Hace algunos años un joven maestro
mexicano lanzaba al público un libro que causó expectación. Este
joven maestro es Samuel Ramos y el libro es El perfil del hombre y la
cultura en México. En este libro se hacía un primer ensayo de
interpretación de la cultura en México. La cultura mexicana era
motivo de una interpretación filosófica. La filosofía descendía
del mundo de los entes ideales hacia un mundo de entes concretos como
lo es México, símbolo de hombres que viven y mueren en sus ciudades
y sus campos. Esta osadía fue calificada despectivamente de
literatura. La filosofía no podía ser otra cosa que un ingenioso
juego de palabras tomadas de una cultura ajena, a las que por
supuesto faltaba un sentido, el sentido que tenían para dicha
cultura.
Años más tarde otro maestro, esta vez
un argentino, Francisco Romero, hacía hincapié en la necesidad de
que Iberoamérica se empezase a preocupar por los temas que le son
propios, por la necesidad de ir a la historia de su cultura y sacar
de ella los temas de una nueva preocupación filosófica. Sólo que
esta vez su exhortación se apoyaba en una serie de fenómenos
culturales que señala en un artículo titulado "Sobre la
filosofía en Iberoamérica." En este artículo nos muestra cómo
el interés por los temas filosóficos en Iberoamérica ha ido
creciendo día a día. El gran público sigue y solicita con interés
los trabajos de tipo o índole filosófica, de donde han surgido
numerosas publicaciones: libros, revistas, artículos de periódico,
etc.; así como la formación de institutos o centros de estudios
filosóficos donde se practica tal actividad. Este interés por la
filosofía aparece en contraste con otras épocas en las cuales dicha
actividad era labor de unos cuantos e incomprendidos hombres. Labor
que no trascendía el cenáculo o la cátedra. Ahora se ha llegado a
lo que Romero llama una "etapa de normalidad filosófica",
es decir, a una etapa en que el ejercicio de la filosofía es visto
como función ordinaria de la cultura al igual que otras actividades
de índole cultural. El filósofo deja de ser un extravagante que
nadie pretende entender para convertirse en un miembro de la cultura
de su país. Se establece una especie de "clima filosófico",
es decir, una opinión pública que juzga sobre la creación
filosófica, obligando a ésta a preocuparse por los temas que agitan
a quienes forman la llamada "opinión pública".
Ahora bien, hay un tema que preocupa no
sólo a unos cuantos hombres de nuestro Continente, sino al hombre
americano en general. Este tema es el de la posibilidad o
imposibilidad de una Cultura Americana, y como aspecto parcial del
mismo, el de la posibilidad o imposibilidad de una Filosofía
Americana. Podrá existir una Filosofía Americana si existe una
Cultura Americana de la cual dicha filosofía tome sus temas. De que
exista o no una Cultura Americana, depende el que exista o no una
Filosofía Americana. Pero el plantearse y tratar de resolver tal
tema, independientemente de que la respuesta sea afirmativa o
negativa, es ya hacer filosofía americana puesto que trata de
contestar en forma afirmativa o negativa una cuestión americana. De
donde trabajos como el de Ramos, Romero y otros que sobre tal tema se
hagan, cualesquiera que sean sus conclusiones, son ya filosofía
americana.
El tema de la posibilidad de una
Cultura Americana, es un tema impuesto por nuestro tiempo, por la
circunstancia histórica en que nos encontramos. Antes de ahora el
hombre americano no se había hecho cuestión de tal tema porque no
le preocupaba. Una Cultura Americana, una cultura propia del hombre
americano era un tema intranscendente, América vivía cómodamente a
la sombra de la Cultura Europea. Sin embargo, esta cultura se
estremece en nuestros días, parece haber desaparecido en todo el
Continente Europeo. El hombre americano que tan confiado había
vivido se encuentra con que la cultura en la cual se apoyaba le
falla, se encuentra con un futuro vacío; las ideas a las cuales
había prestado su fe se transforman en artefactos inútiles, sin
sentido, carentes de valor para los autores de las mismas. Quien tan
confiado había vivido a la sombra de un árbol que no había
plantado, se encuentra en la intemperie cuando el plantador lo corta
y echa al fuego por inútil. Ahora tiene que plantar su propio árbol
cultural, hacer sus propias ideas; pero una cultura no surge de
milagro, la semilla de tal cultura debe tomarse de alguna parte, debe
ser de alguien. Ahora bien—y éste es el tema que preocupa al
hombre americano—¿de dónde va a tomar esta semilla? Es decir,
¿qué ideas va a desarrollar? ¿a qué ideas va a prestar su fe?
