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Este blog es un lugar de escritura. Podes encontrarte con poesías, con crónicas, con apuntes de filosofía, con ideas en gestación, con escritos de alumnas y alumnos... podes encontrarte.
La fotografía del cóndor volando en libertad, la saqué en el Cerro Tronador, muy cerca de Bariloche.
Me llamo Francisco Mina. Cocino bien, jugaba al futbol, sigo andando en bicicleta, y soy profesor de Filosofía en educación terciaria en Escobar y Campana (Argentina al sur)
lunes, 27 de mayo de 2013
martes, 14 de mayo de 2013
lunes, 13 de mayo de 2013
Cuando se viaja desde Abra Pampa. Rodolfo Kusch
Cuando se viaja desde Abra Pampa hacia el oeste se sigue un largo camino que sube una lomada y de pronto se topa uno con el pueblo de Cochinoca. Las casas se desparraman a lo largo de un cerro y entre ellas aparecen las iglesias. Hacia el fondo se extiende un llano y a lo lejos se levantan las lomadas de la Puna. Cuando se llega, se encuentra uno con gestos de sorpresa y el típico recelo con que es recibido el forastero. Cuando pudimos lograr alguna comunicación nos llevaron a recorrer el pueblo. Supimos así de la proximidad de la fiesta de Santa Bárbara, de la migración de sus habitantes, de la penuria de reunir el agua durante el año y de muchas cosas más. Por supuesto, cuando nos disponíamos a volver hubo que llevar gente a Abra Pampa. Así conocimos a Mamaní, un viejito flaco, de piel arrugada, vestido con sombrero y traje y gestos vitales y rápidos. Nos había dicho que iba a llevar un bultito y cuando vino trajo dos corderos cuarteados para venderlos en Abra Pampa. En el camino hablamos de adivinación. Sospeché que conocería algo de adivinación boliviana, pero el viejito se escurría con toda habilidad. Se diría que desconfiaba de nosotros.
Cuando llegamos a Abra Pampa lo dejamos en el mercado. Luego lo vimos una vez más, caminaba con gesto apesadumbrado. Me quedó la preocupación sobre lo que le pudo haber ocurrido, quizás algún desencuentro, o alguna mala venta. Un hombrecito como Mamaní daba la idea de lo que es una vida atrapada por la Puna. Seguramente tendría una manada de corderos, viviría en una casa de adobe donde haría sus rituales propiciatorios y se tomaría al fin de la semana algunos vinos. Cuando volvíamos rumbo al sur pensamos qué significa vivir en América. O mejor se trata de preguntar algo más. Decir que vivimos en América el viejito y yo sería demasiado superficial. La pregunta iría a algo más profundo, ¿qué había de común entre la vida de ese viejito y la mía?
Si analizamos su vida que consiste sólo en llevar el cordero cuarteado para vender o en llamarse Mamaní, o en habitar desde hace tiempo en Cochinoca, evidentemente no habría nada en común. Al fin y al cabo, yo vivo en la ciudad, me dedico a escribir, soy profesor y vivo en una casa de ladrillos, no tengo nada que ver con Mamaní. Es más, infiltramos entre él y nosotros una cierta evolución en el tiempo que nos distancia considerablemente. Hacia nosotros crece la civilización y hacia Mamaní decrece, y en el medio se dan varios siglos de heroicos inventos y de grandes conquistas logradas por la humanidad. Pero, aunque nos cuenten todo eso, no puedo evitar la intuición de que entre el viejito y yo hay algo en común. Para encontrar esto habrá que dejar de lado los esquemas y las ideas hechas y obrar un poco como hace el filósofo: seguir la intuición para lograr al cabo de una reflexión, seguramente incómoda, lo que hay de común entre ambos. En suma, ¿qué es eso de vivir los dos en América y qué tenemos en común? Si con la primera pregunta me refiero a un simple episodio, con la segunda trato de encontrar el sentido mismo de la vida, que va más allá de América.
Claro que no se trata del estilo de vivir, porque en ese sentido se puede pensar que vivir es otra cosa. Si fuera por el estilo, creemos que lo hay en Jujuy o en Buenos Aires. Ahí, en cada esquina tenemos una cigarrería, un almacén, vamos al cine, al concierto y nos bañamos con frecuencia. Por ese lado perdemos a Mamaní. Pero ¿en qué queda entonces la intuición de que entre él y uno mismo hay algo en común? Preguntar así significa entrar en el secreto mismo de la vida, ya no en América sino en general. Pero aquí entramos en las tinieblas. ¿Sabemos acaso qué es vivir? Vivir es una condición atávica condicionada por milenios de vida de la humanidad pero que no conocemos. ¿Lo sabrá Mamaní? Puede ser.
Recuerdo un brujito muy simpático que en Tihuanaco me había realizado varios rituales propiciatorios, tal como hacen los aymaras. Mi impaciencia ciudadana me hacía preguntarle por qué hacía tal cosa y por qué hacía tal otra. Al principio me contestaba fabulando motivaciones en las cuales él no creía, pero, como yo insistía, se limitó a decir en aymara: Ucamau mundajja: “El mundo así es”. Decir “así es el mundo” significaba abstenerse de encontrar causas. Pero significa también haber perdido la impaciencia y aceptar la realidad en su verdadera constitución. Pensemos que el mundo moderno no está muy lejos de esa misma actitud. Cuando la física moderna descubrió que no podían determinarse las causas de los fenómenos, los científicos se limitaron a la simple descripción de los mismos. Es una forma de decir “así es” al fenómeno físico. Pero claro está que si empleamos el término “así es” para determinar lo que hay de común entre Mamaní y uno mismo, no significa que estemos diciendo algo. Pero he aquí el problema: ¿podemos decir algo de lo que hay en común?
