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Este blog es un lugar de escritura. Podes encontrarte con poesías, con crónicas, con apuntes de filosofía, con ideas en gestación, con escritos de alumnas y alumnos... podes encontrarte. La fotografía del cóndor volando en libertad, la saqué en el Cerro Tronador, muy cerca de Bariloche. Me llamo Francisco Mina. Cocino bien, jugaba al futbol, sigo andando en bicicleta, y soy profesor de Filosofía en educación terciaria en Escobar y Campana (Argentina al sur)

domingo, 8 de mayo de 2011

EL MUNDO DE LA IDEAS. PLATÓN

(Del libro "Principios de Filosofía" de Adolfo Carpío)


1. La obra de Platón y su influencia.

2. Planteo del problema.
3. El modo de ser de lo sensible, y el de las ideas. Los dos mundos.
4. El conocimiento a priori.
5. Los dos mundos; doxa y episteme.
6. Grados del ser y del conocer.
7. El mundo de la doxa.
8. El mundo inteligible.
9. La dialéctica.
10. La Idea del Bien.
11. La relación entre los dos mundos.
12. La alegoría de la caverna.
13. La vida de la caverna.
14. La liberación del prisionero.
15. La misión del filósofo.
16. El estado perfecto es una idea.
Bibliografía.



I. La obra de Platón y su influencia

 Platón nació en Atenas en 429 ó 427, y murió en la misma ciudad en 348 ó 347 a.C. Después de dedicarse a la poesía, pronto se consagró a los estudios filosóficos, siguiendo las enseñanzas de Cratilo, secuaz de Heráclito. A los veinte años entró en contacto con Sócrates, que determinaría decisivamente su pensamiento, y en cuya boca puso la mayor parte de sus propias doctrinas -máximo homenaje del gran discípulo al maestro. Hacia el año 385 estableció su escuela, la Academia, así llamada por encontrarse en un parque y gimnasio consagrado al héroe Academo. Esta escuela y centro de investigación, donde se cultivaron no sólo la filosofía sino todas las ciencias, ejerció incomparable influencia hasta que fue cerrada, y sus bienes confiscados, por el emperador Justiniano, en 529 d.C; de manera que duró más de 900 años (más de lo que haya durado hasta el momento cualquier universidad existente).
Sus obras, afortunadamente, nos han llegado completas. Constan de unos veinticinco diálogos (además de otros sospechosos o seguramente apócrifos), la Apología (o Defensa) de Sócrates, y trece cartas (algunas probablemente auténticas, como la Séptima, otras apócrifas). Entre los diálogos deben citarse (en orden cronológico probable) Laques, Ion, Protágoras, Eutifrón, Critón, Gorgias, Menón, Cratilo, Banquete, Fedón, República (quizás su obra maestra), Parménides, Teétetos, Fedro, Sofista, Timeo y Leyes.
Platón no fue sólo filósofo, o, mejor, porque lo fue de modo tan eminente, su poderosa personalidad abarca todos los intereses humanos. Matemáticas y astronomía, física, política y sociología, teoría psicológica y la más notable capacidad de comprensión anímica, las dominó su potente genio; y esa multiplicidad de intereses hace que sus obras no puedan ser ignoradas por ninguna persona culta. Pero si se debiera señalar otra actividad en la cual alcanza idéntica genialidad a la que logra en el campo filosófico, es preciso decir en seguida que Platón fue uno de los más grandes artistas de la palabra, uno de los escritores más grandes de todos los tiempos, un genio literario con el que muy pocos pueden compararse; de modo tal que en definitiva no se sabe qué admirar más, si al filósofo o al artista, por la riqueza imaginativa, la multiplicidad de recursos a que echa mano, el dominio de la lengua y la capacidad soberana para alcanzar las máximas posibilidades expresivas le la belleza y flexibilidad de la prosa griega.

Se ha dicho que la grandeza del arte griego reside en haber sabido armonizar de manera perfecta la claridad, la racionalidad y la seriedad, por un lado, con la imaginación, la pasión y el brillo, por el otro. En este sentido, Platón es el artista griego por excelencia; su estilo es perfecta combinación de prosa y poesía, con infinita variedad de modos, que van de lo gracioso a lo suntuoso, del humor a la solemnidad, de lo cotidiano al entusiasmo más noble y al fervor religioso, del rigor lógico más exigente a las metáforas y alegorías más poéticas e imaginativas. Maravillosa armonía de broma con seriedad, de lógica con misticismo, de parodia o sátira con alegoría o exhortación moral, de poesía con filosofía, de mito y ciencia, de intuición y erudición, nadie ha sabido hermanarlos como él. "Nadie ha pensado en igual estado de gracia ni llegó hasta profundidades tan pavorosas iluminado por la luz solar de la belleza" (E. Martínez Estrada). Su estilo:

No tiene igual por su flexibilidad y variedad extraordinaria: frases cortas ligeras y delicadas que vuelan rápidamente; preguntas y respuestas que se entrecruzan con viveza; imitaciones burlescas de Lisias, de Pródicos o de Gorgias, tan perfectas que los sabios no pueden distinguir la copia del modelo. Y al lado de estas partes cómicas, las hay conmovedoras y tiernas. Con mucha frecuencia, el estilo es elevado, lírico. Platón se siente poseído del entusiasmo de la inspiración, como el poeta a que en el Ion se refiere, se eleva sin esfuerzo hasta lo sublime. Y todos estos tonos diversos están tan bien unidos que el lector pasa sin chocarle de uno a otro.[133]

Ocuparse de Platón -y lo mismo vale, en parecida medida, de los presocráticos, de Aristóteles, etc.- puede parecer ocuparse de antigüedades. Sin embargo, ello es una ilusión, como la de! que viera sólo el follaje de un árbol y desdeñara ocuparse de las raíces y del suelo en que se nutren. Platón es incomparablemente más "actual" que la mayoría de los autores contemporáneos, si denominamos "actual", no a quien simplemente mantiene su existencia biológica, sino a quien tiene algo que decir y enseñar en nuestro tiempo. Porque Platón está vivo en cada una de las manifestaciones de nuestra cultura; más todavía, en lo que cada uno es, y si no lo notamos es justo porque damos por cosa nuestra lo que en realidad es fruto de nuestra historia. En esta historia nuestra. Platón es factor esencial, tan esencial que puede decirse, sin temor a exagerar, que si no hubiese existido Platón seríamos muy diferentes de lo que efectivamente somos -seríamos de una manera que no podemos siquiera imaginar, entre otros motivos porque nuestra imaginación es, también ella, en buena medida, imaginación platónica. Su influencia sobre el pensamiento filosófico, científico, político y religioso, así como sobre el arte, es literalmente inconmensurable -tanto, que trazar la historia de la influencia de Platón hasta nuestros días equivaldría a hacer la historia entera de la cultura occidental.[134]


2. Planteo del problema


Como su maestro Sócrates, Platón está persuadido de que el verdadero saber no puede referirse a lo que cambia, sino a algo permanente; no a lo múltiple, sino a lo uno. Ese algo invariable y uno lo había encontrado Sócrates en los conceptos: lo universal y uno frente a la singularidad y multiplicidad de los casos particulares (cf. Cap. IV, § 5). Pero -y aquí comienza la crítica de Platón- Sócrates, por una parte, no se preocupó por aclarar convenientemente la naturaleza del concepto, su status ontológíco; y, por otra parte, limitó su examen al campo de los conceptos morales -piedad, justicia, virtud, valentía, etc.-, de modo que no llegó a encarar el problema en toda su universalidad. Platón se propondrá completar estas dos lagunas: precisar, de un lado, la índole o modo de ser de los conceptos -que llamará "ideas"-, e investigar, de otro lado, todo su dominio: no sólo' los conceptos éticos, sino también los matemáticos, los metafísicos, etc.
Hay un saber que lleva impropiamente este nombre, y es el que se alcanza por medio de los sentidos, el llamado conocimiento sensible; en realidad, no debiéramos llamarlo "conocimiento", sino meramente opinión (doxa \dóxa\), porque es siempre vacilante, confuso, contradictorio: el remo fuera del agua nos parece recto, hundido en ella se nos muestra quebrado (cf. Cap. I, § 6). Este tipo de "conocimiento" es vacilante y contradictorio porque su objeto mismo es vacilante y contradictorio, se encuentra en continuo devenir, según enseñó Heráclito (cf. Cap. II, § 2), a quien en este sentido sigue Platón. Si nuestro saber se edificase sobre las cosas sensibles, la consecuencia entonces sería el relativismo, consecuencia que justamente sacó Protágoras: "el hombre es la medida de todas las cosas" (cf. Cap. IV, § 2).
Ahora bien. el verdadero conocimiento deberá ser de especie totalmente diferente del que proporcionan los sentidos; no vacilante y contradictorio, como el que la percepción suministra, sino constante, riguroso y permanente, como cuando, por ejemplo, se afirma que "2 más 2 es igual a 4": porque esto no es verdad meramente ahora o en una cierta relación, sino siempre y absolutamente. La ciencia, pues, el verdadero conocimiento, habrá de referirse a lo que realmente es (según había sostenido Parménides respecto del ente, cf. Cap. II, § 4, y Sócrates respecto de los conceptos). El objeto de la ciencia, entonces, no puede ser lo sensible, siempre vacilante y cambiante, s-no lo uniforme y permanente, que es lo único que puede realizar la exigencia de la ciencia. Precisamente, Sócrates lo convenció de que hay conocimiento objetivo, válido para todos: el conocimiento que nos dan los conceptos, las definiciones, las esencias. Frente al cambio y a lo relativo, tras de lo cambiante y aparente, Platón busca lo inmutable y absoluto, lo verdaderamente real, única manera, a su juicio, de hacer posible la ciencia y la moral.


3. El modo de ser de lo sensible, y el de las ideas. Los dos mundos.


Como lo permanente e inmutable no se encuentra en el mundo de lo sensible, Platón postula otro mundo, el mundo de las "ideas" o mundo inteligible, o lugar "supraceleste", del que el mundo sensible no es más que copia o imitación.

