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Este blog es un lugar de escritura. Podes encontrarte con poesías, con crónicas, con apuntes de filosofía, con ideas en gestación, con escritos de alumnas y alumnos... podes encontrarte. La fotografía del cóndor volando en libertad, la saqué en el Cerro Tronador, muy cerca de Bariloche. Me llamo Francisco Mina. Cocino bien, jugaba al futbol, sigo andando en bicicleta, y soy profesor de Filosofía en educación terciaria en Escobar y Campana (Argentina al sur)

viernes, 5 de noviembre de 2010

La cárcel como naufragio.


Un hombre que cosecha y arroja todo el viento

desde su corazón donde crece un plumaje:
un hombre que es el mismo dentro de cada frío,
de cada calabozo.
Un hombre que ha soñado con las aguas del mar,
y destroza sus alas como un rayo amarrado,
y estremece las rejas, y se clava los dientes
en los dientes del trueno.

fragmento de “Las cárceles”
de Miguel Hernández


La cárcel como naufragio.


(Artículo sobre la exclusión carcelaria y la escuela, a partir de un texto de Michel Foucault.)

Francisco Mina


La nave de los locos.

Vamos a recorrer un texto breve de Michel Foucault, pero inmenso en su densidad conceptual. Se trata de algunos párrafos del capítulo uno del libro “La historia de la locura en la época clásica”, que invito a leer a continuación y luego andaremos mansamente.