¿Continuará prestando su fe y desarrollando las ideas heredadas de
Europa? o ¿existe un conjunto de ideas y temas a desarrollar propios
de la circunstancia americana? O bien, ¿habrá que inventar estas
ideas? En una palabra, se plantea el problema de la existencia o
inexistencia de ideas propias de América, así como el de la
aceptación o no de las ideas de la Cultura Europea ahora en crisis.
Más concretamente, el problema de las relaciones de América con la
Cultura Europea, y el de la posibilidad de una ideología propiamente
americana.
Por lo anterior queda visto que uno de
los primeros temas para una filosofía americana es el de las
relaciones de América con la Cultura Europea. Ahora bien, lo primero
que cabe preguntarse es el tipo de relación que tiene América
respecto a dicha cultura. No ha faltado quien compare esta relación
a la que tiene el Asia frente a la misma Cultura Europea. Se
considera que América, como Asia, no ha asimilado de Europa más que
la técnica. Pero de ser así ¿cuál sería lo propio de la Cultura
Americana? Para el asiático lo que de la Cultura Europea ha adoptado
es considerado como algo superpuesto, que ha tenido necesariamente
que adoptar debido a la alteración de su circunstancia al intervenir
en ella el europeo. Pero lo que de la Cultura Europea ha adoptado no
es propiamente la cultura, es decir, un modo de vivir, una concepción
del mundo, sino únicamente sus instrumentos, su técnica. El
asiático se sabe heredero de una cultura milenaria que ha ido
pasando de padres a hijos, de donde se sabe dueño de una cultura
propia. Su concepción del mundo es prácticamente opuesta a la del
europeo. Del europeo no ha adoptado sino su técnica, y esto,
obligado por el mismo europeo al intervenir con su técnica en lo que
era circunstancia propiamente asiática. Nuestros días están
mostrando lo que puede hacer un asiático con una concepción del
mundo propia sirviéndose de una técnica europea. A tal hombre le
tiene muy sin cuidado el porvenir de la Cultura Europea y sí tratará
de destruirla si se interpone o sigue interviniendo en lo que
considera su propia cultura.
Ahora bien, ¿podemos pensar nosotros
los americanos; lo mismo respecto a la Cultura Europea? Pensar tal
cosa es considerar que somos poseedores de una cultura que nos es
propia y que acaso no ha alcanzado expresión porque Europa nos ha
estorbado. Entonces sí, cabría pensar que éste es el momento
oportuno para liberarnos culturalmente. De ser así la crisis de la
Cultura Europea nos tendría sin cuidado. En vez de que tal crisis se
nos presentase como problema se presentaría como solución. Pero no
es así, la crisis de la Cultura Europea nos preocupa hondamente, la
sentimos como crisis propia.
Y es que el tipo de relación que como
americanos tenemos con la Cultura Europea es distinto del que tiene
el asiático con la misma. Nosotros no nos sentimos, como el
asiático, herederos de una cultura propia autóctona. Existió, sí,
una cultura indígena—azteca, maya, inca, etc.—, pero esta
cultura no representa para nosotros, americanos actuales, lo que
representa la antigua Cultura Oriental para los actuales asiáticos.
Mientras el asiático continúa sintiendo el mundo como lo sintieron
sus antepasados, nosotros, americanos, no sentimos el mundo como lo
sintió un azteca o un maya. De ser así, sentiríamos por las
divinidades y templos de la cultura precolombina la misma devoción
que siente el oriental por sus antiquísimos dioses y templos. Un
templo maya nos es tan ajeno y sin sentido como un templo hindú.
