Hace treinta años, para esta fecha, estaba terminando la escuela secundaria. Busqué para ese entonces, sentarme cerca de la ventana que daba a la calle. El último bimestre me resultó especialmente interminable. Ya había decidido el ingreso a la Facultad. Mirar por la ventana la gente por la calle y los entrenamientos de “Puerto Nuevo” (la cancha estaba donde ahora hay una plaza) me daban un oxígeno de realidad que me costaba encontrar adentro.
Ayer organicé un trabajo práctico con las alumnas de primer año del profesorado de educación inicial. Pregunté que opinaban sobre los textos de Paulo Freire que habíamos leído. Florencia me dijo que no le gustaba el tono casi emocional de su discurso. Charlamos un poco sobre esto. Cuando terminó la clase fui pensando en el viaje del Instituto a la escuela con algo de molestia sobre esta opinión. Al poco de andar, me pareció interesante lo que me había dicho. Me avergüenza la facilidad con que se me cuelan pesados prejuicios en el intento de escuchar.