“Hecho curioso: bajo la influencia del mundo del internamiento tal como se ha constituido en el siglo XVII, la enfermedad venérea se ha separado, en cierta medida, de su contexto médico, y se ha integrado, al lado de la locura, en un espacio moral de exclusión. En realidad no es allí donde debe buscarse la verdadera herencia de la lepra, sino en un fenómeno bastante complejo, y que el médico tardará bastante en apropiarse.
Ese fenómeno es la locura. Pero será necesario un largo momento de latencia, casi dos siglos, para que este nuevo azote que sucede a la lepra en los miedos seculares suscite, como ella, afanes de separación, de exclusión, de purificación que, sin embargo, tan evidentemente le son consustanciales. Antes de que la locura sea dominada, a mediados del siglo XVII, antes de que en su favor se hagan resucitar viejos ritos, había estado aunada, obstinadamente, a todas las grandes experiencias del Renacimiento.
Es esta presencia, con algunas de sus figuras esenciales, lo que ahora debemos recordar de manera muy compendiosa.
Empecemos por la más sencilla de esas figuras, también la más simbólica. Un objeto nuevo acaba de aparecer en el paisaje imaginario del Renacímiento; en breve, ocupará un lugar privilegiado: es la Nef des Fous, la nave de los locos, extraño barco ebrio que navega por los ríos tranquilos de Renania y los canales flamencos.
El Narrenschiff. es evidentemente una composición literaria inspirada sin duda en el viejo ciclo de los Argonautas, que ha vuelto a cobrar juventud y vida entre los grandes temas de la mitología, y al cual se acaba de dar forma institucional en los Estados de Borgoña. La moda consiste en componer estas "naves" cuya tripulación de héroes imaginarios, de modelos éticos o de tipos sociales se embarca para un gran viaje simbólico, que les proporciona, si no la fortuna, al menos la forma de su destino o de su verdad.[...]
De todos estos navíos novelescos o satíricos, el Narrenschiff es el único que ha tenido existencia real, ya que sí existieron estos barcos, que transportaban de una ciudad a otra sus cargamentos insensatos. Los locos de entonces vivían ordinariamente una existencia errante. Las ciudades los expulsaban con gusto de su recinto; se les dejaba recorrer los campos apartados, cuando no se les podía confiar a un grupo de mercaderes o de peregrinos.[...] A menudo, las ciudades de Europa debieron ver llegar estas naves de locos.
No es fácil explicar el sentido exacto de esta costumbre. Se podría pensar que se trata de una medida general de expulsión mediante la cual los municipios se deshacen de los locos vagabundos;...[...]
En ocasiones, algunos locos eran azotados públicamente, y como una especie de juego, los ciudadanos los perseguían simulando una carrera, y los expulsaban de la ciudad golpeándolos con varas.
Señales, todas éstas, de que la partida de los locos era uno de tantos exilios rituales.
Así se comprende mejor el curioso sentido que tiene la navegación de los locos y que le da sin duda su prestigio. Por una parte, prácticamente posee una eficacia indiscutible; confiar el loco a los marineros es evitar, seguramente, que el insensato merodee indefinidamente bajo los muros de la ciudad, asegurarse de que irá lejos y volverlo prisionero de su misma partida, Pero a todo esto, el agua agrega la masa oscura de sus propios valores; ella lo lleva, pero hace algo más, lo purifica; además, la navegación libra al hombre a la incertidumbre de su suerte; cada uno queda entregado a su propio destino, pues cada viaje es, potencialmente, el ultimo. Hacia el otro mundo es adonde parte el loco en su loca barquilla; es del otro mundo de donde viene cuando desembarca. La navegación del loco es, a la vez, distribución rigurosa y tránsito absoluto. En cierto sentido, no hace más que desplegar, a lo largo de una geografía mitad real y mitad imaginaria, la situación liminar del loco en el horizonte del cuidado del hombre medieval, situación simbolizada y también realizada por el privilegio que se otorga al loco de estar encerrado en las puertas de la ciudad; su exclusión debe recluirlo; si no puede ni debe tener como prisión más que el mismo umbral, se le retiene en los lugares de paso. Es puesto en el interior del exterior, e inversamente. Posición altamente simbólica, que seguirá siendo suya hasta nuestros días, con sólo que admitamos que la fortaleza de antaño se ha convertido en el castillo de nuestra conciencia. El agua y la navegación tienen por cierto este papel. Encerrado en el navío de donde no se puede escapar, el loco es entregado al río de mil brazos, al mar de mil caminos, a esa gran incertidumbre exterior a todo. Está prisionero en medio de la más libre y abierta de las rutas: está sólidamente encadenado a la encrucijada infinita. Es el Pasajero por excelencia, o sea, el prisionero del viaje. No se sabe en qué tierra desembarcará; tampoco se sabe cuándo desembarca, de qué tierra viene. Sólo tiene verdad y patria en esa extensión infecunda, entre dos tierras que no pueden pertenecerle. ¿Es en este ritual y en sus valores donde encontramos el origen del prolongado parentesco imaginario, cuya existencia podemos comprobar sin cesar en la cultura occidental? ¿O es, inversamente, ese parentesco, el que, desde el comienzo de los tiempos determina, y luego fija el rito del embarco? Una cosa podemos afirmar, al menos: el agua y la locura están unidas desde hace mucho tiempo en la imaginación del hombre europeo.”

 “Historia de la locura en la época clásica” es la primera publicación de Foucault y su tesis doctoral. ¿Por qué leer un texto en torno a la locura cuando intentamos comprender el encarcelamiento ligado al delito? Porque los locos, junto a los delincuentes, conforman el espacio de los “no contractuales”. Juntos comparten también ciertas condiciones en torno al encierro como exclusión. En nuestra época en la Argentina, el consumo abusivo de drogas ha deslizado la figura del delincuente como trasgresor de la ley, hacia la categoría de “enfermo”. De este modo, la cárcel se transforma, desde el discurso cotidiano, en un “tratamiento de rehabilitación”, justificando el proyecto político del encierro de los jóvenes pobres sin horizonte de inclusión. En este sentido me pregunto, y los invito a cuestionarse, si lo que antaño fue la lepra y luego la locura, no lo ocupa en la actualidad la “juventud adicta y delincuente” que puebla nuestras cárceles.