Lo nuestro, lo propiamente americano,
no está en la cultura precolombina. ¿Estará en lo europeo? Ahora
bien, frente a la Cultura Europea nos sucede algo raro, nos servimos
de ella pero no la consideramos nuestra, nos sentimos imitadores de
ella. Nuestro modo de pensar, nuestra concepción del mundo, son
semejantes a los del europeo. La Cultura Europea tiene para nosotros
el sentido de que carece la cultura precolombina. Y sin embargo, no
la sentimos nuestra. Nos sentimos como bastardos que usufructúan
bienes a los que no tienen derecho. Nos sentimos igual al que se pone
un traje que no es suyo, lo sentimos grande. Adaptamos sus ideas,
pero no podemos adaptarnos a ellas. Sentimos que debíamos realizar
los ideales de la Cultura Europea, pero nos sentimos incapaces de tal
tarea, nos basta admirarlos pensando que no están hechos para
nosotros. En esto está el nudo de nuestro problema: no nos sentimos
herederos de una cultura autóctona, esta carece de sentido para
nosotros; y la que como la europea tiene para nosotros sentido, no la
sentimos nuestra. Hay algo que nos inclina hacia la Cultura Europea,
pero que al mismo tiempo se resiste a hacer parte de esta cultura.
Nuestra concepción del mundo es europea, pero las realizaciones de
esta cultura las sentimos ajenas, y al intentar realizar lo mismo en
América nos sentimos imitadores.
Lo que nos inclina hacia Europa y al
mismo tiempo se resiste a ser Europa, es lo propiamente nuestro, lo
americano. América se siente inclinada hacia Europa como el hijo
hacia el padre; pero al mismo tiempo se resiste a ser su propio
padre. Esta resistencia se nota en que a pesar de que se siente
inclinada hacia la Cultura Europea al realizar lo que ella realiza se
siente imitadora, no siente que realice lo que le es propio, sino lo
que sólo puede realizar Europa. De aquí este sentirnos cohibidos,
inferiores al europeo. El mal está en que sentimos lo americano, lo
propio como algo inferior. La resistencia de lo americano hacia lo
europeo es sentido como incapacidad. Pensamos como europeos, pero no
nos basta esto, queremos además realizar lo mismo que realiza
Europa. El mal está en que queremos adaptar la circunstancia
americana a una concepción del mundo que heredamos de Europa, y no
adaptar esta concepción del mundo a la circunstancia americana. De
aquí que nunca se adapten las ideas y la realidad. Necesitamos de
las ideas de la Cultura Europea pero cuando las ponemos en nuestra
circunstancia las sentimos grandes porque no nos atrevemos a
adaptarlas a esta circunstancia. Las sentimos grandes y no nos
atrevemos a recortarlas, preferimos el ridículo de quien se pone un
traje que no le acomoda. Y es que hasta hace muy poco el americano
quería olvidar que lo era para sentirse un europeo más. Lo que
equivale a que un hijo olvidase que es hijo y quisiese ser su propio
padre, el resultado tenía que ser una burda imitación. Y esto es lo
que siente el americano, que ha tratado de imitar y no de realizar su
personalidad.
Alfonso Reyes nos dibuja con mucha
gracia esta resistencia del americano a ser americano. El americano
sentía "encima de las desgracias de ser humano y ser moderno,
la muy específica de ser americano; es decir, nacido y arraigado en
un suelo que no era el foco actual de la civilización, sino una
sucursal del mundo" (Alfonso Reyes: "Notas sobre la
inteligencia americana. Revista Sur. Núm. 24. Septiembre de 1936.
Buenos Aires). Ser americano había sido hasta ayer una gran
desgracia, porque no nos permitía ser europeos. Ahora es todo lo
contrario, el no haber podido ser europeos a pesar de nuestro gran
empeño, permite que ahora tengamos una personalidad; permite que en
este momento de crisis de la Cultura Europea sepamos que existe algo
que nos es propio, y que por lo tanto puede servirnos de apoyo en
esta hora de crisis. Qué sea este algo, es uno de los temas que debe
plantearse una filosofía americana.
América es hija de la Cultura Europea,
surge en una de sus grandes crisis. Su descubrimiento no es un simple
azar, sino el resultado de una necesidad. Europa necesitaba de
América; en la cabeza de todo europeo estaba la Idea de América, la
idea de una tierra de promisión. Una tierra en la cual el hombre
europeo pudiese colocar sus ideales, una vez que no podía seguir
colocándolos en lo alto. Ya no podía colocarlos en el cielo.