La palabra "idea" (en griego eidoV [eidos], idea [idea]) proviene del verbo eodw (eido), que significa "ver"; literalmente, "idea" sería lo "visto", el "aspecto" que algo ofrece a la mirada , la "figura" de algo, su "semblante", por ejemplo, el aspecto o figura que presenta esto que está aquí, esta silla. En Platón, la palabra alude, no al aspecto sensible, sino al "aspecto" intelectual o conceptual con que algo se presenta; por ejemplo, en nuestro caso, el aspecto, no de ser cómoda o incómoda, roja o verde, sino el aspecto de ser "silla" -lo cual, es preciso observarlo bien, no es nada que se vea con los ojos del cuerpo, ni con ningún otro sentido (no hay, en efecto, ninguna sensación de "silla", sino sólo de color, o sabor, o sonido, etc.), sino solamente con la inteligencia: por eso se dice que se trata del aspecto "inteligible", es decir, de la "esencia". (Conviene por tanto, al estudiar a Platón, prescindir de todo lo que sugiere corrientemente la palabra "idea" en el lenguaje actual, que nos hace pensar en algo psíquico, mientras que[para Platón las ideas son algo real, cosas, más todavía, las cosas verdaderas, metafísicamente reales, más reales que montañas, casas o planetas).
Para aclarar mejor la índole de las "ideas" y su diferente modo de ser respecto de las cosas sensibles, conviene hacer referencia a un pasaje del Fedón,[135] que el lector hará bien en estudiar atentamente. Allí Platón establece la diferencia entre las cosas iguales, de una parte, y la idea de lo igual (lo igual en sí o la igualdad misma), de la otra. En síntesis, el texto dice lo siguiente. Supóngase un leño (1) igual a otro (2), menor que un tercero (3) y mayor que un cuarto (4). a) En primer lugar, obsérvese que el leño 1 es igual al 2, menor que el 3 y mayor que el 4, es decir, que el leño 1 es a la vez, igual y no-igual, pues es menor y mayor, esto es, que es contradictorio. Pero la igualdad, o, como también dice Platón, "lo igual en sí", la idea de igualdad, no es igualdad en cierto respecto y en otros no, no se convierte en la idea de la desigualdad (si esto sucediera, no podríamos pensar), sino que es siempre la igualdad, perfectamente idéntica a sí misma. b) En segundo lugar, se puede cortar en dos el leño 1, y entonces el leño, que era igual al 2, se habrá convertido en menor, habrá dejado de ser igual, habrá desaparecido como igual; y desaparecerá absolutamente si se lo quema.
Pero la igualdad misma no se la puede cortar y convertirla en lo menor, ni se la puede destruir, c) En tercer lugar, las cosas iguales, como los leños, son sólo imperfectamente iguales, tanto por todo lo que se acaba de decir, cuanto por la circunstancia de que, observados con mayor precisión -con una lupa, v. gr.-, revelarían diferencias. Las cosas iguales, pues, "aspiran" a ser como la igualdad en sí, pero en el fondo siempre les falta algo para serlo plena o perfectamente, son insuficiente o imperfectamente iguales, deficientemente iguales. En general, las cosas sensibles no son plenamente, sino que constituyen una mezcla de ser y no-ser. -Quizás pueda lograrse una noción aproximada de lo que se va diciendo si se piensa en la relación que hay entre el triángulo del que se ocupa el matemático, y la figura que dibuja en la pizarra; el dibujo se parece o imita al triángulo -al triángulo en sí, o, si se prefiere decirlo de otra manera, a la triangularidad-, pero evidentemente no son lo mismo. Cuando el geómetra dice que "la suma de los ángulos interiores del triángulo es igual a dos rectos", piensa en el triángulo en general, en la triangularidad, y no en ese o aquel triángulo particular, o, mejor dicho, en esa figura aproximadamente triangular que ha dibujado en la pizarra: ésta tendrá que ser o equilátera, o isósceles, o escaleno, y el triángulo a que se refiere el teorema es cualquiera de los tres; si además nos refiriésemos sólo a los triángulos equiláteros, tampoco saldríamos del paso, porque el triángulo dibujado tiene ciertas dimensiones determinadas, en tanto que el equilátero en que piensa el geómetra se refiere a cualquiera, tenga las dimensiones que tuviere; por último, observada con detención, toda figura triangular resulta ser imperfecta (por ejemplo, porque con una lupa se vería que el segmento que constituye uno de sus lados no es perfectamente rectilíneo, sino irregular). Por tanto, no es lo mismo el triángulo en sí -la idea "triángulo"- que las cosas o figuras sensi­bles triangulares.
Se desprende entonces de todo lo anterior que las cosas iguales (o las cosas triangulares) -y, generalizando, las cosas sensibles- son contradictorias, cambiantes e imperfectas, en tanto que la igualdad (o la triangularidad) -y, en general, todas las ideas- son idénticas, inmutables y perfectas. Por ende, cosas sensibles e ideas representan dos órdenes de cosas, dos modos de ser, totalmente diferentes. La belleza es siempre la belleza; en cambio las cosas o personas bellas, por más hermosas que sean, llega un momento en que dejan de serlo, o simplemente desaparecen. Por ello es también diferente nuestro modo de conocerlas; las cosas iguales se las conoce mediante los sentidos (y por ello cosas de este género se llaman cosas sensibles), en tanto que la igualdad no se la ve, ni se la toca ni oye, ni la capta ninguno de los otros sentidos, sino que se la conoce mediante la razón, mediante la inteligencia (por ello de la igualdad, de la belleza, la justicia, etc., se dice que son entes inteligibles).
Pero si bien cosas sensibles e ideas representan dos órdenes diferentes del ser, con todo hay entre ambos una relación, que Platón dice es una relación de semejanza o copia o imitación; relación que, al ver las cosas iguales, nos permite pensar en la igualdad, a la manera como, al ver el retrato de un amigo, nos acordamos del amigo, justamente porque hay similitud entre el retrato y él. Del mismo modo, las cosas bellas se asemejan a la belleza, las cosas buenas al bien, las cosas justas a la justicia, etc.
Mas para que al ver el retrato de Pedro yo me acuerde de Pedro o reconozca que es retrato de Pedro, es preciso que antes haya conocido a Pedro; de otra manera, no lo reconocería. Del mismo modo, si al ver dos leños iguales reconocemos allí la igualdad, aunque la igualdad misma no la "vemos", esto supone que de alguna manera ya conocíamos la igualdad; no podríamos pensar que dos cosas sensibles son iguales, si no supiésemos ya de alguna manera qué es la igualdad, así como no podemos decir que un objeto es hermoso sin tener previamente el conocimiento de la idea de belleza, o decir que tal figura es triangular sin saber qué es el triángulo; la igualdad, la belleza, la triangularidad son, respectivamente, el "modelo" que cada una de estas cosas "imita", y sólo su conocimiento "previo" permite reconocerlas como iguales, bellas o triangulares -de modo semejante como en el caso del retrato de Pedro. Y como en este mundo sensible no se percibe la igualdad, la belleza ni la triangularidad (sino sólo se ven cosas singulares iguales, bellas, triangulares), es preciso que el conocimiento de las ideas lo hayamos adquirido "antes" de venir a este mundo.
Así, al menos, se expresa Platón. Antes de nacer, el alma del hombre habitó el mundo de las ideas, donde las contempló y conoció en su totalidad y pureza. Al venir a este mundo y a este cuerpo, atraviesa un río, el Leteo, el río del Olvido, y ese saber suyo de las ideas se olvida, si bien queda latente, de manera que ahora, con ocasión de las cosas sensibles que ve, lo va recordando más o menos oscuramente: al ver leños iguales, "recordamos" la igualdad, al ver cosas bellas recordamos la Belleza, etc. "Aprender no es sino recordar" (Fedón 72 e; Menón 81 a ss; cf. Cap. IV, § 7). No obstante, conviene tener claramente presente que tales referencias a una vida anterior, el Leteo, etc., en parte no son propiamente "explicaciones", sino "mitos", es decir, "relatos" donde lo predominante es lo poético o figurativo, y no lo conceptual; se trata de alegorías, de símbolos, que no es preciso, naturalmente, tomar al pie de la letra. Quizá Platón no encontró una explicación conceptual que le pareciese verdaderamente suficiente, y entonces recurrió al mito; o quizá considerase que en este terreno cualquier conceptualización sería fatalmente insuficiente, en tanto que el mito permite una amplitud de interpretaciones que lo hace singularmente apto para tales temas. El hecho es que recurrió a este expediente de la pre-existencia del alma.


4. El conocimiento a priori


Mas fuera de ello lo que fuese, lo que primordialmente interesa es la afirmación de tal tipo de conocimiento independiente del conocimiento sensi­ble, lo que se llama conocimiento a priori (cf. Cap. IV, § 7). Que haya tal conocimiento, es un hecho, no asunto de discusión; la discusión tendrá lugar tan sólo respecto de la forma de explicarlo. Y se trata de un hecho tan importante, que en cierto modo podría decirse que toda la filosofía gira en torno a esta cuestión. Por ello conviene precisar su sentido, sin perjuicio de que más adelante, cuando se hable de Kant, se tenga que volver otra vez sobre el tema (cf. Cap. X, § 4).
Conocimiento a priori quiere decir conocimiento -no "anterior" temporalmen­te, sino independiente de la experiencia-; no que se lo haya obtenido sin experiencia ninguna, sino un conocimiento tal que, cuando se lo piensa con claridad, nos damos cuenta de que la experiencia no puede jamás cambiarlo, ni tampoco fundamentarlo, porque lo que afirma vale con independencia de lo que la experiencia diga. Conocimiento de este tipo es, por ejemplo, la afirmación "dos más dos es igual a cuatro". Esto lo hemos aprendido, sin duda, con ayuda de la experiencia; por ejemplo, valiéndonos de un ábaco, o de los dedos de la mano; pero esa experiencia no ha sido más que una ayuda para pensar algo que no es nada empírico y jamás puede representarse empíricamente de modo adecuado, puesto que ni el "dos" ni el "cuatro" son cosas sensibles, y, en general, no lo es lo que la proposición enuncia. Todo conocimiento empírico es particular y contingente, es decir, se limita a un número dado de casos, y siempre dice meramente que algo es así (si bien podría haber sido de otro modo). Por tanto, si la proposición "dos más dos es igual a cuatro" fuese un conocimiento empírico, en rigor tendríamos que decir: "hasta donde se ha observado, dos más dos es igual a cuatro; pero quizá mañana, o en otro lugar, no suceda así". Sin embargo, no es esto lo que decimos; estamos siempre dispuestos a corregir los conocimientos empíricos, como, por ejemplo, hubo que corregir la afirmación "todos los cisnes son blancos" el día en que se encontró cisnes que no lo eran; pero tal corrección no cabe en nuestro ejemplo, porque aquí se trata de una afirmación universal y necesaria, es decir, que vale para todos los casos, y que forzosamente tiene que ser así y no puede ser de otra manera. Y por ello no sólo podemos decir, en general, que "dos más dos es igual a cuatro", sino también que "dos sillas más dos sillas son cuatro sillas", o que "dos marcianos más dos marcianos son cuatro marcianos", aunque no hayamos jamás visto marcianos ni sepamos si existen o no; pero nuestra afirmación, precisamente por ser a priori, por ser necesaria, exige que la experiencia se amolde a ella. Si se tratase de un saber empírico, yo no podría saber con seguridad si "dos sillas más dos sillas..."; tendría que esperar a confirmarlo empíricamente; pero sabemos bien que tal espera sería ridícula: no hace falta más que pensar nuestra proposición para saber que la experiencia tendrá que sujetarse a ella forzosamente. El conocimiento a priori no se refiere a los hechos, no es un conocimiento de hecho (de facto), contingente, sino de derecho (de jure), necesario. La diferencia entre conocimiento empírico y conocimiento a priori es una diferencia, entonces, que se refiere al valor del conocimiento. (Por eso se trata de una cuestión que no puede resolver, por ejemplo, la psicología; ésta es una ciencia empírica, una ciencia de hechos, que precisamente por ello no puede plantearse, ni menos aun resolver, el problema del valor del conocimiento. La psicología puede describir los pasos a través de los cuales el niño aprende a contar y llega, finalmente, a la afirmación "dos más dos es igual a cuatro", nos narra lo que empíricamente ocurre en un número determinado de sujetos; pero cuando se enuncia aquella proposición, no se dice lo que de hecho ocurre, sino lo que forzosamente tiene que ser. Cf. Cap. II, notas 41 y 42).