Intentamos pensar la escuela y la cárcel: las dos instituciones en las que trabajamos. La densidad de este esfuerzo radica en la enorme incidencia de estas instituciones, para configurar las relaciones políticas, sociales y económicas de cada uno de nosotros, de cada habitante de este suelo. La cárcel y la escuela, junto a otros espacios que no analizaremos en este proyecto, serán decisivos en nuestra manera de entender y vivir la felicidad, el trabajo, el progreso, la frustración, la seguridad, la libertad, la muerte y tantas otras expresiones que recorren nuestro día a día.

Me parece fundamental hacer una aclaración en este punto del recorrido. Pretendemos en esta propuesta académica, una superación del simplismo de pensar la cárcel como un “lugar malo”, y nuestra presencia y actividad docente como una “misión bondadosa”. La exclusión y el encierro son un dispositivo demasiado complejo. Invito a pensar en profundidad estas categorías, en las que estamos implicados, para poder ensayar cambios mucho más intensos que la mera paliación de sus síntomas.

El siglo XVII encontrará control sobre la locura con el encierro. Lo que hoy llamamos “manicomio” será el modo de dominio sobre la discordancia de la locura.
La “nave” prefigura ese dominio, lo intenta de algún modo. Nos ofrece significados sobre la dinámica, las fantasías, los “proyectos” de la exclusión.
El nuevo orden político del capitalismo necesita de este dominio para su realización.
Dice el mismo Foucault en una parte del capítulo “La moda consiste en componer estas "naves" cuya tripulación de héroes imaginarios, de modelos éticos o de tipos sociales se embarca para un gran viaje simbólico, que les proporciona, si no la fortuna, al menos la forma de su destino o de su verdad.”
En el texto completo, que preferí entresacar, se enumeran otras naves, como la de las “damas virtuosas” o “los santos”. Me atrae el significado de este recurso: la nave de los locos es una expulsión que sin embargo envuelve un gesto de exculpación. Pienso en los geriátricos de lujo actuales como modos de expulsión, exculpados por el confort, o las escuelas costosas con doble escolaridad y doble encierro.
Me interesa resaltar en esto la permanente dificultad de las sociedades para hacerse cargo de sus violencias institucionalizadas. Es necesario disfrazar estas violencias de motivos que ayuden a su digestión.
Es bueno quedarnos en este momento previo a la reflexión de Foucault. Subir a los locos a una nave es un gesto “mejor” que la muerte. El barco loco expresa la contradicción de querer sacar del medio una presencia molesta y no poder soportar lo que esto significa.
Se encierra en esto el modelo y la fantasía de la eliminación del síntoma como solución de la causa. La locura habla de la ciudad, pero la ciudad no quiere ver esa realidad y por eso expulsa eso suyo, imposibilitando así una solución dialéctica. De alguna manera la expulsión es una solución mágica que no logra cambiar nada en su raíz. De todos modos estoy utilizando el término expulsión, que justamente es lo negado. La propuesta del discurso de la nave insensata es “el viaje al mar”.

Las cárceles de la Nación.