Gracias a la nueva física, el cielo dejaba de ser alojamiento de
ideales para convertirse en algo ilimitado, en un infinito mecánico
y por lo tanto muerto. La idea de un mundo ideal descendió del cielo
y se colocó en América. De aquí que el hombre europeo saliese en
busca de la tierra ideal y la encontrase.
El europeo necesitaba desembarazarse de
una concepción de la vida de la cual se sentía harto, necesitaba
desembarazarse de su pasado, iniciar una vida nueva. Hacer una nueva
historia, bien planeada y calculada, en la que nada faltase ni
sobrase. Lo que el europeo no se atrevía a proponer abiertamente en
su tierra, lo daba por hecho en esta tierra nueva llamada América.
América era el pretexto para criticar a Europa. Lo que se quería
que fuera Europa fue realizado imaginariamente en América. En estas
tierras fueron imaginadas fantásticas ciudades y gobiernos que
correspondían al ideal del hombre moderno. América fue presentada
como la Idea de lo que Europa debía de ser. América fue la Utopía
de Europa. El mundo ideal conforme al cual debía rehacerse el viejo
mundo de Occidente. En una palabra: América fue la creación ideal
de Europa.
América surge a la historia como una
tierra de proyectos, como una tierra del futuro, pero de unos
proyectos que no le son propios, y de un futuro que tampoco es suyo.
Estos proyectos y este futuro son de Europa. El hombre europeo que
puso sus pies en esta América—confundiéndose con la circunstancia
americana y dando lugar al hombre americano—no supo ver lo propio
de América, sólo tuvo ojos para lo que Europa había querido que
fuera. Al no encontrar lo que la fantasía europea había puesto en
el Continente Americano, se sintió decepcionado; dando esto lugar al
desarraigo del hombre americano frente a su circunstancia. El
americano se siente europeo por su origen, pero inferior a éste por
su circunstancia. Se transforma en un inadaptado, se considera
superior a su circunstancia e inferior a la cultura de la cual es
origen. Siente desprecio por lo americano y resentimiento contra lo
europeo.
El americano, en vez de tratar de
realizar lo propio de América se ha empeñado en realizar la Utopía
europea, tropezando como es de suponer con la realidad americana que
se resiste a ser otra cosa que lo que es, América. Esto ha dado
lugar al sentimiento de inferioridad del que ya hemos hablado. La
realidad circundante es considerada por el americano como algo
inferior a lo que cree su destino. Este sentimiento se ha mostrado en
la América Sajona como un afán por realizar en grande lo que Europa
ha proyectado para satisfacer necesidades que le son propias.
Norte-América se ha empeñado en ser una segunda Europa, una copia
en grande. No importa la creación propia, lo que importa es realizar
los modelos europeos en grande y con la máxima perfección. Todo se
reduce a números: tantos dólares o tantos metros. En el fondo lo
único que se quiere hacer con esto es ocultar un sentimiento de
inferioridad. El norteamericano trata de demostrar que tiene tanta
capacidad como el europeo, y la forma de demostrarlo es haciendo, en
grande y con mayor perfección técnica, lo mimo que ha hecho el
europeo. Pero con esto no ha demostrado capacidad cultural, sino
simplemente técnica; puesto que la capacidad cultural se demuestra
en la solución que se da a los problemas que se plantean al hombre
en su existencia, y no en la imitación mecánica de soluciones que
otros hombres se han dado a sí mismos en problemas que les son
propios.
En cuanto al hispanoamericano, se ha
conformado con sentirse inferior no sólo al europeo, sino también
al norte americano. No sólo no trata de ocultar su sentimiento de
inferioridad, sino que lo exhibe autodenigrándose. Lo único que ha
tratado hasta hoy ha sido vivir lo más cómodamente a la sombra de
ideas que sabe que no le son propias. Lo que ha importado no han sido
las ideas sino la forma como vivir de ellas. De aquí que nuestra
política se haya transformado en burocracia. La política deja de
ser un fin y se convierte en un instrumento para alcanzará un
determinado puesto burocrático. No importan la banderas ni los
ideales, lo que importa es que estas banderas o ideales permitan
alcanzar un determinado puesto. De aquí esos milagrosos y rápidos
cambios de bandera y de ideales; de aquí también ese estar siempre
proyectando, planeando, sin alcanzar nunca resultados definitivos.