5. Los dos mundos; doxa y episteme


Según Platón, entonces, resulta haber dos mundos o dos órdenes del ser: el mundo sensible, de un lado, el mundo de las ideas o mundo inteligible, del otro; y consiguientemente hay dos modos principales de conocimiento, la doxa u opinión, y la episteme (episthmh el conocimiento propiamente dicho o "ciencia".[136] Todo esto recuerda a Parménides, quien también separaba el mundo sensible y la opinión, del ente único, inmutable, inmóvil, cognoscible mediante la razón (cf. Cap. II, §§ 4 y 5). Sin embargo, para Parménides se trataba, en el fondo, de la diferencia entre el ente y el no-ente, de manera que el mundo sensible equivalía a la nada, de la cual no puede haber conocimiento ninguno, sino sólo ignorancia; en tanto que con Platón el problema está planteado de manera más matizada, en términos menos extremos. En efecto, el mundo sensible no es para él pura nada, sino que tiene un ser intermedio, imperfecto; pero, de todos modos, algo de ser; no es el verdadero ser, inmutable, permanente, que corresponde a las ideas, sino que se trata de una mezcla de ser y no-ser, y por eso todo allí es imperfecto y está sometido al devenir; y lo que tiene de" ser, lo tiene en la medida en que copia o imita -siempre imperfectamente- a las ideas. De manera que entre el ser pleno -las ideas- y el no-ser absoluto, se intercala el mundo del devenir, el de las cosas sensibles, que son y no son, que participan, copian, dependen de las ideas. Sintéticamente, podríamos trazar el siguiente cuadro de los caracteres respectivos de los dos mundos:


Ideas
Cosas sensibles
únicas (una sola idea de belleza,
múltiples (muchas cosas bellas, etc.)
una sola idea de igualdad, etc.)

inmutables (no devienen)
mutables (devienen)
idénticas a sí mismas
contradictorias
intemporales
temporales
necesarias y universales
contingentes y particulares
participadas
participantes
modelos
copias, imitaciones
independientes
dependientes
realidades
fenómenos
perfectas
imperfectas


Por último podría decirse que las ideas son "trascendentes" respecto del mundo sensible, es decir, que constituyen una realidad que está más allá de este[137]


6. Grados del ser y del conocer


Lo que se acaba de decir es todavía demasiado sucinto y general; en efecto, es necesario precisar las subdivisiones de ambos mundos y sus respectivos modos de conocimiento. Ello lo realiza Platón en la República, 509 d - 511 e, valiéndose de un segmento, en lo que se conoce como ejemplo o paradigma de la línea, un diagrama o esquema con que se representan las distintas zonas o grados del ser, desde la nada hasta el ser en toda su plenitud, y, paralelamente, los grados del saber, desde la ignorancia hasta el conocimiento absoluto.

Se traza un segmento AE y se lo divide en dos porciones desiguales, AC y CE, siendo CE mayor que AC para simbolizar el mayor grado de ser (o realidad) y de verdad que tiene el mundo inteligible respecto del sensible (o "visible", según dice Platón). Cada uno de estos dos segmentos se vuelve a dividir, conservando la misma proporción anterior, de tal manera que resulte AB:BC::CD:DE::AC:CE. Por cada uno de estos puntos se trazan perpendiculares, procurando destacar la horizontal que pasa por C, que señala la separación entre los dos mundos. A la izquierda del segmento AE se indicarán los distintos grados de la realidad; a la derecha, los grados del saber. Por debajo del punto A se encontrará, de un lado, la nada, el no-ente, y del otro, la ignorancia más absoluta. Por encima de E se colocará aquella idea que, según Platón, es la idea suprema, la Idea del Bien, a la que también llama la "Idea de las ideas". (El no-ente, su opuesto absoluto, representará entonces el mal; cf. Cap. IV, § 6). El cuadro será, pues, el siguiente:




Los dos segmentos principales, AC y CE, corresponden, según se ha dicho, a los dos mundos: AC representa el dominio de lo que Platón llama "lo visible", y también "lo opinable", el mundo del devenir o mundo de la opinión (dóxa), porque se lo conoce precisamente merced a esta forma de saber. Es el mundo en que se mueve todo saber vulgar y el único mundo que conocen los que Platón llama "amantes de las apariencias" (filodóxos). En cambio CE representa el mundo inteligible, la verdadera realidad, los entes que son sin devenir ni cambio ninguno; se lo conoce mediante la epistéme, "ciencia" o conocimiento propiamente dicho. Es el mundo que reconocen los verdaderos "amantes de la sabiduría", es decir, los filósofos (de filoV [filos], "amante", y sofia [sofía], "sabiduría").


7. El mundo de la dóxa


El segmento AB corresponde a los entes cuyo ser es el más débil posible por así decirlo (porque más abajo de ellos no hay sino puro no-ser): entes como las sombras, las imágenes que se proyectan en los espejos o en cualquier otra superficie parecida, los sueños. El estado de espíritu correspondiente lo llama Platón eikasía, eikasia  {imaginación o conjetura). Está claro que hay gran diferencia entre la sombra de un caballo, de un lado, o su imagen en un espejo, o un caballo simplemente soñado, y por otro lado, el caballo mismo que se ve o se toca: la sombra o el reflejo no tienen sino dos dimensiones, y la sombra no hace además sino representar el contorno del caballo; en cuanto al sueño, no se trata más que de una imagen psíquica, que se desvanece rápidamente. En la medida en que en estos casos tomásemos la sombra, la imagen o el sueño por la realidad, nos encontraríamos en un estado de eikasía. Un notable ejemplo -que Platón, naturalmente, no conoció, pero que ilustra muy bien el tema que nos ocupa- se lo encuentra en el cine; porque lo que allí se nos ofrece no son sino sombras proyectadas sobre la pantalla, pero sombras que, en la medida en que la película nos interesa, nos hacen reír o llorar como si se tratase de la vida real.
Tomando ahora un caso referente al campo moral,[138] podría decirse lo siguiente. La justicia es una idea que, como tal, estaría colocada en el segmento DE de nuestro esquema. Todo sistema jurídico o sistema de gobierno efectivamente existente en alguna parte, sería un tipo de cosa sensible (segmento BC), que, como toda cosa sensible, no podría realizar, sino de manera imperfecta, la idea de justicia,[139] porque lo perfecto es siempre sólo la idea, y sus manifestaciones o copias sensibles suponen necesariamente una degradación o deformación de la misma; así las leyes de Atenas, por ejemplo, que encarnan de manera imperfecta (para Platón, quizá de manera demasiado imperfecta) la idea de justicia. Piénsese ahora en un abogado que, para defender a su cliente, tergiversa la ley ateniense en su alegato, tratando de presentar como justo o disculpable lo que según esa ley es injusto y punible: aquí la ley estaría deformada de manera análoga a como el caballo resulta deformado en su sombra, y quien resultase convencido por el abogado, es decir, quien creyese que la justicia es tal tergiversación, se encontraría en estado de eikasía.
Otro ejemplo se encuentra en el libro X de la República, donde Platón hace una crítica de las artes plásticas y, con más precisión, de la teoría imitativa de las mismas. Allí señala que lo que un pintor, v.gr., representa en el cuadro es una imagen o copia (AB) de un objeto sensible (BC), como, digamos, un lecho, el que, a su vez, lo ha fabricado el carpintero pensando en la idea de cama. Como la cama sensible (BC) es "copia", o mejor[140] "representación", de la idea, la imagen pintada será copia de una copia, es decir, estará dos grados separada de la verdadera realidad; y, además, no representa la cama sensible tal como es en sí, sino tal como se nos aparece en determinada perspectiva, a cierta distancia, y todo ello en dos dimensiones. (Se cuenta de un pintor de la época, Zeuxis, que había representado en el cuadro unas uvas con tanta perfección, que los pájaros al verlas se pusieron a picotearlas tomándolas por uvas reales; los pájaros se encontraban en estado de eikasía).
Pues bien, Platón critica este tipo de arte imitativo en cuanto tiende a producir en nosotros tales nociones erróneas, que tiende, en una palabra, a engañarnos, cosa que puede ocurrir, no sólo con la pintura, sino en general con todo arte, por ejemplo, con la literatura. Más todavía, sostiene que frecuentemente se emplea el arte para producir nociones ilusorias y estimular deseos que debieran ser reprimidos, o, en todo caso, no excitados; y, en efecto, sabemos bien cómo esto ocurre en el cine, la literatura, y, peor aun, en la política y en la propaganda en casi todas sus formas. En este sentido Platón percibió con toda claridad los engaños y peligros a que puede conducir la literatura y sobre todo la retórica, la sofística, en tanto arte capaz de no dejar ver las cosas tales como son, sino de interponer imágenes falaces con las que se nos deforma la realidad.
Sin embargo, conviene entender rectamente a Platón y su "condena del arte", y no caer en las deformaciones fáciles de que su doctrina ha sido víctima. En primer lugar, lo anterior no representa más que un aspecto de la teoría platónica general del arte, su crítica al arte imitativo y los peligros de éste: "todo lo que [allí] dice está dominado por la idea de que el artista nos da sólo la apariencia externa de las cosas". Pero en otros lugares de su obra, y considerando la cuestión desde otras perspectivas, se encuentra una versión mucho más "positiva", por así decirlo. Para no salir de la República, téngase en cuenta que en el Libro III el arte está tomado en el buen sentido, con la función de presentar imágenes de la virtud, la justicia, el dominio de sí, etc., con el fin de que el espíritu aprenda a reconocerlas. "Su idea general del arte puede expresarse de la siguiente manera: la función propia del arte consiste en colocar ante el alma imágenes de lo que es intrínsecamente grande o hermoso, y ayudar así al alma a reconocer lo grande o hermoso en la vida real; cuando el arte hace equivocar a la gente haciendo que tomen por más que apariencia lo que sólo es apariencia, no cumple su debida función".[141] -Con todo, podría señalarse que de esta manera Platón subordina el arte a la moral, mientras que a nosotros, en nuestra época, nos parece que el arte tiene valor en sí, independientemente de consideraciones morales, políticas o lo que fuese. Es preciso, sin embargo, tener en cuenta que la idea del "arte por el arte" es una idea típicamente moderna, totalmente desconocida en la antigüedad. Entre los griegos, además, el arte, la literatura, estaban vinculados a su vida de manera tan íntima, de la que apenas podemos hacernos una idea. A falta de libro sagrado, como la Biblia, los poetas representaban para los griegos un papel parecido: constituían la base de toda su educación, sus escritos desempeñaban la función de código ético, y hasta la legislación podía fundarse en los poetas. En cierta ocasión, Atenas y Megara disputaban acerca de a cuál de las dos debía pertenecer la isla de Salamina; el arbitro, un espartano, dictamina que la isla pertenece a Atenas, porque cuando en la Iliada (II, 564 ss.) se hace el catálogo de las naves de los griegos que sitiaban Troya, las naves de Salamina aparecen al lado de las atenienses. Se comprende, por ende, que el arte tuviese entonces una importancia directa y concreta sin comparación con lo que ocurre en nuestra época, y que Platón se viese obligado a juzgarlo en tal contexto.
El segmento BC se refiere a las cosas sensibles propiamente dichas, como las casas, los caballos, las montañas; el estado del espíritu mediante el cual las captamos se llama pístis (pistiV), "creencia" (quizá, muy libremente, podría traducirse por "sentido común", en la medida en que el sentido común considera que estos objetos sensibles representan la verdadera realidad). En el campo ético, la pístis consiste en creencias morales correctas acerca de lo que debe hacerse, pero que no están acompañadas de conocimiento (epistéme) y, en tal sentido, son "ciegas",[142] aunque suficientes para la acción. Mas en la medida en que están ligadas a casos particulares, y el que las posee, justo por ser "creencias" y no conocimientos, es incapaz de "dar razón" de ellas, son imperfectas, inseguras y vacilantes, como toda cosa sensible. Puede recordarse el caso de Laques: este general, sin duda, era valiente y capaz de comportarse como tal en la batalla; pero puesto frente a casos diferentes de aquellos para los cuales había sido entrenado, caía en la confusión, por no ser capaz de "dar razón" de lo que la valentía fuese, por no poder definirla o dar su fundamento racional (cf. Cap. IV, § 5). Puede ocurrir, entonces, que puesta frente a tales dificultades, la "creencia" que alguien sostiene termine viniéndose abajo. En todo caso, el percatarse de la contradicción que afecta a todas las cosas sensibles, lleva a que el espíritu busque un saber que merezca este nombre -o bien conduce al escepticismo o al relativismo, que es lo que Platón se propone evitar.