El artículo dieciocho de nuestra constitución nacional, dice en uno de sus párrafos: “Quedan abolidos para siempre la pena de muerte por causas políticas, toda especie de tormento y los azotes. Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exija, hará responsable al juez que la autorice.” Muchos de nuestros alumnos seguramente nos han hecho referencia a una Constitución inexistente, en donde se habla de la “rehabilitación”. No es de asombrarse, también algunos comentarios de manuales escolares explican este artículo con esa interpretación que yo nunca he encontrado en el texto.
“Las cárceles de la Nación”… El enunciado es muy fuerte, contundente. La Nación no tiene un amplio abanico de propuestas para el problema del delito, y entre ellas, un sistema de detención. “Las cárceles” toman aquí una entidad institucional de tipo vertebral. La Nación, para ser Nación, tiene sus cárceles.  La sociedad de la modernidad occidental, cuenta con “las cárceles” como parte de su diseño institucional.
De algún modo Foucault verá en los presidios el icono oculto de la sociedad productiva moderna.
El artículo constitucional que releemos, comienza recordando la abolición de la antigua pena punitiva de los estados monárquicos: “toda especie de tormentos y azotes”. Es un discurso político que ya no puede presentar a un gobernante vengativo que devuelve una violencia idéntica al delincuente para restituir el orden roto. Sin embargo el poder del “Estado vengador” será reemplazado por estas “Cárceles de la Nación”.
Estas “instituciones” que de algún modo expresan a la Nación, deben ser “sanas” y “limpias”. Deben restituir la salud perdida. Serán habitadas por enfermos que gozarán de esta salud de sus paredes.  Es notable la sociedad imaginaria de unas cárceles fantaseadas como espacios sanitarios, donde literalmente se concentran personas con el mas bajo índice de vacunación infantil, con altos niveles de ignorancia sobre medios de prevención de enfermedades de fuerte significado social y económico como la tuberculosis y el Sida, y una deficiencia de asistencia básica como la ausencia de personal médico.
Deben también estos lugares “limpiar” la suciedad moral del delito. Es notable el uso del término “limpieza” para denominar al liderazgo de un interno en un pabellón en la jerga carcelaria. La “limpieza”, en su equívoco permanente, es aquí idéntica al poder de muerte. “Limpiar” es eliminar al mas débil en la pelea. Un ladrón adquirirá en la cárcel el añadido de esta ley de selección en su saber cotidiano.
Las cárceles serán definidamente “sucias”. Me refiero a un diseño que favorece la promiscuidad, una deficiente conservación de alimentos y eliminación de sus desperdicios, una consecuente proliferación de ratas, y una falta de higiene en el sistema de eliminación de la materia fecal.  Solo la voluntad individual de los internos intentará algún paliativo.
Sin embargo la constitución no se equivoca, las cárceles restituyen la “salud” de la sociedad y “limpian” la ciudad de sus desperdicios humanos: los delincuentes. En este sentido las cárceles efectivamente son “sanas y limpias”.
La “mortificación mas allá…” a que refiere el artículo merecería también nuestra reflexión. Mi intención está muy lejos de un análisis exhaustivo.

La cárcel y el barco de la locura.

¿Que similitudes tienen entonces esta “nave de locos” y nuestras cárceles?
Apunto algunas miradas, tan solo para provocar las que ustedes mismos seguramente encontrarán.
El loco es “prisionero de su misma partida”. En este sentido se pueden pensar el parcelamiento y encierro que ofrece una sociedad que redistribuye a los ciudadanos exitosos en un country, y a los fracasados del sistema en la cárcel como su destino final.
Hace unos años, en el mismo día de la semana, trabajaba a la mañana en una escuela de gestión privada, y por la tarde, en la escuela de la cárcel de Campana. La falta de un tiempo intermedio  mas largo, colaboraba en la experiencia de las continuidades y rupturas entre ambos espacios.
Muchos chicos me saludaban al subirme al auto, al mediodía, desde las rejas verdes del patio de un colegio lindo y seguro. Me recibían, luego de quince minutos de viaje, otros alumnos también jóvenes detrás de las rejas grises del penal.
Ambos son “prisioneros de su misma partida”. El encierro será una forma de “salvación” para las dos expresiones. “Partir” desde la carencia educativa, alimenticia y sanitaria, configura una especial forma de prisión como exclusión, que sin embargo se comprende desde la sociedad y el orden de sus leyes, como un intento de recuperación. Iniciar un “viaje” desde ciertos elementos de confort establecidos como “buenos”, como la atención médica, los alimentos propuestos por el mandato de la publicidad, una educación “cómoda”, un trabajo cada vez mas despersonalizado y frágil, configurarán otra forma de encierro, pero con la justificación de la inclusión.
Pensar la cárcel como el único lugar de encierro, es la mejor manera de impedir una crítica al modelo consumista y disciplinario de nuestra sociedad.
El nudo de estas dos “partidas” diferentes, es la imposibilidad de un sistema de justicia igualitaria y de tolerancia pacífica de las legítimas diferencias. Las dos alternativas ofrecerán encierro. Miremos con detalle aquella que propone la “salida” de la ciudad.
Una característica fundamental de la “nave carcelaria”, es su exclusión “moral”. Una clara distinción de “lo malo y lo bueno” sostiene el sentido de esta expulsión.
Es muy difícil entender la cárcel sin el horizonte de “la fábrica”. “Lo bueno” ya no será el ideal medieval de la obediencia y la santidad, la conformación del sujeto a la bondad de Dios, sino la “productividad”. El “deber” es producir, y el premio es el consumo, cerrando el círculo necesario de un modelo utilitarista. Consumir sin producir es malo y por ende delictivo. La ambición no está sancionada, como en el medioevo, sino el modo de satisfacerla. Por esto lo distintivo de la exclusión no será el encierro ni el control disciplinario, sino la negación del consumo. La falta de libertad carcelaria será quizás la imposibilidad de “comprar y vender” como modalidad de la felicidad. He visto televisión en una celda y me impactan las publicidades y noticias en el contexto de lejanía de la cárcel. Se parece a mirar un canal de “otro país”.
La libertad ambulatoria que proclama el artículo catorce de nuestra constitución (entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino) está progresivamente determinada por el poder económico. El modelo “fabril” generará una versión más cómoda del mismo encierro, igual desvinculación familiar y similar alejamiento de la subjetividad que la cárcel.
La escuela iniciará este encierro ordenado y ordenante que favorezca el desarrollo del sujeto capitalista y productivo.
La película de Chaplin “Tiempos modernos”, mostrará con ironía los niveles casi idénticos del utilitarismo de la fábrica y el modelo carcelario.  Carlitos abandona el penal gracias a su colaboración policíaca involuntaria, impulsada por el consumo de cocaína. Casi un anticipo de unos sesenta años en torno a la penalización de la “no producción”.

