por Francisco
Mina
(Exposición
en la Jornada sobre Drogadependencia, organizada por la Secretaría
de Desarrollo de la Municipalidad de Campana y la Escuela de
Formación Proyecto UNO, el 27 de Agosto de 2012 en el Centro de
Exposiciones del Club Esso)
Quiero agradecer a la
Sra. Intendente Stella Maris Giroldi y al Secretario de Desarrollo,
Licenciado Mauro Di María, por invitarme a participar de esta
jornada.
Discutíamos en algún
momento el nombre de esta conferencia: “Adicciones y Juventud,
Mitos y Realidades”. En la década del 80, había un antropólogo
que estaba de moda y había publicado un libro que se llamaba ¨ Mito
y realidad”, recuperando la cuestión mítica como un saber
profundo. Los mitos, en nuestro lenguaje habitual, tienen que ver con
construcciones un tanto ideales, poco asentadas en la realidad. A eso
llamamos vulgarmente “mitos”. Son esas cosas poco comprobadas que
nos decimos mutuamente para quedarnos tranquilos, para “decir
algo”. Porque ante las cosas “pesadas”, algo hay que decir. Es
esto que sucede en los velorios: uno debería callarse, pero es
imposible, porque callarse es comerse el dolor, por eso hay que decir
algo. No hay nada más humano que contar chistes en los velorios,
porque es la manera de conjurar la muerte. Por esta razón, los mitos
sobre las adicciones, son un conjuro contra la carga de dolor y
muerte que el consumo de drogas encierra.
Hay una realidad que
Daniel De Angelis explico muy bien y que tiene que ver con el consumo
mismo, sobre todo entendido como entretenimiento, que es tan viejo
como el hombre mismo. Porque las drogas nunca salieron de su
escondite a perseguir a los hombres, nosotros hemos cultivado
prolijamente cosas que nos hicieran sentir bien. Por eso las hubo
desde hace mucho en la historia: la cocaína, la marihuana, pero
también tantísimas otras. Son formas que tenemos los seres humanos
de sentirnos bien, o por lo menos intentarlo. Y en esta
conferencia,... y en este convenio que hacemos entre el Municipio y
Proyecto UNO, no estamos discutiendo, ni mucho menos entrometiéndonos
con los consumos privados y particulares. Porque que estamos en una
sociedad liberal, nuestra constitución es heredera de las
revoluciones burguesas europeas, y tenemos clara conciencia del
respeto por las acciones privadas. La “moralina” sobre el
consumo, este señalamiento que históricamente tuvimos por ejemplo
sobre el borracho, el alcohol, el alcohólico, es una práctica
social discriminatoria que asegura, en su fantasía, la salud de los
demás. Tener un borracho en la esquina asegura que el problema está
en la esquina y no está en casa. Por eso cuando uno no tiene cerca
algún borracho, algún ciruja, algún delincuente, algún loco, es
bueno salir a buscar uno, porque es una especie de fusible social.
Nos hace sentir mejor tener en la vereda algún discordante social,
que nos reafirme que nosotros estamos muy bien.
Bueno, primer mito,
hagamos una pregunta que me parece interesante: ¿de quienes son los
drogadictos? Que aclaremos, no son los consumidores que se divierten
un rato porque fumaron un porro el fin de semana. Los drogadictos son
los que están absolutamente “metidos” con este problema. Son los
que llegaron a la enfermedad, a la falta del reconocimiento de las
cuestiones más básicas para la vida en sociedad: porque le robaron
a la madre para comprar un papel de cocaína, porque empezaron a
tomar un arma y salir a robar, porque salieron a robar y lastimaron a
alguien, porque pisaron la cárcel, porque en la cárcel tuvieron
que defenderse, fueron violados, violaron, lastimaron a otros… En
todo este mundo, ya no estamos hablando de diversión. Esto ya no es
“la previa” de un sábado de fiesta. Ya no es una “foto linda”.