8. El mundo inteligible


Con esto pasamos por encima de la horizontal trazada en C y penetramos en el mundo inteligible -paso que representa, en la alegoría de la caverna, cf. § 14, la salida del prisionero fuera de este antro, es decir, la salida del mundo de las apariencias, para penetrar en la zona del verdadero ser. Dentro del esquema de estudios que Platón proyecta en la Republica (535 a - 541 b) se trata del paso a la enseñanza superior.

El segmento CD se refiere a las ideas matemáticas; y, podría agregarse a los conceptos fundamentales de todas las ciencias particulares, suponiendo que Platón hubiese conocido el desarrollo posterior de las mismas (en su tiempo las únicas ciencias particulares relativamente desarrolladas eran las matemáticas).[143] El modo típico de conocer estos entes, se llama diánoia, dianoia, (entendimiento).
La primera característica de la diánoia consiste en que se vale de diagramas o dibujos como representaciones imperfectas de los entes a que se refiere, que son objetos del pensamiento puro; tales ilustraciones sirven, entonces, a modo de puente para pasar de lo sensible a lo inteligible: el triángulo dibujado en la pizarra, por ejemplo, no es el triángulo a que el matemático se refiere en sus demostraciones, pero sirve de ayuda para pensar en éste (cf. más arriba, § 3). Este paso de lo sensible a lo inteligible se da en todas las ciencias, no sólo en las matemáticas: el estudio de las ciencias (si se prescinde quizá de las meramente descriptivo-empíricas, como la anatomía o la geografía) nos obliga a abandonar el puro testimonio de los sentidos y a confiar más bien en el pensamiento; el físico, por ejemplo, encuentra la fórmula que explica todos los fenómenos de su campo, en última instancia, en la ley de gravedad, y está claro que ésta, la afirmación según la cual la fuerza es igual al producto de las masas dividido por el cuadrado de la distancia, no es un hecho perceptible, sino una ley que pensamos (en términos de Platón, una "idea"). En la medida en que las matemáticas ofrecen tal puente que lleva de lo sensible a lo inteligible, se comprende la importancia que Platón les concede como estudio propedéutico respecto de la "dialéctica" o filosofía: sirven como preparación, para que el espíritu del estudiante se vaya habituando a pensar abstractamente, sin ayuda de las cosas sensibles; en la República prescribe diez años de estudios matemáticos previos a quien haya luego de dedicarse a la filosofía, y se cuenta que a la entrada de la Academia había una inscripción que decía: "nadie entre aquí si no sabe matemáticas".
La segunda característica de la diánoia -y, puede decirse, del conocimiento científico en general (cf. Cap. III, §§ 3 y 9)- es la de ser un conocimiento hipotético, un conocimiento que parte de "hipótesis". Este término no tiene en Platón el sentido con que se lo usa hoy día en la ciencia, para referirse a una teoría probable, pero que puede resultar verdadera o falsa. "Hipótesis" significa, literalmente, "puesto [thesis] debajo [hypó]", es decir "sub-puesto", "supuesto". Se trata, entonces, de los supuestos propios de toda ciencia: la aritmética, por ejemplo, parte de la afirmación (o supuesto) del número, la geometría de la del espacio, etc., pero ese supuesto o punto de partida mismo no lo discuten; sim­plemente proceden a partir de él. Por ello se dice en la República (533 b - c) que las ciencias "sueñan" acerca del ente del cual se ocupan, que no están "despiertas" respecto de ello. El término diánoia se refiere a este tipo de pensar que va de algo que se da por supuesto a las conclusiones que de ello se desprenden. La deficiencia o imperfección, si así puede decirse, de la diánoia reside entonces en que admite su punto de partida como si fuese algo independiente o autosuficiente, puesto que no da razón de él; pero la verdad es que la hipótesis no es nada que se baste a sí mismo, y por eso necesita que se la fundamente, aunque en ello no consiste la tarea de la matemática, ni de la ciencia en general. Por el contrario, es ésta faena de la filosofía o "dialéctica", como la llama Platón. Con lo cual se pasa al segmento DE.
En efecto, el conocimiento filosófico es aquel en el cual se da razón de cada idea hasta llegar a un principio que sea efectivamente autosuficiente, anhipotético. Si viésemos el mundo de las ideas completo, y tal como él es, veríamos un cosmos, una totalidad ordenada, especie de organismo donde las ideas están conectadas entre sí formando una estructura armónica -en tanto que las ciencias consideran sus campos respectivos como si fuesen independientes de todo lo demás. Veríamos, entonces, un verdadero cosmos, una totalidad de sentido, donde cada idea ocupa el lugar que le corresponde según las relaciones que tiene con las otras -organismo que culmina en una idea suprema, la Idea del Bien, de la que todo lo demás depende, siendo ella absolutamente independiente, principio incondicionado (anupoqetoV  arch, anhypóthetos arjé): aquí todo "¿por qué?" ya habría desaparecido, porque "en la medida en que se pueda preguntar '¿por qué?' el ideal del conocimiento no está satisfecho. Preguntar '¿por qué?' es lo mismo que preguntar '¿de qué depende esto?",[144] y aquí habríamos llegado a un principio incondicionado, o, como dice el Fedón (101 d, e), a "algo suficiente" (ti ikanon, ti hikanón). Desde luego, el logro perfecto de tal conocimiento no es una posibilidad humana, sino un desiderátum, un ideal; pero un ideal que expresa, según Platón, la meta a que todo hombre aspira y a que todo conocimiento tiende.
Este modo de conocimiento, que Platón llama nóesis (nohsiV), "inteligencia", se caracteriza en primer lugar por ser puramente intelectual, sin ningún elemento sensible, imágenes o ejemplos, como en el caso de la diánoia: es conocimiento de puras ideas donde todo queda perfectamente comprendido. En segundo lugar, es un conocimiento absoluto, no-hipotético, porque cada idea -la idea de número, de que parte el matemático; la de movimiento, de que parte el físico, etc.- se ofrecerá dentro de una serie o escala, relacionada con las ideas superiores y con las inferiores, y de modo tal que la totalidad misma esté unificada por el principio supremo, que es la Idea del Bien. De manera que conocimiento y ente son la contraparte el uno del otro, de tal modo que al ser más pleno corresponde el conocimiento más completo o perfecto: "lo absolutamente ente es absolutamente cognoscible".[145] "La unidad final en que se encuentran ambos, Conocimiento y Ente, es la Idea del Bien, que por lo tanto es la causa suprema y última del universo."[146]
Resulta, entonces, que ciencia y filosofía (dialéctica) difieren en que el hombre de ciencia va de la hipótesis a las consecuencias que de ella se desprenden, en tanto que el filósofo parte de la hipótesis en busca de un principio no-hipotético. Para la ciencia, la hipótesis es una barrera, más allá de la cual no puede proceder, en tanto que la filosofía trata de eliminar o superar las hipótesis (taV upoqeseiV anairousa  [tas hypothéseis anairoúsa]).[147] Platón, pues, concibe la filosofía "como la única esfera en la cual el pensamiento se mueve con perfecta libertad, no sujeto a ninguna limitación. [...] En consecuencia el pensamiento, cuya naturaleza se ejemplifica imperfectamente en el ideal de las matemáticas, está perfectamente ejemplificado en el de la filosofía; todo el que piensa, y está resuelto a no dejar que nada lo detenga en su pensar, es un filósofo, y por ello Platón está en condiciones de decir que la filosofía (dialektikh [dialektiké]) es lo mismo que el pensamiento (nóesis)”.[148] Lo característico entonces de la naturaleza filosófica, y el rasgo que permite determinar si alguien tiene condiciones para la filosofía o no, es justamente la capacidad de ser "sinóptico" (sunoptikoV [synoptikós])[149], es decir, la facultad de ver a la vez, conjuntamente, las relaciones entre las diversas ideas, lo múltiple en lo uno.


9. La dialéctica


El método de la nóesis es la dialéctica (término que también designa en Platón la filosofía sin más). Una breve referencia a este tema permitirá a la vez observar más de cerca la estructura del mundo inteligible, es decir, las relaciones entre unas ideas y otras.
La dialéctica, vocablo que mentaba, en el lenguaje corriente de la época, simplemente el diálogo, el discurso razonado, significa en la República el arte de la conversación que tiene por meta dar razón de alguna idea, buscando el principio de que depende; en el Sofista, es la técnica de "moverse", por así decirlo, en el mundo de las ideas, determinando las relaciones entre unas y otras según se enlacen entre sí o estén separadas, de modo semejante a como unas letras se combinan con algunas pero no con otras;[150] combinándolas y dividiéndolas según sus articulaciones naturales, tal como un buen trinchador hace con las presas.[151] Según que el orden seguido en el proceso vaya de una idea hacia las que le están subordinadas, o bien hacia las ideas superiores (o, simplemente, de los casos sensibles a la idea), en la dialéctica resaltará el momento de la división (diairesiV [diáiresis]), o bien el de la combinación (sunagwgh) o sinopsis, la dialéctica descendente o la ascendente.
Del procedimiento de división se encuentra un famoso ejemplo en el Sofista, que sirve a la vez para comprender claramente la organización del mundo inteligible. El diálogo se propone definir ese personaje que es el sofista; pero como se reconoce la dificultad de la empresa, se resuelve comenzar con algo más fácil, como tarea preparatoria: se propone definir la pesca con caña.[152] Simplificando un poco, se tendría lo siguiente: Pescar con caña es un arte. Pero hay dos formas de arte: productivo, cuando de lo que se trata es de fabricar algo nuevo, o adquisitivo, cuando el arte consiste simplemente en lograr algo que ya existe; ejemplo de lo primero, fabricar sillas; está claro que la pesca pertenece al segundo grupo. A su vez hay dos formas de arte adquisitivo: uno que consigue su objeto mediante intercambio, otro por medio de su captura. Esta captura, a su vez, puede ser de dos formas distintas: o bien aplicarse a seres inanimados, o a seres animados, tal como en nuestro caso. Pero a los animales se los puede dividir en terrestres y acuáticos, y el arte de apoderarse de estos últimos es lo que se llama, en general, pesca. Mas ocurre que la pesca puede practicarse de dos modos: sea sin herir al pez (valiéndose, por ejemplo, de una red), sea hiriéndolo. Y por último la pesca cruenta o vulnerante puede efectuarse hiriendo al animal de arriba hacia abajo, por medio de un arpón, v. gr.; o hiriéndolo de abajo hacia arriba: y es éste el caso de la pesca con caña. De tal manera se ha llegado a la definición completa de lo que sea la pesca con caña: es el arte adquisitivo, mediante captura, de animales acuáticos, en forma cruenta e hiriendo al animal de abajo hacia arriba.