Cárceles móviles.

La prisión ofrecerá la apariencia de la más absoluta quietud. Sus muros pesados, su lentitud de movimientos, sus tiempos largos, casi detenidos, serán signos de una inmovilidad como parte de su misma identidad. Sin embargo, la metáfora de la nave como lugar de expulsión, es interesante para pensar los incesantes movimientos de traslado de los presos. Dice Foucault: “la navegación libra al hombre a la incertidumbre de su suerte; cada uno queda entregado a su propio destino, pues cada viaje es, potencialmente, el ultimo.” El control carcelario esta fundamentalmente ejercido desde la herramienta del traslado como castigo e incertidumbre. El camión ofrecerá el primer riesgo. Luego habrá que recomenzar un proceso de aceptación en algún pabellón, ganando respeto por medio de las peleas. La familia tendrá que reconocer un nuevo itinerario con nuevas costumbres de admisión para acercarse al familiar preso. El traslado será generalmente la más contundente amenaza. En este sentido, con mas propiedad que los muros, el camión de traslado de detenidos será el signo permanente de la expulsión. “Distribución rigurosa y tránsito absoluto”.
Una forma menor de esta movilidad como viaje sin destino, es el traslado interno en los diferentes pabellones de una unidad.
Casualmente los internos llaman en la jerga carcelaria “navegar” al paseo por la cárcel.

La cárcel: ¿Afuera o adentro?