Las adicciones tienen que ver con esto. La verdad es que aquellos que
hace mucho tiempo trabajamos en la temática de las adicciones, lo
que hemos visto es mucho dolor,... mucho dolor. Estos “dolores
privados” normalmente no se publican. El sufrimiento de una
familia, que tiene un hijo internado y que trastorna todos sus fines
de semanas para visitarlo en una comunidad. Trabajé tres años con
Daniel De Angelis en Proyecto UNO. Muchas veces me quede
contemplando la situación de los fines de semana en la Institución:
familias con bolsos, con cosas para comer, teniendo que romper lo
relajado de un fin de semana normal para poder entrar en esta
“anormalidad” de tener alguien encerrado, que se tiene que curar.
Tratamientos prolongados y costosos. No todo es fiesta.
Primer mito: me parece
que es interesante que podamos situar las cosas por su nombre. Creo
que no hay que meterse con la vida privada de nadie, pero hay
momentos en que esa vida privada tiene resonancias muy fuertes en lo
público, entonces ya estamos hablando de un problema de todos.
Las discusiones menores
esquivan la posibilidad de la verdadera discusión.
Drogas y política.
Hubiera sido muy provocador este título para la conferencia. A
esta altura lo podemos aclarar. Porque cuando el consumo perfora a la
sociedad, cuando genera transformaciones que se vinculan con un
proyecto de muerte estamos ante una cuestión eminentemente política.
Digámoslo desde el principio también, no es ninguna novedad,
ninguna ofensa a los buenos políticos: la política tiene las manos
sucias con las drogas. El negocio del narcotráfico, como el de la
trata de personas, el robo de automotores y la venta de auto partes,
o sea los grandes delitos organizados, no funcionan sin la política.
No funcionan estos delitos sin la participación activa y pasiva de
la policía, y la policía es la política. El Estado como
responsable del bien común, de esta especie de “felicidad publica”
de la vida en sociedad, ha tomado partido en el delito o mirado al
costado esquivando su responsabilidad. El Estado es responsable que
estos proyectos de muerte hayan penetrado socialmente. ¿Por qué
esto? Tomé mucha atención a una de las diapositivas que mostraba
Daniel en su charla: cuando se describían las diferentes drogas, al
mostrar la cocaína, se veía una línea “peinada” con una
tarjeta de crédito, junto a un billete. Hablemos de eso. ¿Qué
relación tienen el consumo de drogas con los “otros” consumos?
¿Cuándo empezamos los seres humanos a consumir tan
desenfrenadamente? ¿Siempre consumimos así? Aclaremos un poco más:
¿a que nos referimos cuando hablamos de consumo? ¿Qué es consumo,
ya no de drogas? ¿Qué es consumo en general? Intentemos alguna
respuesta: el consumo es un vínculo que tenemos las personas con
las cosas. Consumir es entablar una relación, que no es la única,
una relación que se resuelve en la destrucción de un objeto para
poder asimilarlo. Consumir es asumir, es hacer mío, pero de alguna
forma es también destruir, porque aquello que consumo pierde su
realidad cuando lo hago mío. Hay un costado que todavía me parece
más interesante: implica un goce, un profundo goce, pero un goce que
está relacionado con esa destrucción. No por la destrucción misma,
sino porque es necesaria la destrucción para que se genere ese goce.
O sea: si eso que se consume no desaparece en su realidad, no hay
goce. Entonces el goce esta en esa magia que se genera en la
seducción visual, olfativa, del profundo erotismo que tienen las
cosas. Pero cuanto más las quiero, paradójicamente, las hago
desaparecer: ese es el consumo. ¿Qué tiene que ver el consumo de
drogas con este consumo? Evidentemente es un consumo placentero, hay
una predominancia en la destrucción del objeto.
Pero hay también otros
consumos. Nosotros extendemos el consumo a otras vinculaciones. Nadie
se come el dinero, y sin embargo hay gente que muere guardándolo. El
movimiento económico que nosotros llamamos consumo en la compra ¿es
realmente consumo? Es una extensión, es un significado extendido del
consumo. Ahí no hay tanto significado en la destrucción del objeto,
ahí el goce está en la posesión, hay una relación ahí con el
poder, con aquello que me da. Es más, que me da cuando no se
destruye, o sea que el que acumula poder es mas amarrete que aquel
que come un churrasco, que es más generoso con la naturaleza. Por
eso las fiestas de los pobres. Los “consumos” relacionados con
bienes durables se confunden con una especie de deseo de permanencia.