En resumen, el esquema resultante puede representarse de la siguiente manera:





Como en cada caso se ha hecho la división en dos, se tratará de una división "dicotómica". En el ejemplo se ha considerado sólo una de las divisiones; si se completase cada una de las dos en todos los casos, se obtendría el siguiente esquema:


Si esta figura se invierte, se verá que semeja un árbol, que se conoce con el nombre de "árbol de Porfirio".[153]
Ahora bien, este esquema proporciona una imagen de las relaciones entre las ideas: éstas se encuentran orgánicamente ordenadas, subordinadas las más particulares a las más generales, formando de esta manera una especie de pirámide, cuyo vértice está ocupado por la idea suprema, la "Idea de las ideas", la Idea del Bien; ésta entonces fundamenta todas las demás y les da sentido, y a su luz tan sólo se llega al conocimiento perfecto: un conocimiento (nóesis) para el cual el mundo inteligible se ofrece como gradación de ideas, cada una relacionada con las que le son superiores y con las inferiores, constituyendo un cosmos, una totalidad orgánica fundamentada y unificada por el Bien (por conocer tal totalidad es por lo que antes, § 8 infine, se dijo que el dialéctico o filósofo es "sinóptico").
Como tal tipo de conocimiento depende en definitiva de que se llegue a la idea del Bien como principio absolutamente incondicionado (anhipotético), la dialéctica propiamente dicha es la dialéctica ascendente, que va de lo sensible hacia las ideas, y en último término hasta el Bien. La dialéctica es entonces el "viaje"[154] desde el devenir (génesis, genesiV) hacia el ser (ousia [usía]),[155] desde lo múltiple hacia la suprema unidad, de las apariencias hacia la verdadera realidad, hasta llegar a algo absolutamente firmen superando las hipótesis o supuestos en que se apoya la diánoia. Se lee en la República:

el método dialéctico es el único que, superando las hipótesis, se remonta hacia el principio mismo para pisar allí terreno firme; y al ojo del alma, que está verdaderamente sumergido en un bárbaro lodazal [las cosas sensibles), lo atrae con suavidad y lo eleva hacia lo alto.[156]

Puede decirse también que la dialéctica representa un tránsito desde lo fragmentario hacia esa totalidad orgánica articulada que es el mundo de las ideas presidido por el Bien. Y tal "viaje" es el que realiza el amor (erwV [éros]) en tanto impulso o aspiración hacia lo ideal y lo perfecto a partir de lo parcial, deficiente e imperfecto, de lo que no se basta a sí mismo; porque el amor es justamente el deseo de remediar una carencia. El que ama, ama lo que no posee, desea aquello de que está falto,[157] y en definitiva desea lo perfecto y autosuficiente. De esta manera, el Banquete describe el ascenso del alma[158] desde el amor a un cuerpo bello hasta llegar a la belleza en sí (como un aspecto del Bien). Dice Platón:
He aquí, pues, el recto método de abordar las cuestiones eróticas o de ser conducido por otro: empezar por las cosas bellas de este mundo teniendo como fin esa belleza en cuestión [la idea de Belleza] y, valiéndose de ellas como de escalas, ir ascendiendo constantemente, yendo de un solo cuerpo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas acciones y de las acciones a los bellos conocimientos, hasta terminar, partiendo de éstos, en ese conocimiento [...] que no es conocimiento de otra cosa sino de la belleza absoluta, y llegar a saber por último lo que es la belleza en sí.[159]


10. La Idea del Bien


Hemos dicho que la Idea del Bien es la idea suprema, la "Idea de las ideas"; Platón se refiere a ella en la República (502 c - 509 c), y comienza por advertir que, justo por tratarse de la idea suprema, es muy difícil alcanzarla y hablar de ella tal como es en sí misma;[160] por ello propone, no tratar del Bien en sí mismo, sino comparándolo con el sol. En efecto, para ver algo no basta con el ojo y la cosa visible, sino que es preciso también la luz, que el sol otorga. De modo semejante, no basta con el "ojo" del alma y las cosas inteligibles o ideas, sino que es preciso además un principio que a las ideas las haga aptas para ser captadas, que las haga cognoscibles; esto es justamente lo que hace el Bien: es lo que otorga inteligibilidad a las ideas. En esta perspectiva, el Bien es fundamento gnoseológico. Pero además el sol, con su luz y calor, les presta vida a las cosas de este mundo, y, en tal sentido, las hace ser; de modo semejante, el Bien hace ser a las ideas. Por este lado, entonces, el Bien es fundamento ontológico. Y en cuanto que es origen o principio del ser, el Bien está más allá del ser mismo (de ahí, sin duda, la dificultad para hablar de él, según señala Platón al comienzo del pasaje). Dice entonces:

A las cosas cognoscibles [o inteligibles; se refiere a las ideas] no sólo les adviene por obra del Bien su cognoscibilidad, sino además se les añaden, por obra también de aquél, la realidad y el ser; pero el Bien mismo no es ser, sino que todavía está más allá del ser por su dignidad y poder.[161]

La idea del Bien, en una palabra, constituye lo absoluto (anhypótheton).[162]
Es preciso en este punto llamar la atención sobre la expresión -dea tou agaqou (idea toü agathoü)- que se ha traducido por "Idea del Bien", según es corriente hacerlo. Las palabras "bien" y "bueno" tienen para nosotros sentido predominantemente moral, en tanto que los términos griegos correspondientes poseían sentido más amplio y en parte diferente -un poco lo que todavía sucede en español en expresiones como "un buen cuchillo", "un buen vino", "un buen caballo", "un buen pianista": está claro que en ninguno de estos casos el término "bueno" tiene significado moral, sino que lo "bueno" del "buen cuchillo" consiste en que "cumple bien" su función, la de cortar, en que es perfectamente apto para tal función. Por ello Heidegger traduce la palabra griega agathón (agaqon [bien]) por "lo que hace apto para" algo;[163] y, en efecto, la Idea del Bien es lo que hace a las demás ideas (y, por ende, a las cosas sensibles) aptas para ser y para ser conocidas o inteligidas.
Pero entonces, además del sentido ontológico y del gnoseológico, hay otro significado más en la Idea del Bien. Se dice que algo es "bueno" cuando es útil "para" algo, cuando es apto "para" algo -el alimento, por ejemplo, es bueno "para" la salud-, y en este caso se piensa en un fin u objetivo (lo que los griegos llamaban teloV, [télos]) hacia lo cual algo tiende o aspira. Pues bien, en tanto idea suprema, el Bien es en esta perspectiva el fin último, aquello hacia lo cual todo se dirige, la meta suprema. El Bien resulta entonces fundamento teleológico.
F.M. Cornford resume el pasaje citado de Platón acerca de la Idea del Bien diciendo: "Ésta es la suprema Forma [Idea] o Esencia que se manifiesta, no sólo en las especies particulares de bondad moral -como la justicia, la valentía, etc.-, sino a través de toda la naturaleza (porque toda criatura viviente tiene su propio "bien"), y especialmente en el orden hermoso y armonioso de los cuerpos celestes (592 b). El conocimiento del Bien, del que depende la felicidad, tiene que incluir la comprensión del orden moral y físico del universo entero. Como objeto de un propósito atribuido a una Razón divina operante en el mundo, este Bien supremo hace inteligible al mundo, tal como una obra de la industria humana se vuelve inteligible cuando percibimos el propósito para el que se la destinó. En cuanto de este modo ilumina y da cuenta del aspecto racional del universo, el Bien es análogo al sol, que, como fuente de luz, es la causa de la visión y de la visibilidad, y por tanto de toda existencia mortal.[164] En la medida en que la Idea del Bien se manifiesta a través de toda la naturaleza, se expresa la circunstancia de que -según Platón, y, en general, según la concepción griega- todo ente tiene como una dirección, algo hacia lo que se orienta o aspira, su propio "fin" (télos), que, en definitiva, es el Bien. La totalidad de la realidad, y en especial, en este caso, el mundo sensible, resulta comparable a una obra del hombre, por ejemplo una máquina; porque a ésta la comprendemos cuando nos damos cuenta del fin para el que ha sido hecha (el reloj, v. gr., para saber la hora); o mejor como una obra de arte, que "compren­demos" cuando penetramos el sentido que el artista ha querido imprimirle. Así en uno de sus últimos diálogos, en el Timeo, Platón considera el mundo sensible como una especie de obra de arte, hecha por un artista o artesano (demiurgo) divino, artífice que lo ha hecho tomando por modelo a las ideas, y, por tanto, a la Idea del Bien, superior a todas las otras.[165]


11. La relación entre los dos mundos


En cuando que la idea del Bien es el fundamento de todas las demás ideas, constituye a la vez el fundamento de todas las cosas sensibles, puesto que éstas deben su seré inteligibilidad a las ideas: éstas son justamente el "aspecto" (éste, se dijo, § 3, es el significado originario de "idea") bajo el cual las cosas sensibles se presentan, es decir, son. Conviene entonces volver a decir algunas palabras sobre la relación entre los dos mundos.
Las ideas, según sabemos, tienen carácter metafísico, porque representan la realidad perfecta, verdadera, auténtica, el puro ser y valor. En segundo lugar, son esencias, es decir, lo que hace que los entes sean lo que son, aquello que hace ser a los entes, la cosa misma en su ser más propio. En tercer lugar, son la causa, el fundamento (arch) de las cosas sensibles. En último lugar, representan su término, su fin (télos), la meta de todo lo que es, su sentido; lo cual implica una especie de tendencia o apetencia hacia la idea, por lo que se dice en el Fedón (75 a-b) que todo lo sensible quiere ser como la idea, se esfuerza por copiar la idea o asimilarse a ella.
La lectura más inmediata de Platón (y es lo que ocurre, por ejemplo, según veremos, en la alegoría de la caverna, donde aparecen segregados la realidad exterior a la caverna, y el antro de las sombras) sugiere que ideas y cosas sensibles constituyen dos mundos aislados, y así interpretó la cuestión Aristóteles, quien vio entre ambos mundos una profunda separación (cwrismoV, [joorismós]). Pero que estén separados no significa, en modo alguno, que no haya relaciones entre uno y otro; hemos dicho, precisamente, que las cosas sensibles tienen su sentido, su explicación, su razón de ser y existir, en la idea; entre ambos mundos se da, pues, cierta correspondencia. El mundo inteligible representa el modelo (paradigma) del sensible. Pero la dificultad está en determinar con exactitud y precisión el tipo de relación que se da entre ambos órdenes de cosas, perqué la mayor parte de las expresiones que Platón emplea -participación, copia, imitación- tienen más carácter metafórico que propiamente conceptual; y no falta además la ocasión (en el Parménides, 130 e - 131 e) en que el propio filósofo critica estas expresiones o giros, sin que, sin embargo, parezca proponer otros mejores. Es éste, pues, uno de los tantos problemas que Platón deja sin respuesta, como estímulos quizás o interrogaciones que quedan abiertos al lector, y con lo cual sigue fiel a la actitud eminentemente problematicista de su maestro Sócrates.
Por lo demás, no han faltado los intérpretes (Hegel; o Nettleship, op. cit., p. 239; P. Natorp) que no admiten la separación de los dos mundos, y que sostienen que tal separación no representa nada más que un modo de expresarse. Pero esta teoría tropieza con serias dificultades, entre otras las circunstancia de que Aristóteles, discípulo de Platón a lo largo de casi veinte años, y que por tanto debió haber conocido bastante bien el punto de vista de su maestro, se expide en sentido contrario. De todas maneras, no puede dejarse de apuntar que se trata de un problema no resuelto.


12. La alegoría de la caverna


Platón se vale de una alegoría para dar forma plástica, digamos, a las teorías que se acaban de esbozar, y al mismo tiempo para expresar "dramáticamente" la condición y el destino del hombre -ya que, al fin de cuentas, no es la filosofía otra cosa sino la plena asunción de este destino y condición (cf. más adelante, Cap. XIV, §§ 17 y 20 y Cap. XV, § 2). Se trata de la alegoría de la caverna






(República, VII, 514 a - 521 b), uno de los pasajes más famosos -quizás el más famoso de todos- de la literatura filosófica, y al par un trozo de antología literaria.