Juzgamos la vida un poco por lo que ella manifiesta. Si Mamaní hubiera tocado el erque en Cochinoca nos habría llamado la atención, ya que en la gran ciudad eso no se hace, pero tampoco en Cochinoca se daría un concierto de violín. Decir que la vida es esto o aquello encierra un margen de miedo. ¿Será que el vivir mismo se da antes que el gesto, en un área misteriosa? Si se da en el misterio no sabremos qué decir, y si no sabemos qué decir entramos en el silencio. Detrás del gesto, del erque, del violín y aún de la palabra, está el silencio, y en ese silencio se abre un largo camino que se interna en el misterio. Ahí no cabe otra cosa que decir “así es”, y decir así es una explicación por el silencio. ¿Y nada más? Pues le parece poco. Decir “así es” es aceptar el misterio del vivir mismo y hacer esto es reconocer nada menos que la duda del porqué se ha venido al mundo. Es el misterio de una misión que no conocemos, pero tomando la palabra “misterio” en el sentido griego, como mystés, el guía, que nos lleva por corredores ignotos. La noche oscura de San Juan de la Cruz o la tortura filosófica de enfrentar un silencio donde nada determinamos.
Pero ahí mismo se adivina esa comunidad de estar todos en lo mismo, donde yo y Mamaní nos fundimos. Es el milagro de estar, antes de ser. El fondo común, antes de que yo me llame Kusch y el hombrecito Mamaní. Es un área no pensada e imposible de pensar. El silencio en suma, y detrás del silencio quizá un símbolo: quizá los dedos de la divinidad, la misma que estuvo arrugando los cerros: una vida realmente en común, la mía, la del viejito y la de la Puna, y todos en silencio.
Rodolfo Kusch
Artículo publicado por primera vez en San Salvador de Jujuy, el 25 de junio de 1988
Gunter Rodolfo Kusch nació en la ciudad de Buenos Aires el 25 de junio de 1922. Egresó de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires en 1948 con el título de profesor de Enseñanza Secundaria, normal y especial en Filosofía. Desde temprano, abocó sus estudios a los problemas de los aborígenes americanos, tema al que le dedicó su vida. Vivió sus últimos años en Maimará, lugar desde el que se despidió el 30 de septiembre de 1979.
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miércoles, 1 de mayo de 2013
Feliz día del trabajador!
Hoy es el dia del trabajador.
Escuche temprano en una radio un reclamo de varios oyentes, seguramente asalariados, que se quejaban por el cierre de algunos "shopping" en este dia.
Hoy se recuerda una huelga de trabajadores en Chicago el 1 de mayo de 1886, reclamando una jornada de trabajo que no superara las ocho horas. Tres dias después se reunieron 20000 personas en una plaza en continuidad con la huelga. Luego de una represión sangrienta de la policia se apresaron a 180 trabajadores, de los cuales se condenó a tres de ellos a prisión y cinco (los principales dirigentes) a la horca. Son los llamados mártires de Chicago.
La jornada de ocho horas acercaba una dedicación al trabajo que no destruyera la salud del trabajador. También reconocía que el hombre trabajador tenía otras posibilidades mas allá de su lucha por el pan. Era también una mejor distribución de la riqueza, porque la jornada habitual era de 10 horas, pero en algunas fábricas de mucha producción se llegaba a jornadas de 18 hs. De este modo el empresario empleaba a menos ciudadanos, generando mas desocupación y mejorando su ganancia a fuerza de explotación.
No estamos celebrando la transformación creativa de la naturaleza. No es el dia de la felicidad que produce reinventarlo todo para vivir mejor. No es el dia del artesano, el dia del artista, el dia de la victoria sobre la enfermedad, el frio, el hambre, la incomunicación. Es el dia de la lucha por la dignidad en un contexto de trabajo deshumanizado. Es el dia de las disputas entre las enormes ganancias de las empresas y los grupos concentrados de poder, y el lugar del hombre común y sencillo que contempla esta desigualdad. Es el dia en que dejamos de ser espectadores y asociándonos a los demás trabajadores, luchamos por lo que nos corresponde.
Estamos en una época donde volvemos a jornadas enormes para muy pocos. Soy docente, y veo con tristeza la alegría de compañeros que creen tener un buen sueldo cuando trabajan desde las 7 de la mañana hasta las diez de la noche. Frente a esto la dificultad de muchos para un salario que les permita comer, vestirse, llevar los chicos a la escuela y comprar algun remedio cuando es necesario.
El mundo entero tiende a la concentración de la riqueza y la pérdida del empleo como contenedor social.
Hay que volver a hablar de la jornada de trabajo (en el siglo XXI no deberían ser de seis horas?). Hay que volver a reunirse para exigir derechos. Hay que volver a pensar en el trabajo como participación creativa, democrática, amigable con el medio ambiente. El trabajo como un derecho social.
El taller del Borda antes de ser demolido. |
También mi cariño y respeto a los trabajadores de las cooperativas "Argentina trabaja". Mucho ignorante verborrágico insulta a esta gente que cobra un salario de $1200. El año 2001 destruyó a los mas débiles. No solo este gobierno se ha hecho cargo de esa masacre social, nos hemos hecho cargo los que respaldamos esas políticas públicas con el voto popular. Para algunos solo será "ayuda social", para otros, la oportunidad de ingresar a la mesa grande del trabajo.
Por último, perdón por lo personal del recuerdo, la memoria y la gratitud para mi querido viejo ausente, un carpintero de manos callosas.
Feliz día!
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Francisco Mina
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