Continuamente se está ensayando y proyectando de acuerdo con
ideologías siempre cambiantes. No hay un plan a realizar por todos
los nacionales porque no hay sentido de Nación. Y no hay sentido de
Nación por la misma razón por la cual no ha habido sentido de lo
americano. Quien se siente inferior como americano se siente también
inferior como nacional, como miembro de una de las naciones del
Continente Americano. Y no se piense que tiene sentido de Nación el
nacionalista rabioso que habla de hacer una Cultura Mexicana,
Argentina, Chilena o de cualquier otro país americano, excluyendo
todo cuanto huela a extranjero. No, en el fondo no tratará sino de
eliminar aquello frente a lo cual se siente inferior. Este es el caso
de quienes consideran que éste es el momento oportuno para eliminar
de nuestra cultura todo lo europeo.
Esta sería una postura falsa. Queramos
o no, somos hijos de la Cultura Europea. De Europa tenemos el cuerpo
cultural, lo que podemos llamar el armazón: lengua, religión,
costumbres; en una palabra, nuestra concepción del mundo y de la
vida es europea. Desprendernos de ella sería desprendernos del
meollo de nuestra personalidad. No podemos renegar de dicha cultura,
como no podemos renegar de nuestros padres. Pero así como sin
renegar de nuestros padres tenemos una personalidad que hace que
ninguno nos confunda con ellos, así también tendremos una
personalidad cultural sin renegar de la cultura de la cual somos
hijos. El ser conscientes de nuestras verdaderas relaciones con la
Cultura Europea, elimina todo sentimiento de inferioridad, dando
lugar a un sentimiento de responsabilidad. Es este el sentimiento que
anima en nuestros días al hombre de América. El americano considera
que ha llegado a su "mayoría de edad"; como todo hombre
que ha llegado a su mayoría de edad, reconoce que tiene un pasado
sin renegar de él, de la misma forma que ninguno de nosotros se
avergüenza de haber tenido una infancia. El hombre americano se sabe
heredero de la Cultura Occidental y reclama su puesto en ella. El
puesto que reclama es el de colaborador. Hijo de tal cultura no
quiere seguir viviendo de ella sino trabajando para ella. A nombre de
esta América que se siente responsable, un americano, Alfonso Reyes,
reclama a Europa "el derecho a la ciudadanía universal que ya
hemos conquistado" consideran do que ya hemos alcanzado la
mayoría de edad". América se encuentra en el momento histórico
en que tiene que realizar su misión cultural. Cuál sea esta misión,
es otro tema más a desarrollar por lo que hemos llamado Filosofía
Americana.
Conocidas nuestras relaciones
culturales con Europa, una más de las tareas de esta posible
Filosofía Americana sería la de continuar el desarrollo de los
temas de la filosofía propios de esa cultura; pero en especial los
temas que la Filosofía Europea considera como temas universales. Es
decir, temas cuya abstracción hace que valgan para cualquier tiempo
o lugar. Tales temas son los del Ser, el Conocimiento, el Espacio, el
Tiempo, Dios, la Vida, la Muerte etc. Una Filosofía Americana
colaboraría en la Cultura Occidental tratando de resolver los
problemas que tales temas planteasen y que no hubiesen sido resueltos
por la Filosofía Europea, o cuya solución no fuese satisfactoria.
Ahora bien, se podría pensar—aquellos a quienes interese hacer una
filosofía con un sello americano—que esto no puede interesar a una
filosofía que se preocupe por lo propiamente americano. Sin embargo,
no sería así. Porque tanto los temas que hemos llamado universales
como los temas propios de la circunstancia americana se encuentran
estrechamente ligados. Al tratar unos tenemos necesidad de tratar los
otros. Los temas abstractos tendrán que ser vistos desde la
circunstancia propia del hombre americano. Cada hombre verá de estos
temas aquello que más se amolde a su circunstancia. Estos temas los
enfocará desde el punto de vista de su interés, y este interés
estará determinado por su modo de vida, por su capacidad o
incapacidad, en una palabra, por su circunstancia. En el caso de
América, su aportación a la filosofía de dichos temas estará
teñida por la circunstancia americana. De aquí que al proponernos
temas abstractos, los enfocaremos como temas propios. El Ser, Dios,
etc., aunque temas válidos para cualquier hombre, serán temas cuya
solución se daría desde un punto de vista americano. De estos temas
no podríamos decir lo que son para todo hombre, sino lo que son para
nosotros hombres de América. El Ser, Dios, la Muerte, etc., serían
lo que tales abstracciones representan para nosotros.