Esta claro que estos términos son conceptos que adquieren sentido en relación a su opuesto. Para entender que es el “afuera”, debemos definir previamente que es aquello que llamamos “adentro”. Dediquemos algún rato a pensar en estas palabras.
Adentro es aquello que esta “contenido” por algo que ofrece sentido. Nuestro hígado tiene sentido “dentro” de nuestro cuerpo, donde pertenece. Por esto adentro es un concepto que expresa pertenencia, nos habla de quien somos. Estamos dentro del sistema educativo porque somos parte de él. De algún modo, esa pertenencia ofrece algo de nuestra identidad. Somos argentinos por estar adentro de un país, por pertenecer a ese hecho colectivo e histórico. De alguna manera también el país nos pertenece a nosotros y por esto “la Argentina esta dentro nuestro”.
Un bebé esta “adentro de su madre”, y encuentra en los meses de su gestación la inclusión en la vida. Dentro de su madre, está dentro de la vida.
Cuando algunas cosas están afuera, pierden la vida. Nuestros ojos, afuera de nosotros perderán la capacidad de sostenerse y nosotros, la identidad que les da sustento y razón de ser; nos quedaremos sin poder ver.
¿Donde está la cárcel? ¿Dónde están los presos? ¿Adentro o afuera?
Los muros de la cárcel expresan ese corte entre aquello que sucede en la ciudad y al cual tenemos libre acceso, y lo impedido. La cultura popular ha puesto claridad en simbolizar a la cárcel como el lugar del que no se sale así nomás. Sin embargo sabemos que también es difícil ingresar sin la carga de un delito. La cárcel es así un “espacio privado”, sin acceso público. En un país que considera de calidad aquello desgajado de lo público: algo así como un hígado que deambula a solas por la calle, nuestras escuelas carcelarias son más “privadas” que ninguna otra.
Las personas detenidas están habitualmente distanciadas de su familia. Muchos internos viven alojados a muchos kilómetros de sus vínculos de origen por razones de “seguridad”. Paulatinamente pierden su sentido. Generalmente han vivido otras distancias previas que amenazaron sus pertenencias de identidad en la infancia y adolescencia. Me llama la atención como las redes sociales ofrecen “amistades” por cercanías posibles entre aquellos que han compartido una misma ciudad, una escuela, un trabajo o una universidad. Las personas que llamamos despectivamente “marginales”, generalmente han deambulado de ciudad en ciudad, o muchas veces por diferentes provincias. El motivo rara vez ha sido la elección de algo mejor. En muchas ocasiones el fenómeno migratorio interno de los pobres, se inicia en la fantasía de alguna oportunidad, y culmina en los barrios precarios que bordean las ciudades de mayor riqueza. La “villa” es este primer “afuera” en la vida de un niño pobre. Esta afuera del pueblo de origen que no pudo dar una oportunidad mejor, pero también esta afuera de la ciudad que ofrece las migas de su mesa opulenta. La escuela desafortunadamente da continuidad a este proceso de expulsión, literalmente echando a estos “alumnos problemáticos”. He consultado en clase. Cada año se repite una enorme mayoría de echados del sistema escolar en la infancia, con el paso previo por el “gabinete psicopedagógico”. Algunos asocian, no sin razón, estos primeros informes infantiles a los que el servicio penitenciario elabora para la valoración de los jueces en las causas penales.
La cárcel es la continuidad de un “afuera” iniciado previamente. Sin embargo el imaginario de los mismos detenidos es estar “adentro”. A tal punto se confunden las palabras, que los expulsados del sistema se llaman finalmente “internos” de un penal.
El discurso debe defender el argumento de la cárcel “en el horizonte del cuidado” del Estado. La cárcel (como la nave) será lo mas interior del exterior. Al borde de las ciudades, pero afuera de ellas. Al borde de la educación, pero afuera de la competencia real de la inclusión. Los presos en ella estarán al borde de sus hijos, pero fuera de su crianza.
Antes de la cárcel, estarán los futuros delincuentes en el interior de la ciudad, pero en la calle, el espacio más externo del interior. Los carros cartoneros son la expresión más novedosa de un viaje penoso que comienza en el límite mismo donde otro acaba de finalizar. La basura (aquella que limpian las cárceles) será siempre un alimento triste, que recuerda permanentemente una fiesta que ya terminó.
En muchas oportunidades se da la paradoja de personas que sin espacios intermedios, han vivido tras paredes de chapa o en la solidez del hormigón armado del penal. “Su exclusión debe recluirlo; si no puede ni debe tener como prisión más que el mismo umbral, se le retiene en los lugares de paso. Es puesto en el interior del exterior, e inversamente”.

Una barca que se balancea entre las palabras.