Para comprender mejor lo que Platón dice, conviene valerse del esquema precedente.[166]
Supongamos la ladera de una montaña, sobre la cual se abre la entrada de una caverna, de la que el dibujo ofrece un corte longitudinal. Dentro de la caverna hay hombres que están sentados y encadenados, de tal manera que no pueden ni siquiera girar sus cabezas o inclinarlas, sino que se ven obligados a mirar solamente la pared que tienen a su frente, en el fondo de la caverna. A sus espaldas, y hacia arriba, subiendo la pendiente de la caverna, hay una especie de tapia o paredilla, detrás de la cual corre un camino por el que marchan hombres llevando sobre sus cabezas objetos artificiales que sobresalen por encima de la tapia. Todavía más atrás y más arriba hay una hoguera, que lanza su luz sobre estos objetos, los cuales a su vez proyectan sus sombras sobre la pared del fondo de la caverna y a la cual miran los prisioneros. Aun más arriba, siguiendo la pendiente, se termina por salir al mundo exterior, donde están los árboles, los animales, los cuerpos celestes y en definitiva el sol.
Pues bien, la caverna representa nuestro mundo, el mundo sensible; y el exterior de la caverna representa el mundo real, es decir, el mundo de las ideas, cuya forma más alta, el Bien, está simbolizada por el sol.
El mundo sensible, entonces, resulta ser un mundo de sombras de apariencias. Se ha observado que si Platón hubiera vivido en nuestro tiempo, quizás hubiese reemplazado la caverna por un cinematógrafo. Pero, de todos modos, la idea de que el mundo sensible es comparable a una caverna, aparece en la filosofía y la religión de su época, como, por ejemplo, en Empédocles (hacia 450 a.C); y en las llamadas religiones de misterios,[167] se celebraban ceremonias en especie de antros subterráneos, que representaban los Infiernos (el Hades): allí se llevaba a los candidatos para la iniciación y se les revelaban ciertos objetos sagrados a la luz de una antorcha. Los hombres que viven en la caverna son, según Platón, prisioneros; y tal idea de que el alma del hombre está como prisionera en este mundo. Platón la toma del orfismo.[168]
Todo esto apunta hacia lo que podría llamarse la "religiosidad" o el misticismo de Platón, rasgo muy característico de su pensamiento; también podría hablarse de cierto "pesimismo" en su juicio acerca del mundo sensible en general, y del cuerpo en particular. En otro lugar[169] dirá, recordando una doctrina pitagórica y órfica, y haciendo un juego de palabras, que "el cuerpo (swma [sooma]) es una tumba (shma [seema]) para el alma", una especie de castigo para el alma, que está condenada a vivir en este mundo por culpas pasadas. Lo corporal es en definitiva la fuente y raíz de todo mal, por tanto de todo pecado. Sin embargo es preciso observar que esta valoración negativa de lo corporal no es uniforme en la obra de Platón; en algunos diálogos, corro en este pasaje que consideramos, o, sobre todo, en el Fedón, aparece más acentuada, en tanto que en otros, como en el Banquete, se atenúa.
Sea como fuere, si se quiere interpretar el sentido de esta vida en la caverna de manera más "neutral", digamos -es decir, sin intervención de factores religiosos, místicos, etc.-, podría enfocarse el asunto de la siguiente manera -que, por lo demás, no es incompatible con la anterior, sino que en el fondo no es más que otro aspecto de la misma cuestión. Los prisioneros de la caverna -es decir, nosotros mismos, en este mundo sensible- no tenemos ni libertad ni verdadero conocimiento, casi como le ocurre al animal, en la medida en que es pura sensibilidad y carece de la posibilidad de conocer las ideas, puesto que no posee razón. El hombre, en primera instancia, está confinado al conocimiento sensible, y en tal sentido somos "prisioneros de las apariencias", de los fenómenos, de los que sólo el conocimiento propiamente dicho, es decir, en definitiva, la filosofía, nos puede librar. Como el "drama" de la alegoría consiste en "liberar" al prisionero para llevarlo hacia lo alto y terminar por sacarlo de la caverna, la ficción narra el proceso de des-animalización del hombre, el proceso de su humanización o educación hasta llegar a su realización plena.
La alegoría, que ahora estamos en condiciones de leer y comentar, tiene propiamente tres partes: I. La primera describe la caverna, los prisioneros y la vida que éstos llevan; II. La segunda nos habla de la liberación y ascenso de un prisionero; III. La tercera, de su regreso al antro.


13. La vida en la caverna


Habla Sócrates:

Y ahora -proseguí- compara con el siguiente cuadro imaginario el estado de
nuestra naturaleza, según esté o no esclarecida por la educación.[170]

Tal como aquí se dice, la alegoría pretende ante todo representar simbólicamente nuestra naturaleza, nuestro ser-hombres, según que esta naturaleza nuestra se encuentre en estado de plenitud o no. El texto griego emplea la palabra paídeia (paideia), que se puede traducir por "educación", pero en el sentido de "formación" (lo que en alemán se llama Bildung), es decir, en el sentido del proceso mediante el cual se "forma" el hombre a partir de su animalidad, el proceso consistente en el despliegue de las posibilidades del hombre. Ese despliegue está determinado y presidido por un modelo (paradeigma [parádeigma]) previo, por un "aspecto" (idea) determinante que lo guía, y que no es sino la idea misma de hombre como ideal que toda persona debiera esforzarse por desarrollar en sí, el ideal que está como dormido en forma de posibilidades o potencialidades, y que justamente se trata de despertar.
La situación en que encuentran los prisioneros es la situación con que comienza nuestra humana existencia: comenzamos estando como "dormidos", es decir, "olvidados" (cf. el río Leteo, más arriba, § 3) de lo que en realidad somos -el olvido, para Platón, de que nuestro verdadero ser no es el ser físico, sensible, corporal, sino nuestra alma. Pero si estos términos de "alma" y "cuerpo" -sobre todo entendidos como entidades diametralmente opuestas- parecen expresiones poco adaptadas a los problemas y al contexto de nuestro mundo contemporáneo (mundo que, entre otras cosas, se caracteriza por un profundo desconocimiento de todo lo que tenga sabor a cosa religiosa, porque el hombre contemporáneo carece de sentido para lo sagrado, lo cual, entiéndase bien, no implica necesariamente ninguna "fe" determinada), puede expresarse lo que dice Platón con ayuda de otra terminología. Con expresiones de la filosofía de la existencia, se dirá entonces que, en primera instancia, y ante todo, vivimos en el anonimato, en el olvido de nosotros mismos, porque en nuestra vida diaria somos, no nosotros mismos como auténticas personalidades libres, sino que nos encontramos sometidos al poder de un tirano impersonal, que en términos sociológicos puede denominarse "la gente", y que en términos filosóficos llama Heidegger el "se" o el "uno" (cf. Cap. XIV, § 10). En efecto, en la mayor parte de nuestros actos no nos comportamos como personas autónomas que libremente deciden hacer esto o lo otro, sino que hacemos lo que la "gente" hace; compramos un aparato de televisión o nos cortamos el cabello de cierta manera, porque "la gente" ve televisión, porque "se" usa tal corte de cabello, "uno" compra tal semanario presuntamente intelectual porque es lo que "se" lee. Se trata entonces de actitudes, inclusive de "ideas", que se adoptan por una especie de imposición del medio social en que se vive; y en todos esos casos es el "se", el "uno", el impersonal, el que decide, y no nosotros mismos; y esa tiranía o dominación impide entonces que llevemos una existencia auténtica, nos impide descubrirnos en lo que nosotros mismos somos, y oculta nuestra verdadera realidad con la especie de máscara que nos impone. Y es preciso no perder de vista que el impersonal no sólo dicta las modas en materia de ropas o peinados, sino que también hay modas en el campo de las ideas, esto es, ideas impuestas por "la gente": son muchos, en efecto, los que participan de determinadas ideas políticas porque son las ideas políticas de moda, lo que "queda bien", lo que ahora "se" piensa -como si el impersonal pudiese pensar, y olvidando que el pensar es siempre eminentemente personal.
Ahora bien, nuestro objeto, puesto que nos dedicamos a la filosofía, y en general el objeto de todo hombre que no quiera ser víctima del engaño, es llegar a la verdad que se esconde tras los fenómenos de este mundo sensible, o tras las opiniones del impersonal. Por tanto, si se quiere alcanzar la verdad, debemos comenzar por eliminar el error, porque en nuestro punto de partida, como en la situación en que Platón inicia su relato, en la condición con que comienza en cada caso la existencia humana, nos encontramos en el error: ésta parece ser la situación primera del hombre. Por eso Sócrates había enseñado que el método filosófico ha de comenzar por la refutación, que consiste en purgar el alma de los falsos conocimientos que la tienen encadenada y le impiden el acceso a la verdad; luego, ya purificada, podrá volverse sobre sí misma y reconocerse tal como en realidad es (cf. Cap. IV, § 6).
De esta manera puede verse que lo dicho por Platón al afirmar que estamos viviendo en un mundo de sombras, dominados y tiranizados por las apariencias, etc., si le quitamos el lenguaje religioso o mitológico con que muchas de sus afirmaciones están envueltas, resulta expresar lo que es la situación del hombre en cualquier época, inclusive la nuestra. La filosofía platónica, pues, no es nada del "pasado", si con ello queremos referirnos a algo definitivamente caduco; no es una reliquia ni tema de anticuarios, sino que su pensamiento está pleno de posibilidades que la reflexión actual debe explotar adecuadamente.
Luego de las palabras de Sócrates citadas al comienzo de este §, se describe la condición y vida de los prisiones, tal como lo hemos hecho más arriba y según las hemos representado con ayuda del dibujo. Y después de tal descripción, Glaucón, uno de los interlocutores de Sócrates, no puede menos que observar admirado:

-¡Extraño cuadro y extraños cautivos! -exclamó.
-Semejantes a nosotros,[171]

contesta Sócrates. Porque aunque es evidente que el cuadro que ha descrito es bien extraño, Sócrates insiste en que en todo caso ésta es la situación en que el hombre se encuentra; y si el hombre normalmente no se da cuenta de lo extraño de ese modo de existir en que se ignora a sí mismo y vive de modo inauténtico, es justamente porque vive en él, y por ello le parece "natural"; lo extraño brota de la circunstancia de que Sócrates enfoca tal situación desde fuera de la misma, y al que está inmerso en ella entonces le parece algo inusual, por ignorancia de la manera cómo efectivamente está existiendo. Por ello Só­crates dice que tales cautivos son "semejantes a nosotros". Y agrega:

-Y ante todo, ¿crees tú que en esa situación puedan ver, de sí mismos y de los que están a su lado, alguna otra cosa fuera de las sombras que se proyectan, al resplandor del fuego, sobre el fondo de la caverna expuesto a sus mirada?
-No -contestó-, porque están obligados a tener inmóvil la cabeza durante toda su vida.[172]

De manera que los prisioneros no ven más que las sombras que se proyectan en el fondo de la caverna, y como éstas son lo único que conocen, las toman por la realidad.

-Y en cuanto a los objetos que transportan sobre sus espaldas [quienes caminan detrás de la tapia], ¿podrán ver otra cosa que no sean sus sombras?
-¿Qué más pueden ver?[173] Las sombras que ven los prisioneros, y que toman por la realidad, no son sólo las sombras de sí mismos, sino también las sombras de los objetos artificiales que sobresalen por encima de la tapia.
-Y si pudieran hablar entre sí, ¿no juzgas que considerarían objetos reales las sombras que vieran?
-Necesariamente.[174]

Los prisioneros hablan, y si hablan naturalmente tendrán que hablar de algo; pero como no conocen otra cosa sino las sombras, tendrán que hablar sobre ellas, considerándolas, no como lo que son -es decir, sombras-, sino como la realidad.