No se olvide que toda la filosofía
europea ha trabajado en torno a los mismos temas pretendiendo ofrecer
soluciones de carácter universal. Sin embargo, el resultado ha sido
un conjunto de filosofías que se diferencian unas de otras. A pesar
del afán de universalidad de todas ellas, ha resultado una filosofía
griega, una filosofía cristiana, una filosofía francesa, una
filosofía inglesa y una filosofía alemana. En la misma forma,
independientemente de que intentásemos realizar una filosofía
americana. A pesar de que tratásemos de dar soluciones de carácter
universal, nuestras soluciones llevarían la marca de nuestra
circunstancia.
Otro tipo de temas a tratar por nuestra
posible filosofía serían los temas propios de nuestra
circunstancia. Es decir, que esta nuestra posible filosofía debe
tratar de resolver los problemas que nuestra circunstancia nos
plantea. Este punto de vista es tan legitimo como el anterior y
válido como tema filosófico. Como americanos tenemos una serie de
problemas que sólo se dan en nuestra circunstancia y que por lo
tanto sólo nosotros podemos resolver. El planteamiento de tales
problemas no amenguaría el carácter filosófico de nuestra
filosofía; porque la filosofía trata de resolver los problemas que
se plantean al hombre en su existencia. De donde los problemas que se
plantean al hombre americano tendrán que ser propios de la
circunstancia en donde existe.
Dentro de estos temas está el de
nuestra historia. La historia forma parte de la circunstancia del
hombre: le configura y le perfila, haciéndole capaz para unas
determinadas tareas e incapaz para otras. De aquí que tengamos que
contar con nuestra historia, pues en ella encontraremos la fuente de
nuestras capacidades e incapacidades. No podemos continuar ignorando
nuestro pasado, desconociendo nuestras experiencias, pues sin su
conocimiento, no podemos considerarnos maduros. Madurez, mayoría de
edad, es experiencia. Quien ignora su historia carece de experiencia,
y quien carece de experiencia no puede ser hombre maduro, hombre
responsable.
Por lo que se refiere a la historia de
nuestra filosofía, se pensará que en ella no podemos encontrar otra
cosa que malas copias de los sistemas de la filosofía europea. En
efecto, esto será lo que encuentre quien busque en ella sistemas
filosóficos propios de esta nuestra América tan valiosos como los
europeos. Pero esta sería una mala óptica, hay que ir a la historia
de nuestra filosofía desde otro punto de vista. Este otro punto de
vista debe ser el de nuestras negaciones, el de nuestra incapacidad
para no hacer otra cosa que malas copias de los modelos europeos.
Cabe preguntarnos el porqué no tenemos una filosofía propia, y la
respuesta quizá sea una filosofía propia. Puesto que nos
descubriría un modo de pensar que nos es propio que acaso no ha
necesitado expresarse en las formas usadas por la filosofía europea.
También cabe preguntarnos el porqué
nuestra filosofía es una mala copia de la filosofía europea. Porque
en este ser una mala copia acaso se encuentre también lo propio de
una filosofía americana. Porque el ser mala copia no implica que sea
necesariamente mala, sino simplemente distinta. Acaso nuestro
sentimiento de inferioridad ha hecho que consideremos como malo lo
que nos es propio, únicamente porque no se parece, porque no es
igual a su modelo. Reconocer que no podemos realizar los mismos
sistemas de la filosofía europea, no es reconocer que somos
inferiores a los autores de tal filosofía, es sólo reconocer que
somos diferentes. Partiendo de este supuesto no veremos en lo hecho
por nuestros filósofos un conjunto de malas copias de la filosofía
europea, sino interpretaciones de esta filosofía hechas por
americanos. Lo americano estará presente a pesar del intento de
objetividad de nuestros filósofos. Lo americano estará presente
independientemente de los intentos de despersonalización de tales
pensadores.
