Escuela Media Nº 7 Claudio “Pocho” Lepratti. Campana. Provincia de Buenos Aires.
Hace diez años, en el contexto de la represión que anticipó la caída del gobierno de De la Rua , un jóven auxiliar de cocina, subió al techo de la escuela donde trabajaba para proteger a los pibes, y murió asesinado por un policía.
Este pequeño relato podría haber sido el final de una historia.
El 17 de junio de 2011, un colegio secundario para adultos, adoptó el nombre de este militante social asesinado: “Claudio Lepratti”. Se trata de una escuela que funciona en una cárcel de varones de la Provincia De Buenos Aires, donde se concentra la mayor población del país de personas privadas de la libertad.
¿Qué lazos hay entre aquel triste mediodía de Rosario y esta fiesta escolar y carcelaria?
Comencemos por el final. El salón está colmado de alumnos de aspecto llamativo. Son adultos, pero la mayoría ronda los 25 años. El cabello muy corto muestra la huella del mismo peluquero en los más de cien que pueblan el lugar. En los brazos se ven tatuajes azules, de bordes borrosos y temas “tumberos”. Sonrisas escasas que, cuando se permiten, muestran el deterioro temprano de las dentaduras.
Dos internos han pintado un cuadro. El que conoce la historia de Claudio no sabe pintar pero quiere hacerle un regalo a Celeste Lepratti, entonces le explica lo que el sabe a su compañero de celda, que recrea con el pincel su relato. El cuadro es maravilloso. Un comedor con pibes de cara triste, sin comida en los platos. En el centro, Pocho Lepratti con alas, subido a una bicicleta y rogando que no disparen. El borde del cañón de un arma, se asoma en el pie de la obra y le apunta a la garganta. De algún modo, al mirar el cuadro empuñamos el revolver. Afuera del salón se ven patrulleros y casas precarias.
Estos dos muchachos acaban de robarle a Claudio su historia para hacerla propia. Ese comedor ya no habla de Rosario, es uno más de los que pueblan los barrios pobres de Buenos Aires. Esos pibes comiendo fuera de su casa, mirados entre estas paredes de una cárcel, son el triste recuerdo de la mayoría. Se parecen demasiado a las personas que desvelaban a Claudio en el Barrio Ludueña.
Estos artistas no tienen acceso a Internet. No pueden mirar otras pinturas para “hacerse una idea”. La cárcel es siempre primitiva y dura, pero también aparecen en ella el deseo y la imaginación. Los que están pintando esta escena tienen muy claro como se empuña un arma, también como es la historia de un plato sin comida y los patrulleros en la puerta. Esa urgencia de los pobres “que no pueden esperar”, de la que hablaba Claudio, resuena en estas paredes como una esperanza.
Por esto los aplausos a cada palabra de los invitados se brindan con tanto sentimiento.
Celeste, la hermana de Claudio, nos conmovió con la simpleza de mostrarnos que no hablábamos de un prócer, sino de su hermano al que extrañaba y por el que pedía justicia. Uno de los internos del penal le dijo, devolviéndole la misma simplicidad, “la acompaño Señora en este sentimiento”. Y parecía nomás que aquel que habíamos elegido para identificar a nuestra escuela, era un vecino del barrio.
Carlos Nuñez no paró un solo minuto de “hormiguear” por la cárcel. Todo lo que veía y escuchaba era una oportunidad para hacer algo. Nos trajo unos libros que en este momento de la vida, son una compañia.
Gustavo Martinez emocionó profundamente a todos con sus palabras. Celeste, su compañera, lo había presentado como “el amigo de Claudio”, y eso fue lo que mostró. De algún modo nos abrió la puerta de algo que hoy literalmente es imposible, una amistad con este tipo.
“Si Claudio hubiera estado aquí, no se habría puesto acá en el frente, habría estado hablando con los del fondo. Se habría puesto a hacer un guiso para compartir. En su mochila llevaba siempre unos fideos y alguna cosa por si acaso”. El silencio nos hizo imaginar esa presencia necesaria.
¿Sabría Gustavo detalles de la vida en una cárcel bonaerense? Un guiso aquí es una casa, un recuerdo, una familia, una espera mas humana de la libertad. Por eso es tan importante en estos lados, alguien que en la mochila lleva un pedacito de hogar. En ese instante pude ver mas claro el porqué de la elección. Claudio Lepratti no es un logo, mucho menos un sello o un cartel. Es un proyecto, es un camino posible, alternativo a la violencia, pero también diferente a la pobreza, a la exclusión y a la desidia.
Surgirán de la sangre derramada aquel diciembre nuevas ideas, nuevas esperanzas de cambio, nuevas luchas, nuevas palabras que le den sentido a esta porción del país que parece estar encerrada “adentro de algo”, pero tan solo esta expulsada, y busca libertad. Porque una cárcel es solo eso, un gran afuera de todo, y adentro de nada.
Claudio no se sube a un techo cualquiera. Aquel miércoles de calor de 2001, el país llevaba encima el agobio de la desocupación, los salarios bajos y la creciente pobreza. Esos chicos en el comedor, esa olla con agua hirviendo, ese almuerzo que quizás nunca se sirvió, dicen que no se puede comer en casa. Esa mesa es la frustración de los brazos que no pueden hacer un hogar ese mediodía. Esos niños son gente que come fuera de su hogar, pero eso debería ser cosa de gente grande.
Claudio no se subió a cualquier techo. Su asesino no mató a cualquier hombre que lo insultaba. A diez años de aquel mediodía trágico, el país va recuperando el trabajo y el valor público y transformador de la educación. ¿Seremos capaces de recrear la solidaridad? ¿Podremos pensar nuestro continente como una gran República? ¿Podrán los jóvenes pobres encarcelados, lavar la sangre y el resentimiento de sus manos para pintar una sociedad que los invita a entrar con justicia y trabajo?
Muchas tardes en esta escuela tan especial, alumnos y docentes perdemos las ganas. ¡Vamos gente! Arriba de este techo hay un mapa hecho con amor y sangre que marca por donde hay que seguir.
Prof. Francisco Mina
ISFDyT Nº 15
Escuela Media Nº 7 Claudio Lepratti
Campana. Prov. de Bs. As.
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