El deseo que la muerte no me atrape. Me vienen a la mente esas viejas
fabulas del avaro, que acumula y de alguna forma consume también.
¿En que consiste nuestro mundo del consumo? Yo soy profesor de
filosofía así que discúlpenme (risas). El viejo Hegel, un
filosofo alemán de fines del 1700, en un libro un tanto complicado:
“La filosofía del derecho”, habla de la relación del hombre con
las cosas. El dice que el hombre es una idea. Hegel es el principal
exponente del idealismo absoluto. El hombre es pura idea, es pura
expansión de una libertad. Pero para poder objetivar esa libertad
necesita de las cosas, y en esto Hegel de alguna manera sacraliza la
propiedad, le da un carácter sagrado. Si yo soy libre cuando tengo
cosas, el perder esas cosas o no alcanzarlas, me esclaviza. Entonces
hay un ansia espectacularmente fuerte del ser humano por las cosas.
Marx, que después va a leer mucho a Hegel, se va a apartar de él en
esto, y va a querer romper esta sacralidad de la propiedad privada.
Muchas veces consideramos
estas ansias de comprar, de adquirir, de llenarnos de cosas como una
estupidez “poco espiritual”, pero no es así. De los 7 mil
millones de hombres y mujeres que hay en el planeta, la mitad se
debaten por querer cosas y no tenerlas y la otra mitad por tener esas
mismas cosas y defenderlas de alguna forma. Eso define las
relaciones económicas del mundo. ¿Qué es lo que sucede cuando me
apodero de las cosas? De alguna forma las defiendo, es más, dice
Hegel, el último extremo de ese goce de supervivencia es la
ostentación. ¿Y qué es la ostentación? Es poder mostrar y
conjurar que vencí a la muerte porque tengo lo que los demás no
tienen. Hegel acá se pone serio y dice, esto necesita un freno.
Primero porque el otro, en ese deseo de poder tener todo lo que
desea, va a ser una amenaza para mis cosas. En ese sentido todos los
que están alrededor de las cosas que yo tengo, son la posibilidad de
que las pierda. Y no voy a perder cualquier cosa, voy a perder mi
libertad, voy a perder mi capacidad de identidad. El ladrón sale a
la calle por algo vital, sale a buscar una forma de libertad.
Entendió que necesita de las cosas, y da la casualidad que las tiene
otro. Los que las compraron entienden que van a perder mucho si
pierden sus cosas. Es imposible no pensar en una sociedad de consumo
exacerbada en la violencia, sin mediación del Estado. Es impensable
una sociedad consumista al máximo, no estamos hablando de drogas
solamente, sin violencia. La violencia es implícita, está latente
en cada compra. En cada compra que realizamos nos podrían ofrecer
un combo: algún elemento que violentamente defienda lo que acabo de
comprar.
Seguimos pensando que
salir armado para conseguir algo por medio del robo es gravísimo,
no sé si lo tenemos tan claro en otras formas de acción delictiva
como la evasión de impuestos, totalmente instalada y naturalizada.
Considero que somos una
sociedad que ha rotos acuerdos y que tiene que reinventarlos. Al
Estado liberal, que se ha sentado para ser espectador de los grandes
negocios de consumo no le queda ahora otra que participar.
El discurso de los
poderes económicos sobre las pérdidas que se tienen a veces por
problemas como las adicciones, tiene un profundo cinismo. Cuando a
principio de siglo el hombre era la herramienta fundamental para la
producción, lo cuidábamos, lo lustrábamos para que no decaiga, “el
músculo duerme, la ambición descansa”. “Necesitamos que el tipo
venga, sano y feliz a trabajar, a producir”, esto decían nuestros
abuelos. Jean Lyotard dice que se han caído los “grandes relatos”,
que eran los relatos que tenían nuestros viejos: “estudiá nene
que te va a ir mejor, vas a ver que el progreso va a hacer que todos
tengamos vacunas para erradicar las enfermedades, poco a poco la
inteligencia va a permitir que seamos más buenos”. Eran los
grandes relatos que sostenían a la modernidad. Entre esos relatos
estaba el trabajo. Hoy ya no es necesario el hombre en el mundo del
trabajo. Las maquinas pueden producir sin los hombres, lo único que
necesita el mundo financiero es que solo algunos se metan en la
rueda, ganen mucho, trabajen mucho y compren mucho. Aquellos que
quedan fuera de este sistema, ya no interesan a nadie y van a
descarte. Son la enorme masa de hombres de desecho. Las pérdidas del
mundo productivo por el consumo de drogas son tan relativas! Hay un
profundo cinismo en todo esto. Hay personas, y no era así con el
modelo del Estado de bienestar, que están nacidas para el descarte.