La filosofía en su carácter universal
se ha preocupado por uno de los problemas que más han agitado al
hombre en todos los tiempos, el de las relaciones del hombre con la
sociedad. Este tema se ha planteado como Política, preguntándose
por la forma de organización de estas relaciones, la organización
de la convivencia. El encargado de estas relaciones es el Estado, de
aquí que la filosofía se haya preguntado por quién debe estar
formado, quién debe gobernar. El Estado debe cuidar de que no se
rompa el equilibrio que existe entre el individuo y la sociedad; debe
cuidar de que no se caiga ni en la anarquía ni en el totalitarismo.
Ahora bien, para poder obtenerse este equilibrio es menester una
justificación moral. La filosofía trata de ofrecer esta
justificación, de donde toda abstracción metafísica culmina en una
ética y en una política. Toda idea metafísica sirve de base a un
hecho concreto, de justificación a un tipo de organización política
casi siempre propuesta.
Tenemos multitud de ejemplos
filosóficos en los cuales la abstracción metafísica sirve de base
a una construcción política. Un ejemplo lo tenemos en la filosofía
platónica cuya teoría de las Ideas sirve de base y justificación a
la República. En La ciudad de Dios de San Agustín tenemos un
ejemplo más; la Comunidad Cristiana, la Iglesia, se apoya en un ente
metafísico que en este caso es Dios. Las Utopías del Renacimiento
son otros ejemplos en los cuales el racionalismo justifica formas de
gobierno de las cuales ha surgido nuestra actual Democracia. Algún
pensador ha dicho que la Revolución Francesa encuentra su
justificación en El discurso del método de Descartes. La dialéctica
de Hegel invertida por el marxismo ha dado lugar a formas de gobierno
como el Comunismo. El mismo Totalitarismo ha querido justificarse
metafísicamente buscando tal justificación en las ideas de
Nietzsche, Sorel o Pareto. Muchos otros ejemplos más se pueden
encontrar en la historia de la filosofía, en los cuales la
abstracción metafísica sirve de base a una práctica social o
política.
Lo visto nos indica cómo la teoría y
la práctica deben marchar juntas. Es menester que los actos
materiales del hombre queden justificados por Ideas, pues es esto que
le hace ser distinto a los animales. Ahora bien, nuestra época se ha
caracterizado por la ruptura entre las Ideas y la realidad. La
Cultura Europea se encuentra en crisis debido a tal ruptura. El
hombre se encuentra falto de una teoría moral que justifique sus
actos, de aquí que no haya podido resolver el problema de su
convivencia, y lo único que ha logrado es caer en los extremos, en
la anarquía y en el Totalitarismo.
Las diversas crisis de la Cultura
Occidental han sido crisis por falta de Ideas que justifiquen los
actos humanos, la existencia del hombre. Cuando unas Ideas han dejado
de justificar dicha existencia, ha sido menester que el hombre busque
otro conjunto de Ideas. La historia de la Cultura Occidental es la
historia de las crisis que el hombre ha sufrido al romperse la
coordinación que existía entre las Ideas y la realidad. La Cultura
Occidental ha ido de crisis en crisis salvándose unas veces en las
Ideas, otras en Dios, otras en la Razón, hasta nuestros días en que
se ha quedado sin Ideas, Dios y Razón. La Cultura está pidiendo
nuevas bases sobre las cuales apoyarse. Ahora bien, esta petición
parece desde nuestro punto de vista casi prácticamente imposible.
Sin embargo, este punto de vista es el de hombres en crisis, y no
podía ser de otra manera, porque si nos pareciese fácil resolver
tal problema no seríamos hombres en crisis. Pero el hecho de que
estemos en crisis y no tengamos la solución anhelada, no quiere
decir que no exista. Hombres que como nosotros se han encontrado en
otras épocas de crisis han sentido el mismo pesimismo, sin embargo,
la solución ha sido encontrada. No sabemos qué valores puedan
sustituir a los que vemos hundirse, pero lo que sí es seguro es que
surgirán, y a nosotros los americanos corresponde colaborar en tal
tarea.