-¿Y qué pensarían si en el fondo de la prisión hubiera un eco que repitiera las palabras de los que pasan? ¿Creerían oír otra cosa que la voz de la sombra que desfila ante sus ojos?
-¡No, por Zeus! -exclamó.[175]

En el fondo de la caverna hay un eco, de modo tal que la voz de los que caminan detrás de la tapia parece brotar de las sombras; por tanto, los prisioneros creerán que el eco no es sino la voz de las sombras mismas. En una palabra, entonces,

-Es indudable -proseguí- que no tendrán por verdadera otra cosa que no sea la sombra de esos objetos artificiales.[176]

Un poco más adelante se agrega todavía algo sobre la vida de los prisioneros:

Y suponiendo que allí hubiese honores, alabanzas y recompensas establecidos entre sus moradores para premiar a quien discerniera con mayor agudeza las sombras errantes y recordara mejor cuáles pasaron primeras o últimas, o cuáles marchaban juntas y que, por ello, fuese el más capaz de predecir su aparición [...][177]

Los prisioneros se honran y alaban y tienen poder según su capacidad para ver las sombras, recordarlas mejor y predecir lo que ha de suceder. Platón alude, probablemente, a los políticos corrientes, meros empíricos en el sentido más limitado de la palabra, dotados tan sólo de habilidad o maña para recordar lo que sucede usualmente, y obrar en consecuencia.[178]
Si se resume este primer momento de la alegoría, diremos entonces que los prisioneros se encuentran en el estado de espíritu que se llamó (cf. § 5) eikasía o imaginación, que es el inferior en la escala del "saber": de tal manera los prisioneros, es decir, los hombres en su vida corriente, se encuentran en la forma inferior de existencia posible, "prisioneros" de las apariencias o fenómenos, según se ha dicho. "En otras palabras, el modo de ver de los hombres en general, en lo que se refiere a sí mismos y al mundo que los rodea, es un modo de ver deformado por medios falsificadores, por sus propias pasiones y prejuicios, y por las pasiones y prejuicios de las otras gentes, tal como se les trasmiten mediante el lenguaje y la retórica",[179] la prensa y la televisión, la propaganda y la política. En estas condiciones, pues, los hombres ni tienen libertad ni verdadero conocimiento (e ignoran que no los poseen).


14. La liberación del prisionero


La segunda parte de la alegoría va a narrar la liberación de un prisionero y su ascenso fuera de la caverna; ello acontece en cuatro momentos.
a) En primer lugar, la liberación misma. Sigue hablando Sócrates:

-Considera ahora -proseguí- lo que naturalmente les sucedería si le los librara de sus cadenas a la vez que se los curara de su ignorancia.[180]

De lo que se trata es, pues, de librar al prisionero de su ignorancia (ajrosunh) [afrosynee]), de su falta de pensamiento; y ello va a acontecer como proceso de "formación" o cultura, como aprendizaje del pensar.

Si a uno de esos cautivos se lo libra de sus cadenas y se lo obliga a ponerse súbitamente de pie, a volver la cabeza, a caminar, a mirar la luz, todos esos movimientos le causarán dolor, y el deslumbramiento le impedirá distinguir los objetos cuyas sombras veía momentos antes.[181]

El prisionero echa ahora su mirada, no sobre las sombras, sino sobre las cosas cuyas sombras antes veía; pero en realidad no puede decirse, por el momento, que "vea" estas cosas, porque como su vista no está acostumbrada sino a la oscuridad, el exceso de luz que ahora experimenta le deslumbra y no puede distinguir los objetos con que se enfrenta.

¿Qué habría de responder, entonces, si se le dijese que momentos antes sólo veía vanas sombras y que ahora, más cerca de la realidad y vuelta la mirada hacia objetos reales, goza de una visión verdadera?[182]

Es obvio que estará convencido de que las sombras eran más reales que los objetos que ahora ve, porque las sombras las discernía perfectamente bien, eran para él algo claro, puesto que su ojo estaba adaptado a ellas.

Supongamos, también, que al señalarle cada uno de los objetos que pasan, se le obligara, a fuerza de preguntas, a responder qué eran; ¿no piensas que quedaría perplejo, y que aquello que antes veía habría de parecerle más verdadero que lo que ahora se le muestra? -Mucho más verdadero- dijo.[183]

No solamente el prisionero no puede contemplar adecuadamente los objetos que ahora se le presentan, sino que, peor aun, no puede reconocerlos como los objetos que proyectaban las sombras. Se encuentra en un estado de completa confusión o turbación. Y es que, precisamente, cuando comienza la educación (paideia), la reflexión filosófica, cuando el hombre empieza a salir de la tiranía de la "gente", del impersonal, se siente como perdido, turbado, confuso, porque todo lo anterior, en que hasta ese momento había vivido, le parecía claro y evidente, en tanto que ahora todo lo ve borroso y oscuro -a pesar de que se trata de cosas más verdaderas y reales que las que antes percibía. Al hablar del método socrático se vio que el resultado de la refutación es, justamente, la perplejidad (cf. Cap. IV,§ 6). De manera semejante, muchas afirmaciones de la ciencia (por ejemplo, el movimiento o la esfericidad de la tierra) y de la filosofía (v. gr., las aporías de Zenón acerca del movimiento, cf. Cap. III, § 6) resultan extrañas y sorprendentes para el "sentido común".

-Y si se le obligara a mirar la luz misma del fuego, ¿no herirá ésta sus ojos? ¿No habrá de desviarlos para volverlos a las sombras, que puede contemplar sin dolor? ¿No las juzgará más nítidas que los objetos que se le muestran?
-Así es- dijo.[184]

Evidentemente su vista se turbará aun más, y sus ojos sufrirán todavía más, si se le obliga a fijarlos en la luz de la hoguera; e intentará volver la cabeza para recobrar la visión de las sombras, que está convencido son más reales.

-Y en caso de que se lo arrancara por fuerza de la caverna -proseguí-, haciéndolo subir por el áspero y escarpado sendero, y no se lo soltara hasta sacarlo a la luz del sol, ¿no crees que lanzará quejas y gritos de cólera? Y al llegar a la luz [es decir, fuera de la caverna], ¿podrán sus ojos deslumbrados distinguir uno siquiera de los objetos que nosotros llamamos verdaderos?
-Al principio, al menos, no podrá distinguirlos -contestó.[185]

A todos los inconvenientes anteriores se agrega ahora otro más: al prisionero se lo arrastra -puesto que él de buen grado no quiere salir- fuera de, la caverna; y entonces, a la luz del día, no podrá ver ya nada en absoluto, tan intensa le resulta esta claridad comparada con las sombras entre las que antes había vivido a lo largo de años. Incluso ocurrirá que, si el prisionero pudiera hacerlo, escaparía de sus liberadores para regresar a las profundidades de la caverna.
La situación es paradójica, y se asemeja a la de quien se acerca por primera vez a un curso de filosofía y oye hablar del movimiento, del tiempo o de la va­lentía (cf. Cap. III, §§ 6 y 8; Cap. IV, § 5); hasta ese momento vivía muy tran­quilo creyendo saber, más o menos oscuramente, qué eran el tiempo, el movi­miento o la valentía, pero ahora, con la filosofía, las cosas empiezan a com­plicársele, todo lo que creía saber vacila, y se pregunta entonces para qué se habrá metido en tales problemas: en términos de Platón, ese principiante quiere regresar a las sombras. Pero, tal como señalan las últimas palabras citadas, aquí comienza un proceso de adaptación a las nuevas circunstancias, de que se ocupa el segundo momento de esta segunda parte de la alegoría.

b) El prisionero liberado se va adaptando gradualmente a la nueva situación.

-Si no me engaño -proseguí-, necesitará acostumbrarse para ver los objetos de la región superior. Lo que más fácilmente distinguirá serán las sombras, luego las imágenes de los hombres y de los demás objetos que se reflejan en las aguas y, por último, los objetos mismos; después, elevando su mirada hacia la luz de los astros y de la luna, contemplará durante la noche las constelaciones y el firmamento más fácilmente que durante el día el sol y el resplandor del sol.
-Sin duda.
-Por último, creo yo, podría fijar su vista en el sol, y sería capaz de contemplarlo, no sólo en las aguas o en otras superficies que lo reflejaran, sino tal cual es, y allí donde verdaderamente se encuentra.
-Necesariamente -dijo.[186]

El proceso por el cual el prisionero liberado se va adaptando a la nueva situación es un proceso gradual, y Platón habla simbólicamente (cf. §§ 7 y 8) de los pasos que deberá seguir: primero aprenderá a discernir las sombras de las cosas exteriores a la caverna, luego sus imágenes reflejadas, más tarde las cosas mismas, más adelante los cuerpos celestes de noche, luego de día, y finalmente el sol.
Esta es una de las enseñanzas de la alegoría: la necesidad de proceder gradualmente en el orden de la educación. Es imposible ir de golpe a la metafísica -imagínese qué ocurriría si a un niño de diez o doce años se le leyese el trozo del Fedón sobre los iguales. Platón sostiene, de esta manera, que antes de penetrar en el estudio de las ideas superiores es preciso un aprendizaje preparatorio: el estudio de las matemáticas (cf. más arriba, § 8 ). En cierto sentido -viene a decir entre líneas- aquí se encuentra una de las fallas de los sofistas: haber cometido el error de discutir con cualquiera los temas morales, políticos o metafísicos, sin la necesaria preparación para ello -como quien quisiera hablar de física atómica con quienes desconocen el álgebra elemental. Y lo que Platón dice de los sofistas quizá podría aplicarse hoy día a las cuestiones políticas, que por suponer temas éticos y metafísicos sólo podrían abordar adecuadamente quienes tuvieran la necesaria preparación filosófica.

c) En el tercer momento, el liberado descubre en el sol la causa suprema. Dice Sócrates:

-Después de lo cual, reflexionando sobre el sol, llegará a la conclusión de que éste produce las estaciones y los años, lo gobierna todo en el mundo visible y que, de una manera u otra, es la causa de cuanto veía en la caverna con sus compañeros de cautiverio.
Es evidente -afirmó- que, después de sus experiencias, llegaría a esas conclusiones.[187]

El sol es la causa de todas las cosas, y a la vez lo que las gobierna (la palabra arch "principio", "fundamento", tiene en griego estos dos matices, según se señaló, Cap. II, § 3). El sol, con su luz y calor, es la causa de todas las cosas del mundo exterior, y a la vez, indirectamente, de las del mundo interior a la caverna, porque no podría haber fuego sin el calor del sol. El sol representa la idea suprema, la Idea del Bien.

d) En el cuarto momento, el liberado recuerda la caverna y la vida que allí llevaba.

-Si recordara entonces su antigua morada y el saber que allí se tiene, y pensara
en sus compañeros de esclavitud, ¿no crees que se consideraría dichoso con el
cambio y se compadecería de ellos?
-Seguramente.[188]

Recuerda su vida anterior y siente alegría por haberla dejado, a pesar de que en un primer momento aborrecía la nueva morada. Y a la vez experimenta cierto desdén y compasión por sus compañeros que aún viven en las sombras; porque el "saber" que allí se tiene no es verdadero saber, sino el grado inferior de la opinión (dóxa), a saber, la imaginación o conjetura (eikasía). Y continúa Sócrates:

¿Piensas tú que nuestro hombre seguiría deseoso de aquellas distinciones [honores y cargos que se otorgan los prisioneros entre sí] y envidiaría a los colmados de honores y autoridad en la caverna? ¿O preferiría, acaso, como dice Homero, "trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio" y sufrirlo todo en el mundo antes que volver a juzgar las cosas como se juzgaban allí y vivir como allí se vivía?
Yo, al menos -dijo-, creo que estaría dispuesto a sufrir cualquier situación antes que vivir de aquella manera.[189]
El que ha salido de la caverna sabe que todos los cargos y distinciones que se disciernen en el antro, no son más que honores referidos a sombras, es decir, a algo cuyo valor es ínfimo. El pasaje de Homero que aquí se cita está tomado de la Odisea, XI, 489. Allí Ulises baja a los Infiernos (Hades), que no eran, para la religión homérica, morada de castigo, sino el lugar a donde iban, después de la muerte, las almas de los hombres, sus "sombras" o "dobles", para llevar allí una existencia decaída, inferior, especie de pálido reflejo de lo que era su vida en este mundo. Ulises encuentra allí a Aquiles, y es éste quien pronuncia las palabras citadas: aquí, en el Hades, podré reinar sobre las almas de los muertos -viene a decir Aquiles-; pero preferiría vivir aunque fuese como asalariado antes que ser rey en un mundo de sombras.


