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Este blog es un lugar de escritura. Podes encontrarte con poesías, con crónicas, con apuntes de filosofía, con ideas en gestación, con escritos de alumnas y alumnos... podes encontrarte. La fotografía del cóndor volando en libertad, la saqué en el Cerro Tronador, muy cerca de Bariloche. Me llamo Francisco Mina. Cocino bien, jugaba al futbol, sigo andando en bicicleta, y soy profesor de Filosofía en educación terciaria en Escobar y Campana (Argentina al sur)

jueves, 6 de junio de 2019

Lentejas (Francisco Mina)


Relato para la revista literaria “El último bastión” de Escobar
Abril de 2019

Hace unos años compre en un bazar de acá, de Escobar, una olla a presión. Fue toda una decisión de madurez, de independencia. Porque cocinar así da toda una imagen de solvencia, de profesionalismo, casi de cierto aire científico. Pero yo no buscaba eso, sino mas bien hacer algo nuevo en casa, echando mano a los mejores recuerdos de la infancia. Y en un rincón de esa memoria estaba la olla de mi vieja. Me maravillaba el misterio de una cacerola cerrada herméticamente y luego sellada con la presión del vapor. Era algo así como la galera de un mago, pero sacando comidas.
La tuve que encargar, y creo que eso colaboró en esa sensación de ingresar a una clase selecta de cocineros alternativos. El Bocha, que regentea el bazar de Martín, me dijo que algunas había vendido desde que las tarifas de gas habían subido tanto, y ahí se completó mi felicidad con un tinte de resistencia popular.
Ahora estoy haciendo unas lentejas, les cuento.
Calenté un poco de aceite y empecé a sacarle el frío a dos cebollas. Yo las corto mas bien gruesas. Eso de “rehogar” me suena cruel, y si hay algo que quiero en esta vida son las cebollas. Si el fuego está muy fuerte se doran y ya no me gusta tanto. Medianito el fuego. Luego le agrego un morrón cortado chiquito, pero no picado, para que en la multitud no pierda ese color tan interesante. Y después dos dientes de ajo. Los corto en rodajitas finas, porque picar no me parece amable.
Ahí pongo una mano de sal gruesa, que es un medida humana, como el olor que a esta altura sale de la olla. Y ya no hay vuelta atrás. Confianza, que esto desemboca en algo maravilloso.
Para esta altura de la obra, Gaby esta charlando en voz bajita arrimando algún mate y eso es lo que busco al cocinar: charlar tranquilos, reírnos, pasarla bien juntos.
Eso de la copa de vino en las cocinas televisivas lo respeto, pero a nosotros no nos cuadra. El vino es para después. En la mesa, que es mas familiar. Pero al cocinar, donde estamos los dos solos, el mate es como un brindis continuado. Alguna vez, luego de una época triste, le preparé estas lentejas diciéndole que no curaban, pero aliviaban el dolor, y así fue.
Después viene el orégano, dos hojitas de laurel que le pido a Luna y trae del fondo, la pimienta negra liberada con el cabo de la cuchilla en la tabla, el ají molido, y dos cucharadas de azúcar.
Ah, me olvidaba, deslizo acá unos hongos secos que le dan un gustito difícil de explicar, pero que traen recuerdos de cuando le ponía carne al guiso.
María, que cumplió quince, es vegetariana. Ella dice que hacemos sufrir a los animales con la manera como los criamos y faenamos. Que el capitalismo de hambre divide al mundo en minorías con carne y mayorías sin plato siquiera, que el calentamiento del planeta tiene que ver con mas vacas y chanchos que oportunidades para vivir mejor... Y la verdad es que me gusta muchísimo la carne, pero mas me gusta que Maria piense y actúe para que este mundo sea un poco mejor. Y entonces cada vez cocino con menos carne.
Después le agrego dos o tres zanahorias. Me gustan mas si son finitas y las rodajas quedan lindas en el plato. Y tres o cuatro papas cortadas en cuartos.
Las lentejas que compramos desde hace un tiempo se hacen mas rápido. No hay que remojarlas.
Las deslizo en la olla con respeto. Me parece de buena gente tratar bien a los demás y a las lentejas.
Agrego poca agua. Hasta que quede apenas cubierto el guiso.
Y ahí cierro la tapa. Es todo un ritual. ¿Hice todo bien, falta algo? Después es tarde. Se parece al acto esperanzado de votar.
Cuando soltó el vapor por arriba hay que bajar el fuego y esperar quince minutos. Ahí charlamos mejor todo lo que balbuceamos mientras cocinábamos. Y si no hay con quien charlar leo un poco. Me resulta estimulante leer mientras espero ese alumbramiento. Es un rato relajado que ayuda a la tranquilidad necesaria para comer y vivir.
Francisco Mina ©
Otoño de 2019

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