Durante el curso miramos una escena de la película “El cartero”, de Michael Radford. Frente al mar Neruda accede a “enseñar poesía” a su cartero. Recuerdo el momento del film y transcribo algo del diálogo:
Mario, el cartero, busca al poeta para entregarle la correspondencia. Neruda está caminando a orillas del mar que baña la isla. El escenario es bellísimo. Comienza un diálogo entre ambos:

-         Dime Mario¿Alguien podria venir a mi casa para solucionarme el problema del agua?
-         ¿Qué tiene el agua?
-         ¡No! Es ese exactamente el problema
-         ¡No es ningun problema!
-         ¿Porqué? ¿Es normal?
-         Es normal, se le acabó el agua de la cisterna. ¿Usted usa mucho agua?
-         Mucha no, solo la que necesito.
-         Entonces es demasiada. Se acaba de repente porque la nave cisterna viene una vez al mes, así que el agua se acaba.
Hace mucho que prometen el agua corriente: “Tendrán agua corriente”.
-         ¿Y no dicen nada?
-         ¿Qué diríamos? Mi padre blasfema de vez en cuando, pero solo para sus adentros.
-         Mario, hay gente que, con fuerza de voluntad consigue cambiar las cosas.
Es una lástima. ¡Este lugar es tan hermoso!
-         ¿Usted cree?
-         ¿Si? Siéntate.

Aquí en la isla
el mar
y cuánto mar
se sale de sí mismo
a cada rato,.
dice que sí, que no,
que no, que no, que no,
dice que sí, en azul,
en espuma, en galope,
dice que no, que no.
No puede estarse quieto,
me llamo mar, repite
pegando en una piedra
sin lograr convencerla,
entonces
con siete lenguas verdes
de siete perros verdes,
de siete tigres verdes,
de siete mares verdes,
la recorre, la besa,
la humedece
y se golpea el pecho
repitiendo su nombre.

-         ¿Y bien? ¿Qué te parece?
-         Extraño
-         Cómo “extraño” ¡Tu eres un crítico severo!
-         No, no, la poesía. Es extraño como me sentí cuando la recitaba.
-         ¿Y como te sentiste?
-         No sé… Las palabras iban de aquí a allá.
-         ¿Cómo el mar entonces?
-         Si, como el mar
-         Bien. Esto es ritmo.
-         De hecho hasta me mareé.
-         ¡Te mareaste!
-         Porque…no se explicarlo. Sentí como una barca que se balancea entre las palabras

Neruda no enseña al cartero “como hacer poesía”, enseña su propia poesía. En la otra película que compartimos, “Si sos Brujo”, Marsalis, el maestro de jazz, valoriza la “Orquesta escuela de tango” como un espacio donde los que aprenden no miran como tocan los que saben, sino que “suben al escenario”.
Educar es compartir una mirada y ensayarla juntos. En las dos imágenes de los films, la música y la poesía generan placer al aprenderse. Aprender es entender las cosas y entendernos a nosotros al pronunciar música o poesía. Aprender es balancear la barca con palabras.
La cárcel es el barco loco sin destino, el viaje que siempre se amenaza como el último. La escuela en la cárcel (también fuera de ella!!) es la palabra que sacude la realidad. La escuela es una palabra ensayada en común que pronuncia la realidad hasta transformarla. Nuestra música, nuestra poesía, nuestra propuesta educativa puede transformar el nudo mismo de la exclusión desde el interior de los excluidos. La escuela puede romper la lógica del encierro desde su hueso mas profundo.

Evitar que naufrague su corazón de barco.