De lo anterior podemos concluir sobre
otro tipo de tarea más para una posible Filosofía Americana. La
Cultura Occidental de la cual somos hijos y herederos necesita de
nuevos valores sobre los cuales apoyarse. Ahora bien, estos valores
tendrán que ser abstraídos de nuevas experiencias humanas de las
experiencias resultantes al encontrarse el hombre en nuevas
circunstancias como son las que ahora se ofrecen. América, dada su
particular posición, puede aportar a la Cultura la novedad de sus
experiencias todavía no explotadas. De aquí que sea menester que
diga al mundo su verdad, pero una verdad sin pretensiones, una verdad
sincera. Cuantas menos pretensiones tenga será más sincera y más
propia. América no debe pretender erigirse en directora de la
Cultura de Occidente, lo que debe pretender es hacer pura y
simplemente Cultura. Y esto se hace tratando de resolver los
problemas que se le planteen desde su propio punto de vista, el
americano.
América y Europa se encontrarán
después de esta crisis en situaciones semejantes. Ambas tendrán que
resolver el mismo problema: el de qué forma de vida deberán adoptar
frente a las nuevas circunstancias que se presenten. Ambas tendrán
que continuar la tarea de la Cultura Universal que ha sido
interrumpida, pero con la diferencia de que esta vez América no
podrá seguir manteniéndose a la sombra de lo que Europa vaya
realizando, porque ahora no hay sombra, no hay lugar donde apoyarse.
Por el contrario, es América la que se encuentra en un momento
privilegiado que acaso no dure mucho, pero que debe ser aprovechado
para iniciar la tarea que le corresponde como miembro ya adulto de la
Cultura Occidental.
Una filosofía americana deberá
iniciar esta su tarea que consiste en buscar los valores que sirvan
de base a un futuro tipo de Cultura. Y esta su labor tendrá como
finalidad la de salvaguardar la esencia humana, aquello por lo cual
un hombre es un hombre. El hombre es por esencia individuo a la vez
que conviviente; de aquí que sea menester guardar el equilibrio
entre estos dos componentes de su esencia. Es este equilibrio el que
ha sido alterado llevando al hombre hacia sus extremos:
Individualismo hasta la anarquía y una sociabilidad tan estrecha que
se ha transformado en masa. De aquí que sea menester encontrar
valores que hagan posible la convivencia sin menoscabo de la
individualidad.
Esta tarea de tipo universal y no
simplemente americano, tendrá que ser el supremo afán de esta
nuestra posible filosofía. Esta nuestra filosofía no debe limitarse
a los problemas propiamente americanos, a los de su circunstancia,
sino a los de esa circunstancia más amplia, en la cual también
estamos insertos como hombres que somos, llamada Humanidad. No basta
querer alcanzar una verdad americana, sino tratar de alcanzar una
verdad válida para todos los hombres, aunque de hecho no sea
lograda. No hay que considerar lo americano como fin en sí, sino
como límite de un fin más amplio. De aquí la razón por la cual
todo intento de hacer filosofía americana con la sola pretensión de
que sea americana, tendrá que fracasar; hay que intentar hacer pura
y simplemente Filosofía, que lo americano se dará por añadidura.
Bastará que sean americanos los que filosofen para que la filosofía
sea americana a pesar del intento de despersonalización de los
mismos. Si se intenta lo contrario, lo que menos se hará será
Filosofía.
Al intentar resolver los problemas del
hombre cualquiera que sea su situación en el espacio o en el tiempo,
tendremos que partir necesariamente de nosotros mismos como hombres
que somos; tendremos que partir de nuestras circunstancias, de
nuestros límites, de nuestro ser americanos; al igual que el griego
ha partido de una circunstancia llamada Grecia. Pero al igual que él,
no podemos limitarnos a quedarnos en tal circunstancia, si nos
quedamos será a pesar nuestro, y haremos filosofía americana como
el griego ha hecho filosofía griega a pesar suyo.
Sólo partiendo de estos supuestos
podemos cumplir nuestra misión en el conjunto de la Cultura
Universal, colaborando en ella conscientes de nuestras capacidades y
de nuestras incapacidades. Conscientes de nuestro alcance como
miembros de esa comunidad cultural llamada Humanidad, y de nuestros
límites como hijos de una circunstancia, que nos es propia y a la
cual debemos nuestra personalidad, llamada América.
Cuadernos Americanos 3 (mayo-junio
1942): 63-78.
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