El “paco” (la pasta base de cocaína) no es tan solo el residuo
de una elaboración: es una “droga de diseño”. El paco es un
diseño de eliminación rentable de las juventudes pobres. ¿Cuál
es el destino de algunos jóvenes? El consumo, un consumo agresivo
que destruye hasta los huesos, y luego la cárcel como un lugar de
muerte, un lugar de muerte próxima, de muerte metafórica porque es
“la tumba”, o muerte literal por una puñalada. Hay miembros de
nuestra sociedad que están destinados desde la panza de su madre a
terminar así. Me parece que hay una naturalización a coexistir con
estas profundas heridas y pasarlas “al lado” como si no fueran
parte de nuestro propio camino. Hace poco vi en el umbral de una
iglesia, un hombre durmiendo, tapado con una colcha de nene. Un
hombre sin nombre porque ya no es nadie. Necesita ser nadie, porque
si “es alguien” empieza a molestar en el camino. Si ese hombre
arrojado en la calle fuera yo, sería una molestia; si fueran ustedes
también. Podemos hablar de “ese hombre” porque no tiene nombre.
Esto es la sociedad de consumo. Una vía rápida, repleta de
obligaciones, goces y dramas que tienen que ver con el ir y venir de
la economía. Junto a ella profundas soledades encapsuladas que no
pueden subirse. El consumo de drogas tiene que ver con la coherencia
de una sociedad diseñada así. No es un desubicado el adicto, no es
un desubicado el preso. Nos queda bien la cárcel en Campana. Tenemos
la fábrica, tengamos la cárcel!
Traje un reproducción de
la pintura de Ernesto de la Cárcova: “Sin pan y sin trabajo”.
Pero no es una reproducción, es un profundo original. Esta pintado
con tempera, que es lo mas inapropiado para pintar una cosa así. Es
distinto al original de la Carcova, lo pinto un alumno preso. No
entendí porque pintaba esto. Tenía un montón de cosas para elegir
y sin embargo pintó esto, y me lo regaló. Son expresiones de una
sociedad que no puede solucionar sus cosas sino es por el encierro.
Todo este año estuve
leyendo poesías de Camilo Blajaquis. Hemos leído con Mauro (Di
María) poemas de este muchacho en muchos barrios. Sostenemos la
posibilidad de una sociedad bella, porque lo estético no es un
adorno, lo estético es profundamente íntimo de la sociedad. Una
sociedad bella es una sociedad justa, es una sociedad equitativa
donde vale la pena vivir, donde se puede gozar, eso es una sociedad
bella. Esto que estamos haciendo ahora es un acto público y es el
inicio de una política publica. Empezamos a hacer realidad una
política publica, o sea que en el municipio empezamos a hablar de
drogas porque nos interesa, porque tenemos un proyecto bellamente
estético de una ciudad justa. Entonces, por una cuestión de
justicia social, por una cuestión estética, profundamente estética,
podemos hablar de drogas, porque nos interesa otro proyecto de vida.
Detrás de ese proyecto entonces, quizás podamos hablar con una
nueva autoridad con nuestro jóvenes sobre algo que no sea la muerte.
Comparto con Ustedes este
poema de Camilo. Lo escribió preso: Se llama “Miedos moribundos”:
Solo veré preocupación
cuando a mi poema también lo
humille la rutina.
Cuando mis palabras también queden
encerradas adentro de una celda
y ya no sean adictas al sueño y a
la utopía.
Cuando se dejen vencer y ya no
resistan las piñas de este sistema.