Este acto de leer juntos un pequeño texto de Foucault, está muy lejos de pretender una justificación del delito, y mucho menos de la violencia contra las personas que generalmente lo enmarca. Tan solo intenta abrir nuevas miradas y preguntas. Intenta alguna lectura posible al encierro como falsa solución a esta violencia. Comparto una de ellas como final de este apunte y apertura a la propia reflexión.
La cárcel no se explica a si misma, su sentido está en la calle y en la infancia. Los niños y la calle son la configuración de un diseño económico y social que desemboca en el delito contra la propiedad como el último de sus productos industrializados. El capítulo sobre sociología del delito nos introducirá mejor en este tema.
Somos maestros tardíos. Educamos adultos porque la escuela no estuvo en su tiempo de juego. Educamos personas en conflicto con la ley porque cuando la sociedad no incluye, inevitablemente castiga.
Los niños y la calle son una pequeña reja leve y cotidiana, que construye  poco a poco el costoso aparato carcelario del adulto. Un preso le costará a la ciudadanía dolor y muerte, y más de tres sueldos básicos por mes, en su estadía vaciada de sentido.
Aclaremos que entendemos por “la calle” este borde social del consumismo y no nuestras veredas de juegos y de barrios.

“Canción para un niño en la calle” es un viejo poema de Armando Tejada Gómez. Duele recorrer sus palabras y ver un niño de hoy.
En “Cantora”, el último proyecto de Mercedes Sosa antes de morir, recrea estas imágenes, intercalando en sus estrofas el rapeo del Portorriqueño René Pérez, la voz de “Calle trece”. Escucharlo conmueve. Los invito a hacerlo. En la interpretación se conjugan de manera increíble el decir sabio y tranquilo del interior del país con el voceo urbano y ronco del dolor latinoamericano. Al transcribirlo alineo a la izquierda el decir del “Residente” de “Calle trece”. Compartimos estas palabras para seguir pensando.


A esta hora exactamente,


Hay un niño en la calle....


¡Hay un niño en la calle!




Es honra de los hombres proteger lo que crece,

Cuidar que no haya infancia dispersa por las calles,

Evitar que naufrague su corazón de barco,

Su increíble aventura de pan y chocolate

Poniéndole una estrella en el sitio del hambre.

De otro modo es inútil, de otro modo es absurdo

Ensayar en la tierra la alegría y el canto,

Porque de nada vale si hay un niño en la calle.



Todo lo toxico de mi país a mi me entra por la nariz

Lavo autos, limpio zapatos, huelo pega y también huelo paco

Robo billeteras pero soy buena gente soy una sonrisa sin dientes

Lluvia sin techo, uña con tierra, soy lo que sobro de la guerra

Un estomago vacío, soy un golpe en la rodilla que se cura con el frío

El mejor guía turístico del arrabal, por tres pesos te paseo por la capital

No necesito visa pa volar por el redondel, porque yo juego con aviones de papel

Arroz con piedra, fango con vino, y lo que me falta me lo imagino.



No debe andar el mundo con el amor descalzo

Enarbolando un diario como un ala en la mano

Trepándose a los trenes, canjeándonos la risa,

Golpeándonos el pecho con un ala cansada.

No debe andar la vida, recién nacida, a precio,

La niñez arriesgada a una estrecha ganancia

Porque entonces las manos son inútiles fardos

Y el corazón, apenas, una mala palabra.



Cuando cae la noche duermo despierto, un ojo cerrado y el otro abierto

Por si los tigres me escupen un balazo mi vida es como un circo pero sin payaso

Voy caminando por la zanja haciendo malabares con cinco naranjas

Pidiendo plata a todos los que pueda en una bicicleta de una sola rueda

Soy oxigeno para este continente, soy lo que descuido el presidente

No te asustes si tengo mal aliento, si me ves sin camisa con las tetillas al viento

Yo soy un elemento mas del paisaje los residuos de la calle son mi camuflaje

Como algo que existe que parece de mentira, algo sin vida pero que respira



Pobre del que ha olvidado que hay un niño en la calle,

Que hay millones de niños que viven en la calle

Y multitud de niños que crecen en la calle.

Yo los veo apretando su corazón pequeño,

Mirándonos a todas con fábula en los ojos.

Un relámpago trunco les cruza la mirada,

Porque nadie protege esa vida que crece

Y el amor se ha perdido, como un niño en la calle.



Oye a esta hora exactamente hay un niño en la calle

Hay un niño en la calle.






Francisco Mina
Belén de Escobar, noviembre de 2010.


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