones tales como pobreza, marginación, opresión y desigualdad.
Tal vez sea en la pedagogía de Paulo Freire[2] donde se pueda ver más claramente esta articulación de la que venimos hablando. Una pedagogía basada en que el sujeto aprenda a cultivarse a través de situaciones de su vida cotidiana, pudiendo así reflexionar y analizar el mundo en el que vive, no para adaptarse a él, sino para reformarlo. Paulo Freire no pretende formar al sujeto, sino que éste se forme. Es para ello que propone que las situaciones de aprendizaje emanen de las vivencias que constantemente enfrenta en su cotidianeidad, evitando las experiencias artificiales en las que suele caer la educación actual.
Seguir los programas educativos de una forma estricta, poco flexible, desprendiéndose del contexto y la realidad social, es parte de una orientación pedagógica meramente informativa. Lo único que tiene lugar en tales circunstancias es el movimiento de transmisión-recepción de contenidos, sin la posibilidad de otorgarle sentido y significación.
Desde ya que esto no significa que no haya información circulando en las escuelas, ya que los alumnos tienen derecho a la información como elemento que construye el conocimiento. Pero la información por sí sola, desarticulada, solo puede generar cierto saber estanco sobre una temática en particular, cristalizándose y no dando lugar a cuestionamientos y al surgimiento de nuevos conocimientos.
La escuela es el lugar privilegiado donde los chicos no sólo se vinculan con el conocimiento sistemático, sino también donde aprenden que tenemos muchos modos para decir o hacer cosas semejantes. Es el escenario donde se despliegan las diferencias y se ponen en juego la aceptación, el respeto y la tolerancia. Un espacio para formar, informar y transformar. En dicho contexto el docente utilizará su intuición y apuntará a despertar en cada uno de sus alumnos la curiosidad, la motivación y el deseo de involucrarse en su propia educación. Crear proyectos a partir de las demandas de los alumnos y darles la posibilidad de elegir, es un gran camino hacia la construcción del conocimiento y el logro de contenidos curriculares
Ahora bien, la función del docente no se agota allí y es siempre susceptible a cambios, que dependerán de las particularidades de cada realidad social. De allí la plasticidad que deben tener los docentes para adaptar su quehacer a las particularidades de cada grupo, lugar y momento. Tal vez en muchas ocasiones nos gustaría que la realidad fuera distinta, pero solo podremos modificarla partiendo de la aceptación de la realidad que tenemos. Si pensamos que no hay nada que podamos hacer nos volvemos impotentes. Si pensamos que vamos a poder resolver todo nos tornamos omnipotentes. La clave está en detectar lo que sí se puede hacer dentro de las limitaciones propias y del contexto.
Volviendo a la propuesta de Freire, podemos decir que la misma implica dos momentos distintos de manera progresiva: el primero se refiere a tomar conciencia de la realidad que el sujeto vive como ser oprimido; el segundo es la iniciativa de los oprimidos para luchar y liberarse frente a los opresores, es decir que no se trata de la simple toma de conciencia de la realidad, sino de la necesidad de combatir contra ese status que lo priva. El aprendizaje que la escuela realmente debe darle está en relación a la liberación, y no a la adaptación a su contexto, ya que eso es justamente lo que le imponen los opresores. Ahora bien, nos preguntamos cómo pensar esto llevado a la práctica, teniendo en cuenta que la escuela está llamada a reproducir y sostener la forma vigente de estructura social.
Sin dudas consideramos que la educación es un eslabón fundamental para la inclusión social, pero nos preguntamos si en determinados casos de vulnerabilidad, el hecho de permanecer en el sistema educativo implica una decisión íntima que conlleva un pensamiento crítico o si se trata de una adecuación casi pasiva al sistema propuesto (o impuesto).
Creemos que la perspectiva psicosocial resulta absolutamente necesaria e imprescindible en materia de educación, porque los fenómenos educativos son esencialmente fenómenos psicosociales compuestos básicamente de procesos interpersonales y grupales. En efecto, todo aquello que ocurra en las situaciones y procesos educativos tiene que ver, directa o indirectamente, tanto con procesos interpersonales (interacción profesor-alumno, alumno-alumno, profesor-profesor, padres-hijos, etc.) como con procesos grupales (tipo de grupo y de normas grupales, cohesión del grupo-clase o del grupo familiar, etc.), ambos fenómenos eminentemente psicosociales.