Si llegara ese momento no tendría
razón mi poema.
Viviría feliz como viven los
decentes.
Sentiría al mundo por TV y no por
lo que ven mis ojos.
Viviría feliz como viven los
honestos.
Tengo un afecto muy
profundo a la poesía. Le agradezco especialmente a Pablo Neruda su
bella reflexión sobre las cosas. Este pronunciar las cosas y la vida
de Neruda me ha enseñado mucho, me ha permitido dar lectura a
ciertas realidades. Entre la cantidad de sus libros de poemas, hay
uno que me fascina: se llama “Odas elementales”. Las odas son
estas formas de cantarles a los héroes. Pablo le canta en cambio a
los tomates, por ejemplo. Leo del índice: oda al tomate, oda al
final del domingo, oda a la uña del pie... Son odas a las cosas
simples. Rilke, decía cuando hablaba de la poesía, que hay que
abandonar los grandes temas como el amor y el hombre, y hay que
hablar de las pequeñas cosas. En esta conferencia hemos hablado de
las adicciones, de los objetos, del consumo, pero sobre todo de los
hombres y mujeres en relación al consumo. Encontré una oda al
vino, no la voy a leer. Casualmente era la última de una serie de 60
poemas, y el primero de todos es oda al aire. Si hay algo que
consumimos, que gozamos es el aire. No saben la cantidad que hemos
consumido gratuitamente en este espacio, y nos hace felices!
Me despido de Ustedes con
estas palabras de Pablo Neruda:
Andando en un camino encontré al
aire, lo saludé y le dije con respeto:
“Me alegro de que por una vez
dejes tu transparencia, así hablaremos”.
Él incansable, bailó, movió las
hojas, sacudió con su risa el polvo de mis suelas,
y levantando toda su azul
arboladura, su esqueleto de vidrio, sus párpados de brisa,
inmóvil como un mástil se mantuvo
escuchándome.
Yo le besé su capa de rey del
cielo,
me envolví en su bandera de seda
celestial y le dije:
monarca o camarada, hilo, corola o
ave, no sé quién eres, pero una cosa te pido,
no te vendas.
El agua se vendió y de las cañerías
en el desierto he visto terminarse
las gotas y el mundo pobre,
el pueblo caminar con su sed
tambaleando en la arena.
Vi la luz de la noche racionada, la
gran luz en la casa de los ricos.
Todo es aurora en los nuevos
jardines suspendidos,
todo es oscuridad en la terrible
sombra del callejón.
De allí la noche, madre madrastra,
sale con un puñal en medio
de sus ojos de búho, y un grito, un
crimen,
se levantan y apagan tragados por la
sombra.
No, aire, no te vendas,
que no te canalicen, que no te
entuben, que no te encajen ni te compriman,
que no te hagan tabletas, que no te
metan en una botella, cuidado!
Llámame cuando me necesites,
yo soy el poeta hijo de pobres,
padre, tío, primo, hermano carnal y concuñado
de los pobres, de todos, de mi
patria y de las otras, de los pobres que viven junto al río,
y de los que en la altura de la
vertical cordillera pican piedra, clavan tablas,
cosen ropa, cortan leña, muelen
tierra, y por eso yo quiero que respiren,
tú eres lo único que tienen, por
eso eres transparente,
para que vean lo que vendrá mañana,
por eso existes, aire,
déjate respirar, no te encadenes,
no te fíes de nadie que venga en
automóvil a examinarte,
déjalos, ríete de ellos, vuélales
el sombrero,
no aceptes sus proposiciones,
vamos juntos bailando por el mundo,
derribando las flores del manzano,
entrando en las ventanas, silbando
juntos,
silbando melodías de ayer y de
mañana,
ya vendrá un día en que
libertaremos
la luz y el agua, la tierra, el
hombre,
y todo para todos será, como tú
eres.
Por eso, ahora, cuidado!
y ven conmigo,
nos queda mucho que bailar y cantar,
vamos a lo largo del mar,
a lo alto de los montes, vamos
donde esté floreciendo la nueva
primavera
y en un golpe de viento y canto
repartamos las flores, el aroma, los
frutos,
el aire de mañana.
Muchas gracias.
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