15. La misión del filósofo


Pues bien, el prisionero que se ha desembarazado de las cadenas, que se ha vuelto genuinamente libre con la visión de la verdadera luz y la fuente de todo lo verdadero, no es sino el filósofo llegado al término del "viaje" (cf. § 9) que de la contemplación de las cosas sensibles lo ha llevado a la completa visión del mundo de las ideas, a cuyo resplandor tan sólo se logra el verdadero saber, el conocimiento supremo, y, a la vez, indirectamente, el conocimiento de lo sensible.
Pero cuando el filósofo ha alcanzado el conocimiento supremo, no le es lícito quedarse allí, habitando fuera de la caverna, a pesar del gozo que experimenta en la visión de ese nuevo mundo. Debe regresar al antro, donde están sus antiguos compañeros, sus semejantes. Pues el filósofo tiene una misión que cumplir con los demás seres humanos -una misión educativa, iluminadora, liberadora: la de conducirlos también a ellos hacia la verdad, tarea que corresponde a la misión que Sócrates consideraba que el dios le había confiado (cf. Cap. IV, § 4).
De modo que la tercera parte de la alegoría narra el regreso del liberado a la gruta.

-Y ahora considera lo siguiente -proseguí-: supongamos que ese hombre desciende de nuevo a la caverna y va a sentarse en su antiguo lugar, ¿no quedarán sus ojos como cegados por las tinieblas, al llegar bruscamente desde la luz del sol''
-Desde luego -dijo.[190]

Con el regreso, se produce un nuevo enturbiamiento y entorpecimiento de la vista; pero producido ahora por un fenómeno inverso al anterior: porque en este caso es, no el exceso, sino la escasez de luz lo que lo causa.

-Y si cuando su vista se halla todavía nublada, antes de que sus ojos se adapten a la oscuridad -lo cual no exige poco tiempo-, tuviera que competir con los que continuaron encadenados, dando su opinión sobre aquellas sombras, ¿no se expondrá a que se rían de él?[191]

Junto a los prisioneros que han quedado en la caverna, el liberado parecerá tor­pe y se expondrá a que se burlen de él..Todos conocemos, en efecto, multitud de anécdotas o chistes sobre los sabios "distraídos", que expresan exactamente el fenómeno que Platón señala, porque esos hombres están habituados a ocuparse de cosas de las que el vulgo no se ocupa, y por eso, en los menesteres cotidianos, se muestran torpes, "olvidados", "distraídos". En otro de sus diálogos, en el Teétetos, relata Platón la siguiente anécdota referida a Tales:
Se cuenta que también Tales, estudiando una vez los astros y mirando hacia lo alto, cayó en un pozo, y una pequeña esclava tracia, burlona y graciosa, se mofó de él, diciendo que por querer mirar el cielo, no distinguía lo que le era próximo y se hallaba bajo sus pies. Estas palabras pueden aplicarse a todos los que se dedican a la filosofía [...]. Pero cuando el filósofo eleva consigo a alguien [...] para investigar la justicia en sí y la injusticia en sí [...], el que tiene alma pequeña 1...1 debe pagar el tributo [de las bromas anteriores]: siente el vértigo de estar suspendido en las alturas, y mirando hacia abajo, sorprendido y admirado, por la falta de hábito, inquieto, dudoso y balbuceante, suscita las risas, no de las esclavas de Tracia o de cualquier ignorante (pues éstos no tienen conciencia de ello), sino de todos los que se han educado como hombres libres.[192]

De manera que esta situación tiene dos caras, por así decirlo: los hombres corrientes pueden burlarse de cierta torpeza del filósofo o de los científicos en la vida diaria, pero muchos más motivos tendrían los filósofos u hombres de ciencia para burlarse de aquellos que intentan ocuparse de cuestiones filosóficas o científicas sin estar convenientemente preparados para ello.

Continúa el texto de la alegoría:

¿No le dirán que por haber subido a las alturas ha perdido la vista y que ni siquiera vale la pena intentar el ascenso? Y si alguien ensayara libertarlos y conducirlos a la región de la luz, y ellos pudieran apoderarse de él y matarlo, ¿es que no le matarían?
-Con toda seguridad -dijo.[193]

Los prisioneros atribuyen la torpeza del liberado al hecho de haber salido al exterior de la caverna; por tanto, considerarán como perjudicial salir del antro. Y si alguien intentase liberarlos, como ignoran que se trata de una liberación, se resistirían e inclusive matarían a quien lo pretendiese -en lo cual hay, sin duda, alusión al destino de Sócrates,[muerto precisamente por intentar liberar de las cadenas de la ignorancia a sus conciudadanos.


16. El Estado perfecto es una idea


Tiene lugar aquí una especie de polémica o contraposición entre el filósofo y los demás hombres, entre la filosofía y las opiniones corrientes, el imper­sonal. La alegoría de la caverna concluye, pues, señalando la inadaptación del filósofo al mundo de las sombras, o, en los términos en que Platón pensaba el problema, el desajuste entre el filósofo y la polis (poliV), el Estado. En los Es­tados tales como de hecho existen, el filósofo no encuentra lugar adecuado, está alienado. El filósofo -es decir, el hombre pleno, el hombre que ha desarrollado todas sus posibilidades- no puede realizar su vida propia en el Estado; por ello Sócrates debió morir. Y por ello está alienado en general todo hombre, en cuanto encierra en sí la posibilidad de un desarrollo pleno (por eso es también por lo que el filósofo es filósofo, aspirante a la sabiduría, y no sofós, "sabio").
Solamente en un Estado perfecto se suprimiría toda alienación y el hombre podría realizarse en la plenitud de sus posibilidades. Pero Platón señala que tal Estado perfecto no es más que un ideal irrealizable (cf. § 7); y si por rarísima casualidad llegara a realizarse, no duraría para siempre, y al cabo del tiempo fatalmente se echaría a perder, porque perfectas son sólo las ideas, y todo lo sensible está irremisiblemente sujeto a la corrupción -diríamos, en términos más actuales, a la finitud. De modo que Platón, inventor e iniciador de todas las utopías políticas, desde las suyas propias, pasando por las del Renacimiento, hasta llegar a Marx, tenía perfecta conciencia de que un Estado político perfecto es una imposibilidad.
¿Por qué, entonces, en la República se proyecta un Estado que quiere ser perfecto?
No se trata de que Platón crea posible realizarlo. Ese Estado perfecto no existe “en ninguna parte de la tierra",[194] y no existirá a no ser "por un milagro",[195]sino que sólo tiene "existencia" en nuestros pensamientos (en logoiV, [en lógois]),[196] o quizás exista en el cielo "un modelo para el que quiera contemplarlo y fundar [...] su ciudad [o] Estado interior." Y a continuación agrega: "por lo demás, nada importa que exista en algún sitio o que alguna vez haya de existir."[197]
El Estado que esboza la República es el despliegue de la idea de Estado, de la idea de Justicia. Se lo construye "en el cielo a manera de modelo (paradeigma)".[198] mediante el cual determinar la relativa bondad o justicia de los Estados efectivamente existentes. Tal función de modelo es propia de toda idea (cf. § 3), que por esencia nada sensible puede igualar -así como nadie pretende que el hombre justo sea la justicia misma, y nos conformamos con su aproximación."[199] La idea nos sirve de "modelo" con el cual apreciar los individuos y los Estados justos; pero no es propósito de Platón mostrar que tales modelos puedan realizarse.[200] Si se objeta que se trata nada más que de una "idea" o de un pensamiento alejado de la realidad. Platón no lo niega. Pero, ¿se criticaría al artista que ha representado en la tela el más hermoso de los hombres, porque el autor del cuadro es incapaz de mostrarnos que tal hombre existe en la realidad sensible?[201] ¿Pierde acaso su valor la demostración geométrica porque la figura dibujada en la pizarra o en el libro sea imperfecta (cf. § 3)? Lo que interesa es "haber construido en el pensamiento e! modelo del Estado perfecto",[202] única guía para nuestro conocimiento y valoración.



BIBLIOGRAFÍA

Gran parte de las obras de Platón resultan accesibles a cualquier lector atento; se recomienda, pues, su lectura, como la mejor enseñanza que pueda encontrarse en filosofía (e independientemente, claro está, de la adhesión o rechazo que suscite su contenido). Entre las obras más aptas para el principiante, se señalan las siguientes: República (hay tres traducciones recomendables: la de J. M. Pabón y M. Fernández Galiano, con texto griego, tres tomos, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1949; la de A. Gómez Robledo, bilingüe, México, Universidad Nacional Autónoma, 1971; y I a de A. Camarero, Buenos Aires, Eudeba, 1963); el Banquete, el Fedón y el Fedro, traducidos por Luis Gil (reunidos en un solo tomo, Madrid, Guadarrama, 1969); Banquete e Ion, trad. J. D. García Bacca (bilingüe, México, Universidad Nacional Autónoma, 1944); del mismo traductor y editorial, Hipias mayor y Fedro (1945); Gorgias, trad. J. Calonge (bilingüe, Madrid, Inst. de Est. Políticos, 195 I); Menón, trad. A. Ruiz de Elvira (id., id., 1958). Para más datos, véase la "Nota sobre las traducciones de Platón al español", de Juan Adolfo Vázquez, que figura como apéndice al libro de P.-M.Schuhl citado más abajo. En general, es preferible recurrir a traducciones a otras lenguas; en inglés, por ejemplo, las hay excelentes (como, v. gr., The Republic of Plato, trans. with introd. and notes by F.Mc. Cornford, Oxford, At the Clarendon Press, 1941; también del mismo CORNFORD, trad. del Teétetosyde\ Sofista (retraducidos al español, ver más abajo). Traducción francesa, con texto griego y léxico platónico, por varios autores, París, Les Belles Lettres (Collection des Universités de France).

Sobre Platón pueden consultarse:

A. KoyrÉ, Introducción a la lectura de Platón, trad. esp., Madrid, Alianza Editorial, 1966
P.- M. Schuhl, La obra de Platón, trad. esp., Buenos Aires, Hachette, 1956.
W. Jaeger, Paideia, Libro III, trad. esp., México, Fondo de Cultura Económica, 1944.
R. L. Nettleship, Lectures on the Republic of Plato, London, Macmillan, 1962.
A. E. Taylor, Pialo, the Man and his Work, London, Methuen, 1948.
L. Robín, Platón, Paris, Presses Universitaires de France, 1968.
F. Mc. Cornford, Plato's Theory of Knowledge, London, Routledge & Kegan Paul, 15 t9. (Se trata de una excelente traducción comentada del Teétetos y del Sofista. Retraducido al español, Buenos Aires, Paidós).
A. Gómez Robledo, Platón. Los seis grandes temas de su filosofía. México, UNAM (FCE), 1974.
R. L. Nettleship, La educación del hombre según Platón, Buenos Aires, Atlántida, 1945.
P. Natorp, "Platón", en la obra colectiva Grandes pensadores, trad. esp., Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1945, lomo I. Se trata de un resumen de la obra del mismo Natorp, Platos Ideenlehre, 1922. (Sobre este libro, véase H. Zucchi, "Examen de las interpretaciones neokantianas de la metafísica platónica" en Estudios de filosofía antigua y moderna, Tucumán, Universidad Nacional de Tucumán, 1956).
I. M. Crombie, Análisis de las doctrinas de Platón, trad. esp., Madrid, Alianza, 1962. La traducción es increíblemente mala. Encierra varios de los defectos propios de las obras inglesas actuales (por ejemplo, su temor a citar en griego, y su afán por aplicar al pasado modos de pensar exclusivos del pensamiento anglosajón).

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