La idea de igualdad de oportunidades en materia de educación debería ir más allá de lo social y económico que implica el contexto. Debería también contemplar de algún modo la subjetividad de cada alumno, ya que son muy diversas las cuestiones que pueden llevar a un alumno a quedar fuera del sistema. Se trata desde luego de un trabajo en el que debemos involucrarnos todos, cada uno desde su lugar, pero creemos que aquí resulta vital el trabajo del gabinete, que lamentablemente en nuestras escuelas suele ser inexistente o no cumple su rol.   
Cuando la escuela es pensada como un elemento más de “control social”, no se respetan las individualidades ni los contextos. Si las normas sólo apuntan a mantener el equilibrio de la institución, el que no encaja es apartado, y en lugar de revisar dichas normas, el alumno es “ayudado” a adaptarse al sistema.
Una característica actual de la educación es la narración y memorización excesiva que se presentan en las aulas, donde el docente “baja” una información y no hay lugar al intercambio y a la construcción del conocimiento. Freire plantea que los alumnos parecerían ser unos recipientes en los cuales los maestros depositan conocimientos (o podríamos decir meros datos). Ésta es la concepción bancaria de la educación, que pretende transformar la mente de los sujetos para que se adapten mejor a las situaciones reales y así poder dominarlos con mayor facilidad. Cuanto más pasivos son, más se adaptarán, disminuyendo así su creatividad y autonomía. La educación bancaria sirve a la clase dominante y deja a los oprimidos en la oscuridad.
 La educación liberadora en el individuo tiene que ser un acto cognitivo en el que se comprenda y analice el contenido, superando la división existente entre el maestro y el alumno; dejar de lado la relación unidireccional para dar lugar a una educación integral de ambos, ya que los dos tienen elementos que aportar para la enseñanza.
En contraposición con la concepción bancaria de la educación, podemos ubicar a la Mayéutica de Sócrates, y la idea de dar a luz la verdad. Se trata de sembrar la duda respecto de lo que se sabe, y a partir de un proceso dialéctico llegar a la verdad que radica en nosotros mismos.
Tal vez no se trate de que los maestros seamos expertos en el arte de la mayéutica socrática. Tal vez baste con que nos animemos a dudar, a cuestionar nuestros saberes, a decir “no sé” y comprometernos a buscar juntos o incluso a construir algunas respuestas. A estar permeables a lo que nos devuelven los alumnos, en el sentido de favorecer el intercambio en clase, lo que conlleva un enriquecimiento mutuo. A no ser omnipotentes pretendiendo entender todo, ya que eso solo podría tratarse de una ilusión.
En este sentido, y siguiendo a Jacques Lacan[3], cuanto más sabios, inteligentes y eficaces somos, más evidente se hace nuestra debilidad mental. Lacan utiliza el término debilidad mental para designar una particular relación del sujeto con el saber. Se trata de de un “no saber qué hacer con” el saber.
Continuando con Lacan, podemos decir que lo más verdadero que tenemos es lo que nos falta y nunca vamos a tener, porque allí se funda nuestro deseo. El hecho de sabernos errantes nos libera.
Pretender un saber absoluto obstaculiza, obtura, cierra puertas en lugar de abrirlas, porque la certeza no da lugar a que surjan preguntas que permitan avanzar. Tal vez este sea solo un paso, muy pequeño por cierto, dentro de todos los que necesita nuestro sistema educativo para avanzar hacia donde queremos, pero es un paso que está al alcance de nuestras manos, por lo que creemos que vale la pena intentarlo.
  


[1] Mina, Francisco, “Pensar desde esta orilla” (2011), Versión digital.
[2] Freire, Paulo, “Pedagogía del Oprimido” (1970) Siglo Veintiuno Editores.
[3] Lacan, Jacques “El Synthome” Seminario 23 (1975) Editorial Paidós
   Lacan, Jacques “Las identificaciones” Seminario 24 (1976) Editorial Paidós

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