En septiembre del 2012, la Unión Obrera Metalúrgica de Zárate-Campana, extendió la celebración del dia del metalúrgico con un taller del escultor Sergio San Martín, en el Centro de Formación Profesional 405.
En el acto de apertura el artista afirmo “El taller intenta demostrar que todos podemos y que el arte no es propiedad de nadie”. San Martín es un escultor que trabaja con desechos de metal, componiendo figuras de todo tamaño.
Sergio llevó con gusto en las espaldas, mas bien en la frente y la mirada, el liderazgo de una inquietud colectiva. Luego de algunos rodeos, nos adentramos en un parque inmenso de chatarra para elegir las piezas que luego usaríamos. Mientras la mayoría buscábamos algo, Sergio “se dejaba encontrar” por los fierros. “Tenés que mirar nada mas, y solos te van diciendo que hay que hacer”.
Estamos hablando de un artista que trabaja en la parición de la belleza, en el borde mismo de lo feo. Un creador de contrastes. Muchas veces la elaboración artística construye belleza desde un orden dado. El mármol, la piedra, la madera, tienen una belleza natural, ligada a los cambios anónimos del viento, del mar, del sol y el hielo. El escultor se introduce en ese flujo de transformación con su propia palpitación. El arte a partir de la chatarra, se introduce en la vida de una materia profundamente transformada. El mármol, hasta llegar a la irrupción del cincel, es silencioso, inmenso, está lejos del ruido del hombre, de sus angustias, de su deseo. En cambio los metales desechados de la industria y el consumo, hablan de la fiebre humana. El arte con chatarra trabaja con la naturaleza humana. No la funde, no la borra, la resignifica. Descubre formas donde aparentemente solo había funcionalidad y ganancia. Genera belleza para contemplar, o sea inútil, a partir de las piezas de la máxima utilidad económica. En este sentido la rentabilidad económica de la chatarra es la pérdida de su forma en la fundición. El arte del desecho busca estas formas a modo de rescate. Desesconde la forma oculta, pervierte el sentido original de la pieza. Rompe la estructura de lo posible para desahogar el deseo. Una montaña de hierros oxidados desechados de la industria, son el término de lo posible, son el agotamiento de lo útil. El arte a partir de estos restos rompe la lógica de la racionalidad para bordear la oscuridad del deseo. Se enfrentan los dilemas humanos del trabajo y el juego. El arte en la chatarra se toma en clave de goce la “seriedad” de un mundo industrializado. Porque en esas montañas no hay solo piezas de la industria. Hay “restos humanos”. Hay sepultado un deseo apagado, un desvelo que llevó a una forma y que luego se agotó en un desprecio económico. En las montañas de hierro oxidado se acumulan las horas de trabajo, los esfuerzos, los diseños, los dibujos, la resolución de problemas, los fracasos, las defraudaciones, las injusticias, las desigualdades. Por esto el arte con chatarra es siempre político.
La máquina de la producción no es igualitaria. Usa al máximo el recurso natural y humano, y luego lo desecha. El arte urbano del hierro usado, es todavía una palabra mas, cuando el trabajo y la materia aparentemente se han silenciado.
Hicimos una mano. Hay algo mas humano que la mano de un hombre? Es una mano abierta que se muestra. No está al servicio de alguna herramienta. Se levanta libre. Sin embargo es herencia de máquinas y fuegos anteriores a su forma.
Es robusta, tensada por músculos y tendones que se muestran dando cuenta del dolor. Abierta porque su palma se muestra limpia, y también abierta porque muestra la intimidad de su interior. La hicimos de a pedazos, como la mano de los trabajadores, que remiendan en sus luchas su propia dignidad hecha jirones. En la aparente tersura de su quietud, esta la sangre, el esfuerzo, el progreso, el desafío, la invención. Pero también está la desaparición, y está el olvido.
La mano estaba ahí, en esa montaña impune, esperando ser olvidada en el fuego de la fundición desmemoriada. Tan cerca del señalamiento de memoria, verdad y justicia que nos despierta para no olvidar a los trabajadores desaparecidos de nuestra fabril ciudad. Es una mano “aparecida”. Es una mano que se alza y grita presente, cuando el poder violento de los años de plomo parecían haberlo callado todo.
Cuando un trabajador mire sus manos al mirarla y reconozca algo que ha perdido, cuando la industria contemple en ella el palpitar humano que la habita, la mano abierta será memoria del trabajo, del juego de vivir y de morir luchando por justicia. Será saludo, caricia, límite firme, amor. Nuestra mano abierta será la popular soberanía.
Francisco Mina
Campana, 8 de septiembre de 2013